martes, 19 de febrero de 2013


Palabra y oración, diálogo de amor con Dios

Is. 55, 10-11; Sal. 33; Mt. 6, 7-15
‘Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso…’ Palabras sorprendentes de Jesús cuando nos habla de la oración. Nos dirá en otros momentos ‘pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá… porque quien pide recibe y a quien llama se le abre…’ Y nos habla muchas veces de la perseverancia en la oración. ¿Están en contradicción unas y otras palabras? De ninguna manera.
Quiere Jesús que nuestra oración sea auténtica, viva, profunda. Es cierto que son muchas las cosas que hemos de pedirle al Señor, pero nuestra oración no puede quedarse solo en peticiones, ni en solo peticiones de cosas materiales.
La oración ha de ser como un diálogo de amor, de quien se siente amado y que al mismo tiempo quiere amar con toda profundidad, con toda intensidad a quien le ama. Por eso, cuando nos enseña a orar de alguna manera nos está enseñando a disfrutar de la presencia del amado, de la presencia de Dios en nosotros, con nosotros, en lo más hondo de nuestra vida; y su presencia es una presencia de amor que nos llena de luz y de vida.
Por eso en la oración que Jesús nos enseña hacer la primera palabra que hemos de saborear en ‘padre’. Es saborear más que una palabra; es saborear una presencia llena de amor. De un padre nos sentimos queridos; a un padre siempre le ofreceremos todo nuestro amor. Es la necesaria correspondencia.
Y no olvidamos que ese padre que nos ama es Dios; el Creador y todopoderoso, que lo llena todo con su inmensidad y con su sabiduría; el Dios que nos manifiesta su gloria en sus obras, las obras de toda la creación, y la obra preferida de su creación que somos nosotros; es el Dios que nos ama con un amor infinito y no se cansará nunca de ese amor que nos tiene de manera que a pesar de nuestras infidelidades y de que tantas veces rompemos esa cadena de amor, sigue amándonos ofreciéndonos su gracia y su perdón, regalándonos a su Hijo para darnos su salvación.
Por eso le decimos ‘padre’ y al tiempo queremos dar gloria siempre a su santo nombre; decimos ‘padre’ y queremos hacer en todo su voluntad; decimos ‘padre’ y al abrir nuestro corazón a su amor lo estamos abriendo a su Palabra de vida que queremos siempre escuchar; decimos ‘padre’ y sentimos que es nuestro único Señor y eso lo querremos proclamar con toda nuestra vida y es por eso por lo que decimos que queremos vivir en su Reino que llega a nosotros.
No hacen falta muchas palabras; solo una es necesaria, que sepamos decir ‘padre’ en su más hondo sentido y ya todo surgirá casi como de espontáneo de nuestro corazón, o mejor, todo nos vendrá desde el corazón de Dios que es un corazón de padre que nos ama y nos llenará siempre de su gracia y de sus bendiciones. Decimos ‘padre’ y nos sentimos bendecidos de Dios porque además ya nos dará cuanto necesitemos en el pan y necesidad de cada día. Decimos ‘padre’ y nos sentiremos ya para siempre fortalecidos con su gracia que nos libera de todo mal, pero que también nos hará tener esas actitudes nuevas del amor para cuantos nos rodean.
Nuestra oración será, como decíamos, un verdadero diálogo de amor. Ya no será todo lo que nosotros le podamos decir sino será lo que allá en lo hondo del corazón estaremos sintiendo que nos dice Dios. Le decimos ‘padre’ y nos sentiremos interpelados por su palabra que caerá sobre nuestro corazón como esa lluvia que empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar. No podemos decir en verdad ‘padre’ para dirigirnos a Dios sin sentir desde lo más hondo del corazón el compromiso por una vida nueva, una vida llena de amor para Dios y también para nuestros hermanos.
Cuando oréis ‘vosotros rezad así: padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre…’ No hacen falta más palabras. Solo disfrutemos de ese amor de padre que nos tiene Dios.

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