jueves, 20 de marzo de 2014

El pecado de omisión una pendiente resbaladiza que nos hace insensibles y como cardos para los demás



El pecado de omisión una pendiente resbaladiza que nos hace insensibles y como cardos para los demás

Jer. 17, 5-10; Sal. 1; Lc. 16, 19-31
Esta parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, como suele llamarse, nos puede sugerir muchas cosas para nuestra reflexión. Podemos pensar en ese abismo inmenso e infranqueable entre los ricos y los pobres que cada día se agranda más y más, pero también nos puede hacer pensar en la trascendencia de nuestra vida y el valor de lo que ahora hagamos de cara a una vida futura, a un más allá, como solemos decir;  pero nos puede hablar del reconocimiento de nuestra condición pecadora y el deseo de que nuestros seres amados no vivan en situación pecaminosa semejante a la nuestra;  nos puede hacer pensar en la escucha que de la Palabra de Dios hemos de hacer sin estar pensando en apariciones milagrosas para movernos a la conversión. Muchos son los temas sugeridos y cada uno allá en su corazón puede sentir que el Señor le habla de cosas muy concretas en su vida.
Yo quisiera comenzar por fijarme en lo que nos describe al principio de la parábola. ‘Un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día’, por una parte; y por otra contemplamos a ‘un mendigo llamado Lázaro que estaba echado en su portal, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba’. Lo único que parece más compasivo y que pone como un tinte de color distinto son ‘los perros que se acercaban a lamerle las llagas’.
Pudiéramos decir, aunque nos pudiera parecer un pensamiento superficial, que aquel rico realmente no estaba haciendo nada en contra del mendigo que estaba a su puerta; ni lo insultaba ni lo trataba mal, pero no hacia nada. Ese es precisamente su pecado, que no hacía nada. Ya es injusta la situación que se nos describe, pero el tema está que no hacía nada; el pecado de omisión, tendríamos que decir. Podría compartir la comida de su mesa y ahí está por supuesto su egoismo e insolidaridad, pero es que lo ignoraba, no hacia nada, parecía no enterarse de quien estaba a su puerta porque estaba muy ensimismado en su cosas, sus fiestas y sus placeres.
Ya nos decía el profeta Jeremías en la primera lectura ‘maldito quien confía en el hombre y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor; será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita’. Es el que se encierra en si mismo y no será capaz de tener una mirada a su alrededor para ver lo que sucede. El que tiene ese corazón de rico, porque piensa que como él satisfaga sus necesidades o sus caprichos ya piensa que todo está resuelto y nadie puede sufrir en su entorno. Como un cardo espinoso al que nadie podrá arrimarse, porque solo su presencia hace daño, aunque parezca que ande sobrado lo que hay en su corazón es aridez y su vida es como la tierra salobre en la que no se puede habitar. Encerrado en si mismo será insensible para cuanto pueda suceder a su alrededor, no hará daño directamente pero su insensibilidad le lleva a no hacer nada positivo por los demás.
¿No será ese el gran pecado que sigue estando presente hoy en nuestro mundo y hasta quizá en nosotros mismos? El pecado de omisión que es precisamente no hacer nada cuando podrías hacer tanto de bueno. Vivimos la vida alegremente pensando en nosotros mismos sin mirar cuanto sufrimiento puede haber a nuestro alrededor y que podríamos remedias. Es tan tremendo y peligroso el pecado de omisión que hasta lo olvidamos cuando hacemos nuestro examen de conciencia. Es cierto que cuando en nuestra oración recitamos la confesión de nuestros pecados allí lo mencionamos, pero se queda tan desapercibido que nunca pensamos si estaremos o no cayendo en ese pecado.
Creo que es algo que tendríamos que tener en cuenta mucho más. ¿No decimos en el ‘yo confieso’ que ‘he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión’? Quizá nos fijamos en nuestras palabras o en nuestros pensamientos, confesamos las obras malas que hayamos realizado, pero ¿y los pecados de omisión? ¿aquello bueno que podías haber hecho y dejaste de hacer? Denota una falta de delicadeza espiritual muy importante y por otra parte llegamos a ese pecado de omisión quizá desde nuestro egoismo, nuestra avaricia, nuestro orgullo, lo que se puede convertir en una pendiente muy peligrosa para nuestra vida espiritual.
Tengamos en cuenta todas las cosas que nos sugiere la parábola que hemos escuchado, pero en esa revisión y renovación que día a día queremos ir haciendo en este camino cuaresmal hoy podríamos fijarnos y revisarnos de este aspecto, de nuestros pecados de omisión. Llenaríamos de mucho más amor nuestra vida.

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