sábado, 21 de diciembre de 2013

María va esparciendo el perfume de Dios con su fe y con su amor

Cantar de los Cantares, 2, 8-14; Sal. 32; Lc. 1, 39-45
María va esparciendo el perfume de Dios allá por donde va. Ella es la llena de gracia, la inundada por el Espíritu de Dios y allí donde se hace presente hace presente a Dios y va llenando todo de Dios.
El ángel le había dado la alegre noticia de que ‘su prima Isabel, la que llamaban estéril ha concebido un hijo y ya está de seis meses’. Las maravillas de Dios que hacen posible las cosas que a los ojos de los hombres nos parecen imposibles. El mismo Zacarías había dicho que su mujer era estéril y los dos de edad avanzada, y he aquí que el Señor los llenó de bendiciones y esperaban un hijo. ‘Para Dios nada hay imposible’, le había dicho el ángel.
María no puede quedarse quieta  en su casa sabiendo que allá en las montañas de Judea algo grande está sucediendo, porque se están manifestando las maravillas de Dios, y allí hay un servicio que prestar. Quien está lleno de Dios nunca será insensible ante la necesidad de los demás y siempre está disponible para repartir amor. Llena de Dios ‘María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel’.
El amor siempre tiene prisa, porque no puede encerrarse en sí mismo; el amor nos pone siempre en camino porque siempre hay algo que trasmitir y contagiar a los demás y siempre será humilde y generoso para estar en permanente actitud de servicio; el amor verdadero  nos lleva en las alas de Dios, porque Dios es amor y todo nuestro amor no es sino una participación en el amor divino; el amor auténtico nos hace saborear a Dios y ayuda a saborear a Dios a cuantos nos rodean.
Llega María a casa de Isabel e Isabel se llena del Espíritu Santo; se escuchan las palabras de María en su saludo y hasta la criatura que hay en el seno de Isabel salta de alegría porque siente la presencia de Dios. ‘Se llenará del Espíritu Santo ya en el vientre materno’, le había dicho el ángel a Zacarías en el templo, y el que iba a ser el precursor del Mesías ya era justificado y santificado en el seno materno, como señal de la misión que se le iba a confiar.
‘Se llenó Isabel del Espíritu Santo’ y comenzaron las alabanzas. El perfume de Dios que desprendía Maria envolvía a todos con la presencia de Dios y el Espíritu divino se apoderaba de los corazones. ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’. Pronto comienzan las alabanzas a María. Más tarde ella anunciaría proféticamente en su cántico también inspirado por el Espíritu que ‘la felicitarán todas las generaciones’,  pero Isabel se adelanta.
Reconoce que aquella muchachita venida de Nazaret está inundada de Dios porque Dios mora en sus entrañas y de qué manera. Es la madre del Señor que merece toda alabanza, porque así Dios ha querido hacerla grande aunque ella se considere a sí misma la humilde esclava del Señor. ‘¿De donde a mí, quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’. Maravillas del actuar de Dios, porque cuando nos abrimos de corazón a Dios con toda sinceridad dejándole actuar en nuestra vida, Dios mismo se nos revela y nos hace conocer más hondamente su misterio. Es lo que le sucedió a Isabel, también abrió su corazón a Dios y el Espíritu divino llenó su corazón inspirándole y revelándole la verdad del misterio de Dios que en María se estaba realizando.
‘¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. Qué contraste entre las dudas y la desconfianza de Zacarías y la fe de María. Pero la palabra del Señor siempre tendrá su cumplimiento. Zacarías terminará reconociendo ese actuar de Dios y dando gracias, como escucharemos y meditaremos en el día inmediato al nacimiento de Jesús, y María humilde y pequeña siempre reconoció que el Señor hacia obras grandes en ellas y para todos se iba a derramar la misericordia del Señor.

¡Cuánto tenemos que aprender! Abramos nuestro corazón a Dios que también a nosotros quiere inundarnos con la fuerza de su Espíritu. Llenemos nuestro corazón de amor y también con nuestra generosidad y espíritu de servicio haremos presente a Dios entre los que nos rodean. Que también vayamos exhalando ese perfume de Dios con las obras de nuestro amor.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Ya llega el Señor, vistámonos de humildad y amor para llenarnos de Dios

Is. 7, 10-14; Sal. 23; Lc. 1, 26-38
‘Ya llega el Señor, él es el Rey de la gloria’. Así proclamamos en el salmo en la cercanía de la Navidad. Llega el Señor. ¿Dónde lo vamos a encontrar? ¿Dónde podemos buscarlo? ¿Cómo hemos de reconocerle? Es la preparación que vamos realizando en estos últimos días del Adviento; es la búsqueda que hacemos dejándonos conducir por la liturgia, por la palabra de Dios, ahondando más y más en nuestra oración.
Llega el Señor, El es el Rey de la gloria, ¿tendríamos que buscarlo en palacios de reyes o entre los poderosos de este mundo? No es ese el camino. Ni siquiera tendríamos que ir al templo de Jerusalén, aunque allí se manifestara el ángel del Señor al sacerdote Zacarías para anunciarle el nacimiento de Juan; pero Juan nacerá en una aldea perdida en las montañas de Judea y luego marchará al desierto en la mayor pobreza y austeridad.
Rastreemos los cielos a ver por donde llega el ángel anunciador, sabiendo ya que ni lo vamos a encontrar entre palacios aunque se anuncie como el Rey de la gloria, ni tampoco irá al templo de Jerusalén para hacer el anuncio aunque vaya a ser el Mesías de Dios para el pueblo de Israel. El ángel de Dios se va a hacer sentir en un pueblo pequeño y perdido entre los demás pueblos de Galilea, Nazaret, despreciado incluso por los pueblos vecinos porque de él no va a salir nada bueno, como diría un día Natanael el de Caná, en una casa humilde y pobre de un artesano, y a una muchacha que se considera la más pequeña y la humilde, porque solo se llamará a sí misma la esclava del Señor.
El Señor siempre nos sorprende con cosas maravillosas realizadas en la pequeñez y en la humildad, aunque ya tendremos oportunidad de seguir contemplando cómo se hará presente Dios en su nacimiento. Nos quedamos ahora en Nazaret, un primer paso del camino que nos llevará más tarde a Belén. Dios solo busca, solo quiere un corazón que esté abierto a El para hacerse presente; en aquella doncella pequeña y humilde de Nazaret Dios se va a complacer, es la agraciada del Señor - ‘has encontrado gracia ante el Señor’ -, y hasta ella llegará la embajada angélica.
Si de Zacarías e Isabel se decía que ‘eran justos ante Dios y caminaban sin falta según los mandamientos y las leyes del Señor’, de María solo se dirá que era ‘la llena de gracia’ sin señalar ninguna otra cosa especial, pero si descubriendo su corazón abierto a Dios y disponible siempre para lo que era su voluntad. Más tarde descubriremos cómo ella sabían plantar la Palabra de Dios en su corazón para hacerle dar fruto al ciento por uno y era la que guardaba en su corazón todo el misterio de Dios que ante ella se realizaba para rumiarlo y meditarlo en su corazón y así llenarse más y más de Dios.
Muchas veces hemos contemplado y meditado esta escena de la Anunciación, del anuncio que el ángel de parte de Dios le hace a María. María se siente sorprendida por la presencia del Misterio de Dios que se le manifestaba en el Ángel del Señor, pero para ella se seguirán repitiendo las palabras que alejaban todo temor y querían llenar su corazón de paz. ‘No temas…’ volveremos a escuchar. Es el anuncio de la llegada de la paz que se seguirá repitiendo una y otra vez, hasta que los ángeles canten la gloria de Dios en Belén porque llegará la paz para todos los hombres porque Dios los ama.
María es la agraciada del Señor, ha sido elegida y va a ser la madre del Señor. ‘Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo al que le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará el Hijo del Altísimo… el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. El hijo que va a nacer del seno de María, el hijo de María será el Hijo del Altísimo, el Hijo de Dios. ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra…’ le dice el ángel. El hijo de María será el Emmanuel anunciado por los profetas y ya Dios siempre estará con nosotros, en medio nuestro, y llega la paz y la salvación para todos.
¿Qué puede decir María? ¿Qué puede hacer María? Dios ha querido contar con ella y el ángel está esperando su respuesta. María, la llena de la gracia de Dios, la poseída para siempre por el Espíritu divino no sabrá decir otra cosa: ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’. No hacen falta más palabras. ‘Y la dejó el ángel’. La misión estaba cumplida. La maravilla de Dios se realiza y Dios será ya para siempre Emmanuel, Dios con nosotros.

Y nosotros, ¿qué hemos de hacer? Somos los amados de Dios también, nos ha regalado la gracia; sigamos el camino de María, copiemos en nosotros sus actitudes y virtudes, vistámonos de humildad y de amor y Dios también se hará presente en nuestro corazón, será para nosotros el Emmanuel.

jueves, 19 de diciembre de 2013

No temas, Zacarías que comienza un tiempo nuevo de paz porque llega el amor

Jueces, 13, 2-7.24-25; Sal. 70; Lc. 1, 5-25
 ‘No temas,  Zacarías…’ comienza diciéndole el ángel del Señor en el que sería un inicio de una cadena ininterrumpida de anuncios de paz. ‘No temas…’ aleja de ti todo temor y toda angustia; ‘no temas…’ llena tu corazón de paz porque la misericordia se comienza a derramar sobre los hombres; ‘no temas…’ se alejan las tinieblas y la muerte y llega la vida para siempre; ‘no temas…’ comienza un tiempo nuevo y el nacimiento de este niño es el comienzo del camino, es la preparación del camino ya inmediato para que llegue la paz y llegue el amor.
Zacarías e Isabel ‘eran justos ante Dios y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor’. Confiaban en Dios y se fiaban del Señor aunque sus espíritus estaban llenos de unas tinieblas y tristezas. ‘No tenían hijos porque Isabel era estéril, y los dos eran de avanzada edad’. Algo muy doloroso para todo judío que veía en su descendencia una bendición de Dios. Pero ellos, aunque sin saberlo estaban llenos de las bendiciones de Dios. Dios se había fijado en ellos, había querido contar con ellos, en ellos se iban a realizar maravillas. ‘Tu mujer, Isabel te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan’. Ahí estaba la bendición del Señor aunque aún no sabía todo lo que iba a significar aquel niño. ‘Te llenarás de alegría y muchos se alegrarán en su nacimiento’.
Zacarías quiere fiarse de la palabra de Dios que le llegaba en la voz del ángel pero no faltaban dudas. ‘¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada…’ Su corazón estaba lleno de dudas, porque muchos habían sido los sufrimientos y deseos hasta ahora, como nos llenamos de dudas nosotros tantas veces a pesar de que decimos que queremos confiar  en Dios, fiarnos de Dios. Nos parecen imposibles las maravillas que el Señor nos anuncia, la misión que quiere confiarnos, la llamada que nos hace al corazón. Tenemos que aprender a fiarnos, a dejarnos sorprender por el Señor, a dejarnos conducir por El que sabe bien a donde llevarnos y lo que podemos hacer, aunque nos parezca que somos unos instrumentos inútiles e inservibles.
La misión que se anunciaba para el niño que iba a nacer era grande. ‘Será grande a los ojos del Señor… se llenará del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá a muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías para convertir los corazones… preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Es el que viene delante. Un día nos dirá que detrás de él viene el que puede más que El, y que no es digno de desatarle sus sandalias, pero además nos señalará que en medio de nosotros está el que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Es el Precursor del Mesías, es el primer anuncio de la paz que llega, pero es necesario convertir los corazones al Señor para que podamos llegar a esa paz. Zacarías, si al principio se había sentido sobrecogido con temor ante la llegada del ángel, ahora con sus dudas sigue sin llegar a tener paz de verdad en el fondo de su corazón, pero al final verá la mano del Señor en cuanto le está sucediendo y le veremos cantar las bendiciones del Señor quien ya se ha llenado de esas bendiciones de Dios cuando el Señor le ha regalado un hijo. ‘No temas…’ le había dicho el ángel y ahora comenzaría a fiarse de sus palabras que habrían de cumplirse que era confiar en Dios y en la misión que le encomendaba. Ya seguiremos escuchando y meditando el relato evangélico.

¿Qué nos queda a nosotros ahora? Buscar esa paz para nuestros corazones queriendo escuchar a Dios en nuestro corazón. Escuchar al Señor con sinceridad y disponibilidad para aceptar su mensaje de salvación, para dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que también viene a nosotros, para llegar a convertir de verdad nuestro corazón al Señor. Es el camino y la tarea que hemos de intensificar en estos días que nos quedan para la celebración de la venida del Señor.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Disponibilidad de fe y amor como San José para descubrir el plan de Dios para nuestra vida

Jer. 23, 5-8; Sal. 71; Mt. 1, 18-24
El misterio que vamos a celebrar en la Navidad de la Encarnación y del Nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre nos manifiesta no sólo cómo Dios quiere ser Emmanuel, Dios con nosotros, que se hace presente en nuestra vida para manifestarnos su amor infinito y traernos la salvación, sino que al mismo tiempo nos está expresando cómo Dios quiere contar con el hombre en la obra de la salvación.
Siempre consideramos importante el Sí de María en la Anunciación, como pronto volveremos a meditar, pero escuchando el evangelio de hoy estamos contemplando cómo fue importante también el Sí de san José. Dios quiso contar con San José porque iba a tener una función muy importante en el Misterio de la Encarnación que estamos meditando y de cara a la obra de nuestra Redención. José era el padre de familia de aquel hogar de Nazaret donde había de nacer el Hijo de Dios hecho hombre, y donde aquel niño, que era el Hijo de Dios, pero como Hijo del Hombre habría de crecer en edad, estatura y en gracia ante Dios y los hombres. Y allí José tenía una función y una misión muy importante que realizar.
Hoy escuchamos uno de los momentos más extensos del evangelio en relación con la figura de José. ‘La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo’. Aquí entra la función de José en medio de sus dudas, pero también desde su fe profunda que le llevaba a obrar siempre bien y a abrirse al misterio de Dios.
‘José, su esposo, era bueno’, nos dice el evangelista. No quería hacer daño aunque grandes eran las dudas de su corazón, que se sentía atormentado por todo cuanto iba sucediendo. Quiere hacer las cosas bien.  Pero es un hombre de fe y sabe escuchar a Dios en su corazón. Y el Señor se le manifiesta a través del ángel del Señor en sueños. Se le revela el misterio de Dios que allí se está realizando, se está manifestando. ‘No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo’.Y José cree, asiente con fe y con toda su vida. Va a asumir plenamente las funciones de padre. ‘Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús porque El salvará a su pueblo de los pecados’. Era función del padre el poner el nombre a su hijo; recordemos lo que sucederá con Zacarías que será el que ponga el nombre al niño llamándole Juan.
Allí se está realizando y manifestando el misterio de Dios. Se cumplen las profecías. ‘La Virgen concebirá y dará a luz hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros’. Y José dice sí al misterio de Dios que se le revela. José colabora en la obra del Señor en aquello que Dios le está pidiendo. José es el hombre de la fe al mismo tiempo que el hombre del silencio, pero el hombre del amor grande que nunca quería hacer daño a nadie.
Cuántas lecciones para nuestra vida. Cómo hemos de crecer en nuestra fe abriéndonos al misterio de Dios para descubrir su voluntad, para realizar el querer de Dios en nuestra vida. Algunas veces nos cuesta descifrar los caminos del Señor y también nos llenamos de dudas sin saber qué hacer, sin llegar a vislumbrar bien lo que el Señor nos pide. Pero ahí tiene que estar nuestra fe, nuestro silencio para escuchar a Dios como lo hizo san José, nuestra disponibilidad y nuestra generosidad, nuestro querer hacer siempre el bien. Es lo que Dios siempre nos pedirá. Pueden ser cosas grandes o cosas pequeñas lo que el Señor  nos pida; a cada uno Dios nos tiene también una misión y una función, que siempre estará en beneficio de los demás.
En nuestra fe y en nuestra generosidad abrimos nuestro corazón a Dios para escucharle, para seguir sus caminos, para vivir con una intensa fe el devenir de nuestra vida de cada día. En cada momento o en cualquier circunstancia el Señor se nos estará revelando y dándonos a conocer lo que quiere de nosotros. Que haya en nosotros siempre esa disponibilidad de la fe y del amor.


martes, 17 de diciembre de 2013

Confesamos a Jesús, el hijo de David,  el hijo de Abrahán como el Hijo de Dios y nuestro Mesías Salvador

Gén. 49, 2. 8-10; Sal. 71; Mt. 1,1-17
La Navidad está cerca. Lo mismo que el Bautista anunciaba que el Reino de Dios estaba cerca porque era inminente la aparición del Mesías, así nosotros podemos decir hoy también: la Navidad está cerca. Sólo faltan ocho días y la liturgia se intensifica en su preparación para que todo esté a punto, para que nuestros corazones y nuestras vidas estén a punto.
La liturgia adquiere un ritmo nuevo y más intenso. Las oraciones, las antífonas, la Palabra del Señor que vamos escuchando ya nos están hablando de esa inminencia de la Navidad. Así por ejemplo las antífonas de las vísperas de cada día, sobre todo la antífona al cántico de María, que son las mismas que repetimos con el Aleluya antes del Evangelio, tienen un especial sabor donde vamos saboreando el misterio de Cristo que se nos manifiesta y se acerca a nosotros y nos hace hacer como una especial oración invocando, suplicando la llegada del Emmanuel que es nuestra Sabiduría, que es el Sol que nace de lo alto, el Rey de las naciones y deseado de todos los pueblos, por mencionar ahora alguna de esas invocaciones que iremos haciendo.
Pero también la palabra del Señor que iremos escuchando cada día tiene una especial resonancia en esa inminencia de la Navidad, porque iremos leyendo el principio del evangelio de Mateo, hoy y mañana, y luego todo el inicio del evangelio de Lucas con lo sucedido inmediatamente antes del nacimiento de Jesús, el anuncio del nacimiento del Bautista, el anuncio del ángel a María, su visita a Isabel, el nacimiento de Juan, etc…
Hoy el evangelio nos ha presentado la genealogía de Jesús según el relato del evangelio de san Mateo. El Jesús que confesamos como Hijo de Dios y que veremos nacer en Belén en unos días es ese deseado de las naciones y de manera especial del pueblo judío como Mesías salvador. Por eso hemos comenzado escuchando hoy: ‘Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán…’ para concluir diciéndonos que ‘de María, la esposa de José, nació Jesús, llamado Cristo’, el Mesías.
Jesucristo,  verdadero Dios y verdadero hombre, nacido en una familia concreta y en un pueblo concreto; se nos da su genealogía, pero al mismo tiempo se nos está señalando cómo hay una línea de continuidad desde Abrahán, el padre en la fe del pueblo de Israel, pasando por David para señalarnos así que es el Mesías anunciado, prometido y esperado como Salvador del pueblo judío pero también de todas las naciones.
Precisamente la primera lectura nos ha señalado esa línea de continuidad que luego veremos reflejada en la genealogía, pues Jacob señala a su hijo Judá como el que va a llevar el bastón del mando, como signo de que es él y no ningún otro de los hijos de Jacob del que ha de nacer el Mesías de Dios. Recordamos así lo que el ángel le anunciaba a María, como hemos escuchado tantas veces y volveremos a escuchar estos días, ‘el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de  Jacob para siempre…’
Confesamos así a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre; lo vemos entroncado en el pueblo judío siendo el Mesías Salvador, el Cristo; por eso decimos siempre para referirnos a Jesús esa palabra compuesta, Jesucristo, o lo que es lo mismo decir, Jesús es el Cristo, el Mesías, el Salvador.
Confesamos nuestra fe y queremos en verdad prepararnos con toda intensidad en estos días que nos faltan para la navidad para su celebración. Queremos que sea en verdad una celebración viva, profunda; no queremos quedarnos en lo superficial. Si confesamos que Jesús es nuestro Salvador es porque queremos llenarnos de su salvación, llenarnos de su gracia salvadora.

Todo lo que hemos venido reflexionando y orando a lo largo del tiempo del Adviento nos tiene que servir para esa renovación de nuestra vida. Pero no es solo lo que nosotros queramos hacer, sino lo que la gracia de Dios quiere realizar en nosotros. Para ello hemos de ir a buscar esa gracia, hemos de acercarnos a los sacramentos, hemos de sentir ese perdón de Dios que nos llena de su salvación; hemos de pensar entonces en el Sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia. Aprovechemos esa oportunidad de gracia que estos días se nos ofrece.

lunes, 16 de diciembre de 2013


Humildad, sinceridad, autenticidad para acercarnos a Dios

Núm. 24, 2-7.15-17; Sal. 24; Mt. 21, 23-27
La sinceridad en la vida o por el contrario la mentira o la falsedad son un valor y un contravalor que bien pueden definirnos a la persona y su madurez en la vida. La mentira es mucho más que decir una cosa por otra, una palabra por otra, sino que puede ser una actitud profunda que dejemos meter dentro de nosotros que denota esa falta de autenticidad y veracidad en lo que somos o en lo que hacemos.
Una de las alabanzas que incluso sus enemigos reconocerán de Jesús en alguna ocasión es su veracidad y su autenticidad, por así se manifiesta siempre en su relación a los demás no actuando por miedos ni conveniencias, sino mostrando siempre la sinceridad de su vida. En los cortos versículos que hoy hemos escuchado en el Evangelio Jesús viene a denunciar la falsedad, la falta de autenticidad, la hipocresía con que incluso se manifiestan ante Dios, en quien no hay engaño ni a quien podemos engañar porque nos conoce desde lo más hondo de nosotros mismos.
Le reclaman a Jesús la autoridad con que realiza lo que hace - en este caso es después del episodio de la expulsión de los mercaderes del templo -  pero Jesús que quiere desenmascarar la malicia que anida en el corazón de aquellos sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, les responde a su vez haciéndoles una pregunta sobre el sentido del bautismo de Juan. Es aquí donde se ponen a cavilar que respuesta mejor pueden dar, pero temen ser sinceros, temen lo que las gentes puedan opinar de ellos y optan por no dar ninguna respuesta. No fueron sinceros, auténticos, querían guardar las apariencias ante aquellos que les rodeaban lo que en el fondo es una hipocresía. Jesús no les responde tampoco.
Pero pensemos en nosotros; podríamos pensar en nuestra relación con los demás,  en la sinceridad o no con que nosotros nos mostramos ante los demás porque muchas veces también queremos guardar las apariencias, para que no piensen mal de nosotros, para que no descubran la verdadera realidad de nuestra vida; queremos mantener el tipo; cuántos miedos y cobardías. 
Pero tenemos que pensar en cómo nos presentamos nosotros ante Dios, con qué sinceridad nos ponemos ante El; cuántas promesas que no son sinceras y que sabemos que no vamos a cumplir; cuantos propósitos que se nos quedan en palabras porque realmente nosotros no ponemos verdadero empeño en hacer aquello que prometemos de ser mejores, de tener mejores actitudes, o de poner todo lo necesario para alejarnos de la tentación y del pecado.
Le reclamamos a Dios y nos quejamos incluso de que no nos escucha, cuando  nosotros no vamos con toda sinceridad ante Dios.  Una sinceridad que ha de partir de una auténtica humildad, para reconocer nuestra debilidad, nuestros fallos, incluso nuestro desamor y nuestro pecado. Una sinceridad para reconocer los dones de Dios, alejando de nosotros todo orgullo y vanidad; nos sentimos pequeños y hemos de reconocer ese actuar de Dios en nuestra vida con su gracia.
Qué buenos somos y cuántas cosas sabemos hacer, nos decimos tantas veces, olvidando lo que es el actuar de la gracia de Dios en nuestra vida que nos capacita y nos da fortaleza para lo bueno que tenemos que hacer. Esa humildad y sinceridad que nos ha de llevar a dejarnos hacer por Dios, a dejarnos conducir por El, porque muchas veces podemos tener la tentación de creemos que  nosotros si sabemos lo que tenemos que hacer  no necesitamos de esa inspiración del Señor. Esa humilde sinceridad nos ha de llevar siempre a dar gracias a Dios por cuantas maravillas va realizando en nuestra vida.

En este camino de Adviento, camino de esperanza pero camino de renovación de nuestra vida estos aspectos merece también que los revisemos, porque en ese camino del Señor que queremos recorrer para ir a su encuentro muchos valles y colinas tenemos que allanar y muchos senderos que enderezar.