martes, 4 de junio de 2013

La sinceridad, la humildad, la rectitud hacen un mundo mejor

Tobías, 2, 10-23; Sal. 111; Mc. 12, 13-17
‘Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa nadie: porque no te fijas en las apariencias, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente’. Aunque sabemos que sus intenciones no eran buenas, porque estaban llenas de hipocresía y falsedad, sin embargo hacen una hermosa afirmación de Jesús. Hablan de su sinceridad y su rectitud. Tendría que hacernos pensar.
Recordamos que Jesús nos dirá en el Evangelio que El es la Verdad y la Vida. En Jesús no cabe la falsedad y la mentira. Como a Jesús tampoco podemos ir desde nuestras falsedades y mentiras. Jesús es la verdad y Jesús nos conoce desde lo más hondo de nosotros mismos. Esa sinceridad y esa rectitud le llevarían a ser odiado por los hijos de las tinieblas que no pueden aguantar la luz; rechazan la luz y todo lo que pueda conducirnos a la luz; por eso rechazan a Jesús.
Una primera consideración que tendríamos que hacernos habría de ir por este sentido. Que obremos siempre con sinceridad y según la verdad; que no nos dejemos confundir nunca por las apariencias y ya no es simplemente que no nos dejemos engañar por las apariencias de los demás, sino que nosotros mismos no ocultemos la verdad de nuestra vida detrás de ese velo falso de las apariencias. Es la rectitud con que hemos de actuar en todo momento; es no dejarnos comprar nunca por ningún plato de lentejas de falsedades y disimulos. Que podemos tener esa tentación. Juzgamos y condenamos fácilmente a los demás cuando nos parece que están actuando desde las apariencias y la vanidad, pero luego nos sentimos tentados a actuar también en muchas ocasiones de esa forma.
La vanidad nos puede seducir porque nos agradan los halagos y las alabanzas. Y alimentados por esas vanidades llenamos al mismo tiempo nuestro corazón de orgullo y de soberbia; con qué facilidad pretendemos subirnos a pedestales queriendo mostrar lo que no somos, alimentando nuestro ego que nos endiosa y nos llena de soberbia.
Cuando se nos mete el orgullo y la soberbia en el corazón vamos arrasando cuanto encontremos a nuestro paso, o más aún, vamos arrasando y destruyendo a cuantos se crucen en nuestro camino y nos puedan hacer sombra. Por algo decimos que son pecados capitales. Son generadores de egoísmos, de insolidaridades, de violencias, de malos tratos a nuestros semejantes, de mentira, de injusticia, de pasiones descontroladas… y podríamos seguir haciendo una lista bien grande de los males que vamos provocando.
Los caminos de la sencillez, de la humildad, de la sinceridad, aunque a veces nos cueste abajar nuestros orgullos, sin embargo son los caminos que contribuyen mejor a la felicidad y al bienestar de todos. Nos sentiremos nosotros bien cuando actuamos así con sinceridad y sencillamente, pero haremos agradable nuestra presencia ante los demás y contribuiremos así a su felicidad. Ya sabemos lo desagradable que es estar al lado de una persona orgullosa y vanidosa y lo insoportable que se puede volver el estar a su lado, pues con nuestra sencillez y con nuestra humildad hagamos agradable la vida de los que nos rodean.
Otras consideraciones podríamos hacernos con las preguntas que le plantean a Jesús, pero ahí tenemos tajantes lo que son sus respuestas. La reflexión primera que nos hemos venido haciendo creo que nos puede ayudar mucho, sin embargo. Que todo sea siempre para la gloria del Señor. Humanamente tenemos unas responsabilidades en esa sociedad, en esa comunidad humana en la que vivimos que no podemos nunca desatender, porque sería además enterrar los talentos que el Señor nos ha dado para mejorar nuestro mundo. Pero siempre por encima de todo la gloria del Señor. ‘A Dios lo que es de Dios’, que respondió Jesús.


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