miércoles, 15 de enero de 2014

Escuchar con prontitud a Dios verdadera sabiduría del creyente

1Sam. 3, 1-10.19-20; Sal. 39Mc. 1, 29-39
Saber escuchar a Dios sin ninguna confusión, podríamos decir que es la verdadera sabiduría del creyente. Muchas veces  no nos es fácil distinguir la voz del Señor en medio de tantas cosas que suenan a nuestro alrededor. Muchas cosas nos hacen ruido en la vida, bien porque nosotros equivocadamente las busquemos, o bien porque el espíritu maligno siempre quiere crear confusión en nuestro interior para así apartarnos de Dios y apartarnos de lo que es su voluntad.
Y no nos basta una buena voluntad por nuestra parte. Es un don y una gracia del Señor que también se  nos puede manifestar de muchas maneras. Es una sabiduría que tenemos que saber pedirle al Señor. Es precisamente lo que nos hace creyentes, nos distingue como creyentes, el saber escuchar a Dios sin ninguna confusión.
Es lo que podemos descubrir en esta lectura del libro de Samuel que hemos escuchado en la primera lectura. Ya nos dice el texto sagrado que ‘por aquellos días las palabras del Señor era raras y no eran frecuentes las visiones’. Más adelante nos dirá que ‘Samuel aún no conocía al Señor, pues no le había sido revelada la Palabra del Señor’.
En las lecturas de los días pasados se nos preparaba para escuchar la historia de quien iba a ser un gran profeta que guiase en momentos decisivos e importantes al pueblo de Israel. El texto que hoy escuchamos podríamos llamarlo la historia de la vocación de Samuel, porque es cuando siente esa llamada del Señor, pero es un texto que nos viene bien reflexionar sobre cómo nosotros abrir nuestro corazón a Dios para escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos y descubrir los designios de Dios para nuestra vida y para nuestra historia.
Samuel era aún un niño. Recordamos cómo Ana, su madre, en su petición al Señor del don de la maternidad había prometido consagrar el niño al Señor. Lo contemplamos niño en el entorno del templo, en Silo, junto al Sacerdote Elí. Y es allí, en la noche, cuando escucha la llamada del Señor. Pero Samuel no conocía la voz del Señor. Por eso acude corriendo a donde estaba el sacerdote. ‘Aquí estoy. Vengo porque me has llamado’ Así una y otra vez, varias veces, en que el sacerdote le manda acostarse porque no le ha llamado. Pronto el anciano sacerdote comprenderá que es la voz del Señor el que está llamando al niño y le enseñará a abrir su corazón a Dios. ‘Habla, Señor, que tu siervo te escucha’.
 Será la respuesta del niño Samuel cuando de nuevo escucha la voz del Señor que le llama. ‘Habla, Señor, que tu siervo te escucha’. Abre sus oídos, abre su corazón para escuchar la voz del Señor. No es solo oírla; ese escuchar entraña mucho más; significa querer cumplir, querer realizar en la vida, querer obedecer al Señor.
El Señor nos habla; el Señor nos llama; el Señor tantas veces se nos manifiesta allá en el corazón. Es necesario, como decíamos, tener esa sabiduría del Espíritu para saber discernir la voz del Señor, para oír y escuchar al Señor. Es necesario dejarse conducir, porque cuando el Señor nos habla enriquece nuestra vida con su gracia pero para ponernos en camino. No siempre sabemos escuchar, pero  no siempre sabemos ponernos en camino, realizar en nuestra vida aquello que el Señor nos pide, aquello que el Señor nos dice.
Que haya esa prontitud en nuestra corazón, en nuestra vida, como la del niño Samuel, para acudir a escuchar la voz del Señor. Que nada nos distraiga, que nada nos entretenga; tenemos el peligro de estar entretenidos, distraídos, ajenos a esa voz del Señor. Que tengamos la fuerza del Espíritu divino, que nos ilumine y nos envuelva ese Espíritu de Sabiduría, de la Sabiduría de Dios. Y que el Espíritu divino nos llene de su fortaleza para que con prontitud realicemos todo aquello que nos pide el Señor.


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