miércoles, 5 de marzo de 2014

Tocad la trompeta, congregad al pueblo porque se acerca la Pascua e iniciamos la Cuaresma



Tocad la trompeta, congregad al pueblo porque se acerca la Pascua e iniciamos la Cuaresma

Joel, 2, 12-18; Sal. 50; 2Cor. 5, 20-6, 2; Mt. 6, 1-6.16-18
‘Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno,  convocad la reunión, congregad al pueblo…’ Es el grito que como un pregón escuchamos en este primer día de Cuaresma. Los que son muy mayores pueden recordar aquellos viejos tiempos cuando se proclamaba un bando en el pueblo; allá venía el pregonero con su trompetín y en los lugares públicos después de recabar la atención de las gentes proclamaba aquel bando o aquel anuncio que se quería hacer; imágenes así hemos visto todos en películas, pero hoy todavía en nuestros pueblos queda el auxilio del coche con sus parlantes o altavoces en alto que va por las calles, plazas y caminos haciendo sus correspondientes anuncios de algo que va a suceder o celebrar, o quizá el anuncio de un vecino que haya fallecido.
Nos viene bien recordar estas imágenes porque hoy lo que hemos escuchado es también un pregón o una llamada que nos hace la Iglesia en su liturgia con la Palabra de Dios convocándonos a este tiempo que iniciamos que llamamos Cuaresma. Y creo que hemos de tomarnos muy en serio esta llamada o convocatoria que se nos hace.
El profeta decía de parte del Señor: ‘Convertios a mí de todo corazón… rasgad los corazones, no las vestiduras: convertios al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad…’ Y por su parte el apóstol san Pablo nos recordaba que ‘ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación’; y nos invitaba ‘a no echar en saco roto la gracia de Dios… dejaos reconciliar con Dios’.
Iniciamos este tiempo que todos sabemos bien que es el camino que nos ofrece la Iglesia para prepararnos para la Pascua. Llegan momentos muy importantes para el cristiano en que nos disponemos a celebrar el misterio pascual de Cristo. Pero, como bien sabemos, la celebración no es un mero recuerdo que hagamos como si fuera una mera representación que nos da gusto contemplar y por eso acompañamos nuestra celebración de unas representaciones plásticas en las imágenes sagradas que nos recuerden los misterios de la pasión y muerte del Señor.
La celebración de la Pascua tiene que ser algo mucho más hondo que todo eso porque de ninguna manera nos podemos quedar en lo externo. Tiene que ser una vivencia profunda del misterio redentor de Cristo haciéndonos participes de esa gracia redentora de Cristo para dejarnos transformar por su vida y por su gracia. Es ahora que tenemos que vivir todo ese misterio de Cristo; es ahora que tenemos que revivir, hacer de nuevo viva en nosotros esa salvación de Jesús en nuestra vida. Por eso nos queremos preparar con intensidad en los cuarenta días de la Cuaresma.
‘Convertios al Señor Dios vuestro’, nos decía el profeta. Por eso  nosotros tenemos que levantar la mirada a lo alto para mirar a Jesús, para mirar a Cristo en todo el misterio de su pasión y de su muerte que nos lleve a la resurrección de una nueva vida en nosotros. Miramos a Cristo, porque sabemos que en El está de verdad la salvación para nosotros y para nuestro mundo.
Miramos a Cristo porque sabemos que El es la luz verdadera que ilumina nuestro mundo, nuestra vida; ese mundo  nuestro con sus crisis y sus problemas, esa vida nuestra llena tantas veces también de muchas tinieblas y oscuridades, ese mundo y esa vida nuestra tantas veces que parece que anda desorientada, en Cristo va a encontrar esa luz que nos señale el camino del verdadero sentido, de la verdadera vida. En Cristo entramos la respuesta a tantos interrogantes que se nos pueden presentar en nuestro interior, porque Cristo es el que en verdad tiene palabras de vida eterna para nosotros.
‘Conviértete y cree en el evangelio’, se nos va a decir en el rito de la imposición de la ceniza. La ceniza nos mancha, mejor aún, nos recuerda que estamos manchados porque somos pecadores; la ceniza nos recuerda la debilidad y la fragilidad de nuestra vida, ‘eres polvo y en polvo te has de convertir’; pero la ceniza nos evoca que si nos acercamos con fe hasta el Señor, convirtiendo nuestro corazón a El nuestra debilidad se puede transformar en vida por la fortaleza de la gracia del Señor.
Nos sentimos débiles y pecadores, pero queremos volver nuestro corazón a Dios. Por eso escuchamos la invitación a la conversión. Pero la conversión no es decir simplemente voy a intentar ser mejor, a cambiar algunas cosas de mi vida que tengo que mejorar; la conversión significa darle la vuelta a nuestra vida para que esté totalmente orientada en Dios; si tenemos que convertirnos, darle la vuelta, es porque el camino que seguíamos no era el bueno, porque andábamos como desorientados y ahora tenemos que darle la vuelta. Tenemos que empezar por reconocerlo. Pero  no es una vuelta cualquiera; es una vuelta hacia el evangelio de Jesús. ‘Conviértete y cree en el Evangelio’, se nos dice.
Creemos en el Evangelio y miramos a Jesús, como decíamos antes. Cuando miremos a Cristo frente a frente, sin ocultamientos ni temores, iremos entonces confrontando nuestra vida, iremos dejando iluminar nuestra vida por su Palabra, iremos dando esos pasos que nos va pidiendo el evangelio, iremos dejándonos reconciliar con Dios que significará también irnos reconciliando más y más con los hermanos, iremos transformando nuestra vida por la fuerza de la gracia del Señor.
Es el camino que nos irá ofreciendo la Iglesia a través de toda la Cuaresma con la Palabra de Dios que cada día se nos proclame, con las celebraciones que iremos viviendo, con todas esas reflexiones que se nos vayan ofreciendo, con esos sacrificios que le iremos ofreciendo al Señor en la conversión de nuestro corazón, y con la intensidad de nuestra oración al Señor. Ayuno, limosna y oración son las tres palabras que se repiten, para hablarnos de ese sacrificio de nuestra conversión, de ese compartir generoso con los demás porque la limosna limpia tus pecados que dice la Escritura, y será nuestra oración al Señor.
Serán momentos para interiorizar de verdad en nuestra vida. Hoy el evangelio nos habla de cómo no podemos quedarnos en hacer las cosas de forma externa solamente buscando la apariencia. Nos dice Jesús que nos metamos en nuestro cuarto interior, que no es simplemente encerrarnos en una habitación para hacer nuestra oración y reflexión, sino saber entrar dentro de nosotros mismos con toda sinceridad para que podamos tener ese encuentro vivo con el Señor. Hay el peligro, y de eso nos quiere prevenir, de que recemos y recemos muchas oraciones pero no haya un encuentro vivo allá en el secreto de nuestro corazón con el Señor. Es lo que tenemos que cuidar mucho.
‘En el tiempo de la salvación te escucho, en el día de la salvación te ayudo…’ nos decía el Señor en la carta de San Pablo. Es el tiempo de la salvación, escuchemos de verdad a Dios en lo más hondo de nuestro corazón, sintamos viva en nosotros la gracia del Señor.

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