sábado, 6 de julio de 2013

ODRE NUEVO PARA VINO NUEVO POR LA CONVERSION

Odre nuevo para el vino nuevo por la conversión de nuestro corazón al evangelio

Gén. 27, 1-5.15-29; Sal. 134; Mt. 9, 14-17
Seguir a Jesús y estar con Jesús es entrar en caminos de vida nueva y de alegría y gozo grande en el alma. Si en verdad queremos seguir a Jesús nuestra vida tiene que ser distinta; no es cuestión solo de hacer algunos arreglitos para que las cosas sigan de la misma manera. Cuando por la fe nos decidimos por Jesús, por seguirle, por vivirle todo tiene que cambiar, es una vida nueva en la que entramos y radicalmente hemos de hacer una transformación de nuestra vida.
No olvidemos que en su primer anuncio del Reino de Dios El nos pedía conversión. No son palabras bonitas o palabras circunstanciales porque llegaba el Mesías y se podría vislumbrar algo nuevo. Su invitación es clara y radical, conversión y fe. Y cuando hablamos de conversión estamos hablando de dar una vuelta total a nuestra vida, un cambio de rumbo radical. Y si llegamos a esa actitud profunda de conversión es porque ponemos toda nuestra fe en El. Esa es la Buena Noticia, ese es el Evangelio que hemos de creer y hemos de vivir, al que hemos de convertir totalmente el corazón.
De ahí las palabras que le escuchamos hoy en el evangelio. Por allí vienen diciéndole si sus discípulos, los que le siguen, ayunan o no ayunan, porque los discípulos de Juan ayunan y hacen penitencia y los discípulos de los fariseos son totalmente estrictos en sus ayunos. Pero Jesús les dice que si están participando en la fiesta de bodas de su amigo, ¿será posible que estén con caras tristes o caras de duelo? Si están participando en la fiesta de las bodas del amigo, lo normal es que estén con cara de fiesta, con alegría en el corazón. Y ese, nos dice, ha de ser el actuar de sus discípulos, la alegría y la fiesta porque nos hemos encontrado con Jesús y estamos queriendo vivir su vida y su salvación.
Esto realmente tendría que hacernos pensar mucho a los cristianos que parece muchas veces que vamos por la vida siempre con caras de duelo. No terminamos de manifestar ante el mundo la alegría de nuestra fe; es más, parece que algunas veces hasta queremos ocultarla, como si nos diera miedo manifestar que hemos puesto toda nuestra fe en Jesús y en El hemos encontrado el sentido de mayor plenitud para nuestra vida. Sí, hemos de manifestar felices de nuestra fe, convencidos y alegres por nuestra fe.
Pero nos está diciendo algo más Jesús en la respuesta que le da a los que venían con aquellas preguntas sobre el ayuno de sus discípulos. Nos habla de la novedad de vida que hemos de vivir desde que creemos en El y la radicalidad con que hemos de actuar en nuestra conversión a El y al evangelio. No valen remiendos, componendas, arreglitos para quedar bien o salir del paso. Cuando optamos por Jesús lo damos todo por El.
Cómo  nos gustan esos arreglitos y componendas. Yo ya cumplo, decimos, porque quizá hacemos en algún momento alguna cosa buena. Pero no se trata de cumplimientos, buscando unos límites mínimos a los que tenemos que llegar o a unas rayas que no podemos traspasar. Es algo más profundo el seguimiento de Jesús porque es una vida que tenemos que vivir. Y cuando andamos con esos raquitismos de límites mínimos o rayas que no podemos traspasar estamos indicando la pobreza de nuestro seguimiento de Jesús.
Hoy nos habla claramente de no poner remiendos que siempre nos van a dejar una peor figura. Hoy nos habla de odres nuevos para vino nuevo. Es la vida nueva del evangelio; es la vida nueva de la gracia; es el sentido y el estilo del evangelio; es la manera de vivir de Jesús, porque no queremos hacer otra cosa que parecernos a Jesús; más aún, configurarnos con Cristo porque es su misma vida la que vamos a vivir.

Recordemos aquel primer milagro que Jesús realizó en Caná de Galilea; el vino nuevo que Jesús ofreció en aquella boda. Ya nos decía el evangelista que tras ese primer signo muchos creyeron en El. Bebamos ese vino nuevo que Cristo nos ofrece en el Evangelio; vivamos esa vida nueva de la gracia con la que transforma nuestra vida; seamos ese odre nuevo para ese vino nuevo porque en verdad convirtamos nuestro corazón al Señor.

viernes, 5 de julio de 2013

los que tienen un corazon limpio

Los que tienen un corazón limpio de maldad disfrutarán de la misericordia

Gén. 23, 1-4.19; 24, 1-8.62-67; Sal. 105; Mt. 9, 9-13
La dureza del corazón nos impide ver y conocer lo que es la misericordia. Lo estamos viendo en algunos de los que rodeaban a Jesús. Ayer se nos manifestaba la misericordia de Dios en Jesús cuando no solo curaba al paralítico que llevaron a su presencia, sino que principalmente le daba la paz del perdón.
‘Perdonados son tus pecados’, fueron las palabras de Jesús que no llegaron a comprender aquellos letrados que siempre estaban como con la vara en alto para juzgar y condenar. Pero Jesús manifiesta que El ha venido a hacer presente el amor misericordioso de Dios, que ya se nos manifestaba en el Antiguo Testamento también como ‘compasivo y misericordioso, lento a la ira  y rico en clemencia’.
Por el mismo camino va el mensaje del evangelio de hoy. Primero, porque Jesús busca a la persona, no le importa la condición que tenga o como sea, porque por encima de todo está su amor; llama a Mateo para que le siga y forme parte del grupo de los Doce; no le importa a Jesús la mala fama que puedan tener los recaudadores de impuestos, ni que sea alguien considerado algo así como un paria de la sociedad, tal era el desprecio que los judíos sentían por los recaudadores de impuestos que los llamaban publicanos y pecadores. Jesús quiere contar con Mateo, en el que veremos una disponibilidad admirable. ‘Se levantó y lo siguió’.
Pero se sigue manifestando el amor y la misericordia de Jesús en lo que sigue a continuación. Se sienta a la mesa en casa de Mateo y ‘muchos publicanos y pecadores que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos’. Y aparecen de nuevo los corazones cerrados que no saben comprender lo que es la misericordia. ‘Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’ Es la incapacidad de ver y comprender lo que es la misericordia. Y aparece el juicio, y aparece la condena.
‘Aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios: que no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores’. Es que el Señor nos ama, aunque nosotros seamos pecadores; El ha venido para traernos la salvación. Jesús es la oferta eterna e infinita del amor de Dios que se derrama sobre nosotros que somos pecadores. Nos manifiesta el rostro misericordioso de Dios. Es el médico que nos viene a curar, a sanar, a salvar, a dar vida.
‘Aprended…’ nos dice el Señor. Damos gracias a Dios porque en Jesús se  nos manifiesta su misericordia y su amor y nos sentimos confortados en lo más hondo de nosotros mismos. Nos sentimos pecadores y en cierto modo abrumados por  nuestros pecados e infidelidades, pero al mismo tiempo estamos viendo esa mano de misericordia que se tiende hasta nosotros para levantarnos. Jesús en su amor quiere seguir contando con nosotros porque nos ama y sabe que en su amor nos sentimos redimidos, renovados, con ansias de nueva vida.
Pero hemos de aprender, como nos dice hoy Jesús, porque esas tienen que ser nuestras actitudes, los valores por los que rijamos nuestra vida, nuestra nueva manera de actuar. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar y para condenar si somos también pecadores? ¿Por qué vamos a cerrar nuestro corazón y no aprender a tener también misericordia y compasión hacia los demás, como queremos que tengan misericordia y compasión con nosotros, como Dios tiene compasión y misericordia con nosotros?

Disfrutemos de la misericordia de Dios siendo nosotros misericordiosos con los demás; llenemos nuestro corazón de ternura, de comprensión, de compasión y nos sentiremos con paz. Quien es receloso y resentido, quien está con el ojo avizor para juzgar y para condenar a los demás en lo más mínimo no podrá tener paz en su corazón, no sabrá disfrutar de la paz que el Señor quiere concedernos. Por eso, los limpios de corazón verán a Dios, que nos decía Jesús en las bienaventuranzas. Con ese corazón abierto y limpio de maldad aprenderemos de verdad a saborear el amor y la misericordia de Dios.

jueves, 4 de julio de 2013

Reconozcamos las maravillas del Señor al regalarnos su perdón

Reconozcamos las maravillas del Señor al regalarnos su perdón

Gén. 22, 1-19; Sal. 114; Mt. 9, 1-8
‘La gente se quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad’. Es la reacción de la gente sencilla ante lo que había sucedido. Pero no todos habían reaccionado de la misma manera. No siempre somos capaces de ver y reconocer las maravillas del Señor. Es necesario abrir los ojos de la fe para descubrir que es lo que realmente el Señor quiere ofrecernos, cuál es lo mejor.
Le han llevado un paralítico a Jesús para que lo cure. Mateo es más escueto que Lucas en los detalles al narrarnos este episodio. En lo esencial coincide el mensaje y se resalta la fe de los que llevaron el paralítico a los pies de Jesús. Pero lo primero que Jesús ofrece aquel hombre paralítico acostado en su camilla es el perdón. ‘Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: ¡ánimo, hijo! Tus pecados están perdonados’. Y es aquí donde está la primera reacción de algunos letrados.
Recuerdo un hecho; un sacerdote iba por una carretera cuando ve un tumulto de gente en la orilla y muchos coches que se han detenido. Como se percató de que había sucedido algún accidente también se detuvo. Había un hombre al que habían sacado del agua con síntomas de ahogamiento y muchos alrededor trataban de auxiliarlo. El Sacerdote se acercó también y viendo que la situación era grave llegó con su mano a la frente del accidentado y lo ungió con el óleo del sacramento y le dio la absolución. La gente que estaba alrededor lo miró extrañado porque esperaba que quien llegaba pudiera ofrecerle otro auxilio sanitario en la situación en que estaba, pero no entendían lo que el sacerdote había realizado. Pensaban quizá que no era aquello lo que aquel hombre necesitaba sino un auxilio médico. ¿Qué sería lo más importante que aquel hombre necesitaría?
Recordé este hecho al escuchar la reacción de los letrados ante lo que Jesús estaba ofreciendo a aquel paralítico. Les hubiera parecido más normal y hasta más fácil quizá que Jesús hubiera curado a aquel hombre de su invalidez. Pero no era lo que en principio había hecho Jesús. Había perdonado sus pecados. Motivo incluso para llamarlo poco menos que blasfemo porque pensaban que Jesús se estaba atribuyendo unos poderes divinos que ellos pensaban que no tenía.
¿Qué esperamos nosotros de Jesús cuando acudimos a El? ¿qué es lo que buscamos? Con qué facilidad solo pensamos en auxilios temporales o materiales. Como aquellos hombres para quienes lo único que podía necesitar aquel hombre que se debatía entre la vida y la muerte eran unos auxilios sanitarios. La salvación que Jesús nos ofrece es algo mucho más hondo y más importante para nuestra vida.
Claro que le tenemos que pedir al Señor también desde nuestras necesidades materiales o desde el dolor y el sufrimiento de nuestra enfermedad o nuestras limitaciones físicas. Hemos de saber contar con El y a El acudimos con fe y con confianza. Los que llevaban al paralítico para que Jesús lo curara iban con su corazón lleno de fe, de manera que el evangelista nos destacará que Jesús se fijó en la fe de aquellos hombres.
Pero cuando Jesús nos remedia en esas necesidades materiales o nos ayuda en esas situaciones de limitación o carencias en las que podamos vivir, nos está queriendo abrir los ojos para que veamos más allá y nos demos cuenta de esas otras limitaciones, sufrimientos o muerte que podamos tener dentro de nuestro corazón. Los milagros que Jesús realiza son signos de ese otro milagro de gracia que Jesús quiere realizar dentro del corazón del hombre cuando nos ofrece su salvación.
‘¿Por qué pensáis así?’ les dice Jesús. ‘¿Qué es más fácil decir: tus pecados están perdonados o decir levántate y anda?’ ¿Quién puede darnos o quitarnos la vida sino Dios? ¿Quién es el que puede milagrosamente curarnos de nuestra enfermedad sino Dios? ‘Pues, para que veáis que el Hijo de Hombre tiene poder para perdonar pecados - dijo dirigiéndose al paralítico -: ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa’.

Démosle gracias al Señor que tales maravillas quiere realizar en nuestra vida cuando nos ofrece y nos regala su perdón.

miércoles, 3 de julio de 2013

las dudas de santo tomas nos hacen proclamar nuestra fe

Cimentados en la fe de los Apóstoles las dudas de Santo Tomás nos hacen proclamar firmemente la fe

Ef. 2, 19-22; Sal. 116; Jn. 20, 24-29
El pasado sábado, cuando celebrábamos la fiesta de los apóstoles san Pedro y san Pablo, escuchábamos a Jesús que nos hablaba de la piedra sobre la que iba a fundamentar su Iglesia, en referencia al apóstol Pedro. Hoy cuando estamos celebrando la fiesta de otro apóstol, Santo Tomás, hemos escuchado en la carta a los Efesios que san Pablo nos habla de que estamos ‘cimentados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas’ y nos recuerda que ‘el mismo Cristo Jesús es la piedra angular’.
Es la importancia que le damos en la Iglesia a las fiestas de los Apóstoles. Somos una Iglesia, cuya una de sus características es ser precisamente apostólica. Somos herederos de la fe de los apóstoles; en ellos entroncamos nuestra fe para llegar a Cristo que es verdaderamente la piedra angular de nuestra fe, porque es en Cristo en quien encontramos la salvación.
En Cristo quedamos ensamblados, como nos dice san Pablo, para formar ese edificio de de nuestra fe, ese edificio que es la Iglesia en la que vivimos, celebramos y alimentamos nuestra fe. A través de los Apóstoles nos ha llegado el conocimiento de esa fe, el conocimiento de Cristo, puesto que a ellos se les confió la misión de ir por el mundo anunciando el evangelio, anunciando el nombre de Jesús, el único en quien encontramos la salvación, porque no hay ningún otro nombre que nos pueda salvar.
Hoy estamos celebrando al apóstol santo Tomás. Su figura, en lo poco incluso que nos dice el evangelio de él, es para nosotros estimulando, porque le vemos como uno de nosotros con sus dudas y preguntas, con sus deseos de ver claramente aunque no siempre lo conseguía y también con su búsqueda de una verdad que incluso él quería palpar con sus propias manos. Sus dudas e interrogantes nos ayudarán a proclamar con mayor intensidad nuestra fe.
Serán las preguntas que le hace a Jesús en la última cena, cuando le pide que le enseñe el camino para ir al Padre. Jesús les está hablando de conocer al Padre y de ir al Padre y es por lo que surge ese interrogante dentro de él queriendo saber bien a donde va y conocer el camino. Ya sabemos la respuesta de Jesús; el camino es Jesús mismo porque conociendo a Jesús conoceríamos también al Padre.
La duda vendrá más tarde después de la resurrección. No estaba presente cuando Cristo resucitado se les manifiesta por primera vez en el cenáculo y ante la insistencia del resto de los apóstoles de que Jesús resucitado ha estado allí, el pide poder tocar y palpar con sus dedos y con sus manos las llagas de la cruz de Jesús. En el encuentro definitivo con Jesús surgirá la hermosa confesión de fe, ejemplo y modelo de la confesión y proclamación de nuestra fe. ‘¡Señor mío y Dios mío!’
Queremos nosotros proclamar nuestra fe y hacerlo con firmeza y claridad, pero ya sabemos cómo tantas veces las dudas se nos meten en el alma y se nos ciegan los ojos del corazón. Hoy miramos a Tomas y aprendemos de él. Aprendemos incluso en aquello que él no supo hacer que fue fiarse de los que le decían que estaba vivo y que lo habían visto. Hemos de aprender a fiarnos, es aspecto fundamental de nuestra fe, y confiamos en aquellos que desde lo que han vivido y experimentado nos quieren trasmitir.
No es cerrar los ojos de una forma obtusa, sino fiarnos y abrir nuestro corazón, porque así llegará Dios a nosotros y podremos al final también experimentarlo por nosotros mismos allá en lo hondo del corazón. Si cerramos nuestra mente, si no aprendemos a fiarnos, si  no aprendemos a tener confianza, nos estaremos cerrando al misterio de la fe; si no somos capaces de aceptar lo que los hermanos creyentes tratan de trasmitirnos desde su vida, nos estamos cerrando al misterio de Dios y difícil será que lleguemos a experimentarlo también nosotros en el corazón y a hacer en consecuencia de una forma personal nuestra confesión de fe.
Al final de la misa vamos a pedir que ‘cuantos hemos confesado por la fe a Jesús como nuestro Dios y Señor, como santo Tomás, le sigamos proclamando ante los hombres con nuestra vida y nuestras obras’.


martes, 2 de julio de 2013

que se despierte nuestra fe

Que se despierte nuestra fe, aunque parezca que el Señor está dormido está siempre a nuestro lado

Gén. 19, 15-29; Sal. Sal. 25; Mt. 8, 23-27
‘Jesús subió a la barca y los discípulos lo siguieron’. Está el hecho cronológico o histórico como nos parezca decir de querer cruzar el lago en barca de un lugar a otro como ya se nos adelantaba en versículos anteriores.
Pero en el relato ha ido apareciendo cómo se le iban agregando discípulos a Jesús, gente que al escuchar sus palabras y sobre todo ver su vida querían seguirle, querían estar con él. En los versículos anteriores, paralelos al texto que escuchábamos el pasado domingo, habíamos visto algunos que voluntariamente se ofrecían para seguir a Jesús - ‘te seguiré adonde vayas’, le había dicho uno - mientras a otros los invitaba Jesús a seguirle.
Es por aquí, en este aspecto de los discípulos que querían seguir a Jesús o a los que Jesús invitaba a seguirle, es por donde vamos a hacer la lectura de este episodio que hemos escuchado. ‘Jesús subió a la barca y los discípulos lo siguieron’. Nosotros también queremos subirnos a la barca, queremos ir con Jesús, nos embarcamos en esa tarea hermosa e ilusionante de querer vivir como un verdadero discípulo de Jesús.
Muchas veces también cuando comentamos este episodio hablamos de esa barca que es la Iglesia en la que estamos todos embarcados y que también se ve zarandeada por las olas de la vida, de las dificultades, de las tentaciones que vamos soportando cuando deseamos seguir a Jesús y ser fieles. Es cierto que nos gustaría que, dado que nos hemos decidido por seguir a Jesús y hemos optado por el camino del evangelio, el camino no se nos hiciera difícil; con nuestro entusiasmo y con nuestro amor queremos vivir nuestra vida cristiana, pero bien sabemos las tentaciones que hemos de soportar.
Queremos, es cierto, hacer esa travesía con Jesús, todo lo que es nuestra vida cristiana; queremos ir plasmando en nuestra vida todo lo que nos va enseñando Jesús en el evangelio; querríamos vivir con un amor como el que El nos tiene y nos enseña, pero bien sabemos que nos cuesta, que aparecen las tentaciones y las dificultades; bien sabemos que nos vienen los cansancios y las rutinas y fácilmente nos puede suceder en ocasiones que todo lo veamos oscuro.
Cuando surgió el temporal fuerte en medio del lago - lo que era en cierto modo habitual en aquel mar de Galilea por las corrientes de los vientos y las temperaturas extremas que en aquella depresión del Jordán aparecen con frecuencia - los discípulos asustados se sintieron como si Jesús no fuera con ellos y tuvieran peligro de hundirse en medio de aquel vendaval. ‘De pronto se levantó un temporal tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas, mientras Jesús dormía’.
Es cuando gritan asustados despertando a Jesús. ‘¡Señor, sálvanos que nos hundimos!’ Estaban tan asustados que les parecía que iban a perecer mientras Jesús no hacia nada por ellos. Nos sucede cuando nos vemos envueltos en problemas y la vida se nos hace cuesta arriba; nos parece todo tan negro que creemos que no vamos a salir de aquella situación. Nos pasa en muchos aspectos de nuestra vida: problemas familiares, problemas en el trabajo, situación social en la que vivimos, contratiempos en la convivencia con los que nos rodean. Muchas son las situaciones y las circunstancias.
‘¡Cobardes!’, les dice Jesús. ‘¡Qué poca fe!’ Con Jesús llegaría la calma. Acobardados nos vemos en los caminos de la vida. ¿Sabremos ver y sentir la presencia de Jesús y con El a nuestro lado no perder nunca la paz? ¿Nos faltará fe para darnos cuenta de que no nos falta la presencia de Jesús en el camino de nuestra vida y lo que tenemos que hacer es invocarle? Algunas veces, es cierto, no parece que seamos creyentes, porque la fe parece que se oculta y no actuamos como personas de fe.

Tenemos que despertar nuestra fe. Tenemos que darnos cuenta de la presencia de Dios continuamente a nuestro lado. Tenemos que ser conscientes de que la gracia del Señor nunca nos va a faltar. Que se despierte nuestra fe. Que aunque nos parezca que el Señor está dormido, El está siempre a nuestro lado. No dudemos en nuestro seguimiento de Jesús. Vayamos con El cruzando siempre los mares de la vida y dejando la estela de nuestra fe.

lunes, 1 de julio de 2013

Ejemplo de oración de Abrahán, el amigo de Dios, que intercedía por la salvación del pueblo pecador

Gén. 18, 16-33; Sal. 102; Mt. 8 18-22
Es hermosa la relación que se mantiene entre Dios y Abrahán. La Biblia usa un lenguaje antropomórfico (lenguaje que emplea figuras humanas como imagen de la divinidad) para presentarnos a Dios y su relación de amistad con Abrahán; se le manifiesta Dios en la figura de unos personajes humanos a los que en su hospitalidad Abrahán acoge en su tienda y con los que dialoga.
Es el texto hermoso que hubiéramos escuchado el pasado sábado en que Dios se le manifiesta ‘junto a la encina de Mambré mientras él estaba sentado junto a su tienda. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos corrió a su encuentro desde la puerta de su tienda y se prosternó en tierra…’ Es una imagen clásica en una pintura que se nos representa para hablarnos incluso de la Trinidad de Dios.
Entonces Dios le anuncia a Abrahán que finalmente va a ser padre, cumpliendo la promesa que le había hecho. ‘Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo’, le anuncia Dios. Hoy escuchamos el anuncio del castigo de Sodoma a causa de su maldad y pecado. Parece como que Dios quiere contar con Abrahán diciéndole lo que va a hacer. Pero se establece un hermoso diálogo y puja entre Abrahán y Dios puesto que el patriarca quiere salvar a toda costa a aquella gente del castigo de Dios. Es una hermosa oración de intercesión en la que va pujando a la baja para que en virtud de los pocos justos que haya en la ciudad se vea liberada del castigo.
Creo que en todo esto que estamos subrayando hay un hermoso mensaje y lección para nosotros. Nos está hablando del sentido de nuestra relación con el Señor y de nuestra oración. Nos prosternamos ante Dios reconociendo su grandeza e inmensidad, porque eso no lo podemos nunca olvidar, pero Dios nos da suficiente confianza, por así decirlo, en su amor como para que mantengamos con El una relación de confianza, esperanza y, podríamos decir, amistad. Ya nos dirá Jesús que no nos llama siervos sino que nos llama amigos porque El ha descargado todo lo que lleva en su corazón en nosotros revelándose a sí mismo y revelándonos a Dios. De ahí lo entrañable que ha de ser siempre nuestra oración al Señor, porque, como decía santa Teresa, estamos tratando con aquel que sabemos que nos ama.
Y aquí quisiera fijarme además en lo que hemos escuchado de esa oración de intercesión de Abrahán por aquel pueblo pecador. Algo que hemos de tener en cuenta en nuestra oración, en la que nosotros vamos a acudir a Dios pidiendo por nosotros, sino que nuestro corazón ha de estar abierto a las necesidades de los demás, para rezar a Dios por ellos. Pero en este caso, además, para rezar por los pecadores. Tendríamos que convertirnos con nuestra oración siempre en intercesores que, aunque nos sentimos nosotros también pecadores, pidamos por la conversión de los pecadores. Como lo hizo Abrahán que intercedía por aquel pueblo que sabía que Dios iba a castigar. Como lo hizo Jesús desde la cruz en la que no solo perdonaba a los que lo estaban crucificando sino que además intercedía por ellos al Padre disculpándolos incluso porque no sabían lo que hacían.
Me viene a la memoria el recuerdo de la Virgen, atenta siempre a las necesidades de los demás como la vemos en el evangelio. Pero si nos fijamos en las grandes apariciones de la Virgen y como constancia quedan esos lugares emblemáticos de la devoción a la Virgen, ella siempre nos pide que recemos por los pecadores y por la conversión del mundo. Podíamos citar a Lourdes y Fátima porque eso le pedía ella tanto a Bernardita en Lourdes como a los pastorcitos de Fátima; pero de igual manera en otros lugares a lo largo y ancho del mundo.

Tomemos ese ejemplo que hoy nos da Abrahán. Recojamos esa petición que nos hace la Virgen. Démosle ese sentido hermoso de intercesión a nuestra oración, pero de intercesión en especial por los pecadores. Seamos esos amigos de Dios por la intensidad y la intimidad de nuestra oración y que nos hagamos intercesores que pedimos por la conversión de los pecadores.

domingo, 30 de junio de 2013

Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén y con Jesús nosotros queremos caminar

1Reyes, 19, 16.19-21; Sal. 15; Gál. 5, 1.13-18; Lc. 9, 51-62
‘Cuando se iba cumpliendo el tiempo… Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén’. Hay momentos que son decisivos en los que hay que tomar una determinación y no se puede uno andar con excusas para quedarse atrás o dejar las decisiones para otros momentos. Jesús sabía lo que significaba su subida a Jerusalén. Más adelante le veremos anunciar lo que va a suceder e incluso en momentos los discípulos se extrañarán de su determinación de manera que iba delante de ellos como si fuera con prisa.
Nos enseña mucho este pasaje del evangelio. El mensaje lo tenemos en esa determinación de Jesús pero en lo que luego va sucediendo o le va pidiendo a quienes se acercan a El porque quieren seguirlo. No podemos andar ni con medias tintas ni tampoco dejándonos arrastrar por los malos momentos que nos pueden hacer reaccionar de malos modos. Es lo que veremos que va sucediendo y que será para nosotros como una hermosa parábola, o un hermoso mensaje para muchos momentos y determinaciones que hemos de tomar en la vida.
Digo reaccionar de malos modos porque fácilmente nos puede suceder cuando nos llevan la contraria o se enfrentan a nuestras decisiones. Hemos de saber sobreponernos en los momentos difíciles en los que podamos encontrar oposición desde algún ángulo o faceta de la vida. No tendríamos que perder la paz en el corazón para dejarnos arrastrar por posturas o gestos violentos. Como les sucedió en ese primer momento a los discípulos.
‘Envió mensajeros por delante, dice el evangelista. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no los recibieron, porque se dirigía a Jerusalén’. Vuelven a aparecer las consabidas desconfianzas, reticencias y enfrentamientos entre judíos y samaritanos, como hemos visto en otra ocasión. Y la reacción de los discípulos fue la violencia, los malos modos que decíamos.
Santiago y Juan - los hijos del trueno como los llamaría Jesús - ya estaban dispuestos a castigos divinos. ‘¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?’ Muy subidos andaban ellos en los pedestales de los poderes que les había dado Jesús cuando los envió a predicar. Pero ésa no es la manera de actuar de Jesús ni de quien se dice discípulo de Jesús y quiere seguirle. ‘El se volvió y los regañó’.
Jesús va delante en su subida a Jerusalén enseñándonos el camino. Ya entendemos que no era el camino geográfico que todos conocerían bien porque muchas veces habían hecho. Es el camino del seguimiento de Jesús. Y si no podemos responder con violencia a los contratiempos que tengamos que sufrir en la vida también hemos de aprender también que siguiendo a Jesús no buscamos ni apoyos humanos ni que se nos resuelvan milagrosamente aquellas situaciones difíciles o problemas con que nos encontremos. Seguimos a Jesús porque lo amamos y queremos seguir sus huellas empapándonos de su vida, aunque ello signifique que las comodidades no van a estar de nuestro lado. Será necesario un desprendimiento y una austeridad en la vida que nos hará encontrar el verdadero valor de lo que hacemos al seguir a Jesús.
‘Te seguiré adonde vayas’, le dice uno que se ofrece por sí mismo para seguir a Jesús. ‘Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza’, fue la respuesta de Jesús. No sabemos si aquel voluntario al final siguió o no siguió a Jesús, pero ahí nos ha dejado ver Jesús cual ha de ser nuestra actitud profunda. Porque estemos con Jesús no significa que tengamos de antemano todos los problemas resueltos. Eso nos creemos algunas veces cuando decimos que el Señor no nos escucha o que a tanto bueno como nosotros hacemos no encontramos luego una compensación de suerte o de beneficio en la vida ordinaria. ¿Por qué buscamos a Jesús y queremos seguirle? ¿Simplemente para tener suerte en la vida?
Jesús cuando ha tomado esa determinación de subir a Jerusalén aún no esta enseñando más. Nada la detiene en el camino. No deja las cosas para mejores momentos. Nuestras dudas e indecisiones nos hacen andar muchas veces así. Encontramos disculpas siempre para dejar las cosas para otro momento. Ya habrá tiempo, pensamos muchas veces.
Ahora es Jesús el que invita a alguien a seguirle, pero éste quiere dejar arregladas todas las cosas antes de seguir a Jesús. ‘Déjame primero ir a enterrar a mi padre’. A lo que Jesús radicalmente le dirá: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios’. Será doloroso en ocasiones arrancarse de donde estamos o de lo que estamos haciendo, pero si el Señor nos habla en el corazón y nos llama con prontitud hemos de seguirle. Lo contrario sería quedarnos en situación de muerte y nosotros estamos llamados a la vida y a sembrar vida.
El que ha emprendido el camino tiene su mirada puesta en la meta y en lo que tiene por delante. No nos vale estarnos parando para mirar atrás a ver lo que hemos dejado. Si emprendemos una tarea es en esa tarea en lo que tenemos que empeñarnos. No nos valen añoranzas de lo que hicimos en otra ocasión o el pensar que tenemos que hacer como hacíamos antes. Ni nos vale estar contando todo lo que hicimos en otra ocasión. Es un camino de vida y el vivir ese seguimiento de Jesús nos renueva.
‘Otro le dijo: Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia… El que echa mano en el arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios’. Nos encontramos muchas veces con actitudes y posturas de añoranza en esta tarea del cristiano en medio del mundo y de la Iglesia. Las mismas dificultades que vamos encontrando en el momento presente nos hacen estar echando esa mirada atrás pero tenemos que saber responder en el ahora y el hoy de nuestra vida y tarea a ese reto que se nos plantea del anuncio del Reino. Los problemas son los de hoy, no los de ayer, y las respuestas tenemos que darlas hoy porque el mensaje del Evangelio es Buena Noticia en cada momento en que se proclama.
Es una tarea y una respuesta que no damos por nosotros mismos, cualquiera que sea la situación. Es dejar al Espíritu divino que actúe en nuestra vida y a través de nosotros vaya actuando con su gracia en nuestro mundo. Por eso siempre en nuestro seguimiento de Jesús vamos invocando el Espíritu divino en todo momento para que nos dé la fuerza de su gracia, para que nos ilumine y fortalezca en cada momento.
Jesús tomó la decisión de subir a Jerusalén y con Jesús nosotros queremos caminar sin búsquedas interesadas, con generosidad de corazón, con decisión y sin retrasar nuestra respuesta dejándonos iluminar por su Espíritu con la novedad del Evangelio, la buena noticia que nosotros queremos hoy trasmitir. Que no nos falte nunca la fuerza del Espíritu.