jueves, 20 de febrero de 2014

Tratemos de confessar con hondo sentido nuestra fe en Jesus como el Ungido de Dios y nuestro Salvador



Tratemos de confesar con hondo sentido nuestra fe en Jesús como el Ungido de Dios y nuestro Salvador

Sant. 2, 1-9, Sal. 33; Mc. 8, 27-33
‘¿Quién dice la gente que soy yo?... y vosotros, ¿Quién decís que soy?’ En esta ocasión están casi fuera de las tierras de la Palestina judía; en los alrededores de Cesarea de Filipo, cerca de las fuentes del Jordán.
Es una ocasión propicia ahora que no están tan rodeados de gentes que acuden de todas partes hasta Jesús, para estando a solas con los discípulos mas cercanos entrar en un momento de confidencias, por así decirlo, y de una conversación de mayor intimidad. Y surgen las preguntas sobre lo que la gente piensa de Jesús y los mismos discípulos. Ya hemos ido escuchando a lo largo del evangelio las distintas reacciones de la gente ante la presencia de Jesús y lo que van manifestando.
Lo que ahora responden los discípulos no difiere de lo que ya san marcos nos había contando de los rumores y de la fama de Jesús que le había llegado a Herodes cuando nos narró la muerte del Bautista. Es lo que ahora responden los discípulos. ‘Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas’. Piensan en alguien del pasado, pues Juan Bautista ya ha muerto, Elías había sido arrebatado al cielo aunque ellos esperaban su vuelta, y de los profetas en que pensaban eran los antiguos.
Por eso insiste Jesús en aquellos que están mas cerca de El, qué es lo que piensan. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Y es Pedro el que se adelanta. ‘Tú eres el Mesías’, el Ungido de Dios. Pero ‘El les prohibió terminantemente decírselo a nadie’.
Pedro lo había reconocido. Como se nos relatará en el pasaje paralelo de Mateo, Jesús le dice que ‘eso no se lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre del Cielo’. Pero las gentes tenían su idea de lo que había de ser el Mesías y ese no era el sentido de Jesús.  La salvación que Jesús nos viene a ofrecer es algo mucho más hondo que la liberación de potencias extranjeras, porque la liberación y la salvación tiene que ser más profunda, más en el interior del corazón del hombre, aunque luego habrá de manifestarse en la forma de vivir.
Y ahora Jesús, en este momento de mayor intimidad con sus discípulos comenzará a explicarles cual es el sentido de su mesianismo y todo lo que le va a suceder. Será el Mesías, porque es el Ungido del Espíritu, como ya manifestara en la sinagoga de Nazaret, pero ha de pasar por la pasión, ha de pasar por la Pascua, como el Cordero que se inmolaba como un signo cada Pascua.
‘Y empezó a instruirlos, nos dice el Evangelista: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días’. Les habla de su pasión, pero ellos no terminarán de entender. ‘Se los explicaba con toda claridad. Y Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo’. Eso no le podía pasar al Maestro; como diría más tarde allí estaba él para defenderlo si hiciera falta y hasta morir por Él,  aunque ya sabemos cuánto le duró la promesa. Ahora Jesús le dirá que lo está tentando, que se aparte de El. ‘¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!’
Y nosotros, ¿cómo pensamos? ¿Cuál es la idea que tenemos en la cabeza o tenemos en el corazón? ¿Cómo miramos a Jesús? Si antes decíamos que la gente de su tiempo pensaba en Jesús como de un personaje del pasado, también en nuestro tiempo, como ha sucedido a lo largo de todos los tiempos, hay diversas maneras de ver a Jesús. Para muchos se queda en eso, en un personaje del pasado, un personaje histórico quizá pero no llegan a descubrir la verdadera trascendencia de Jesús.
Pero no nos quedemos en lo que otros piensan, sino que nosotros tratemos de confesar con hondo sentido nuestra fe en Jesús. Sí, es el Ungido de Dios, porque es el Hijo de Dios y es nuestro Salvador. Es el rostro misericordioso de Dios que en su entrega hasta la muerte nos está manifestando cuánto es el amor que Dios nos tiene y ahí nos está descubriendo un sentido para nuestra vida. Nuestra fe en Jesús no se queda en pensar en alguien del pasado que incluso hiciera cosas grandes por nosotros.
Nuestra fe en Jesús tiene que llegar a descubrirle presente en nuestra vida y cómo nos llena de su gracia para hacernos vivir una vida nueva, la vida de los hijos de Dios. Que crezca más y más nuestra fe en Jesús; que contemplemos su Pascua que es su entrega de amor. Que no temamos seguir su camino, aunque para nosotros haya pascua también muchas veces en nuestra vida, porque tengamos que pasar también por la pasión y la muerte, pero sabemos que para nosotros es la resurrección, es la vida nueva, es la gracia que nos hace hijos de Dios.

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