sábado, 2 de febrero de 2013


Integridad en nuestra fe, prontitud en nuestra esperanza y luz resplandeciente en el amor

Varias facetas tiene la fiesta que hoy estamos celebrando. Está en primer lugar la fiesta litúrgica de este día a la que nos ha hecho referencia la Palabra de Dios proclamada. Las promesas del Señor se han cumplido. ‘Mis ojos han visto a tu salvador’, dice el anciano Simeón en su acción de gracias al Señor.
Simeón y Ana vienen a expresar con su presencia en el templo en el momento de la presentación de Jesús, como lo prescribia la ley de Moisés para todo primogénito varón, vienen a expresar digo, todas las expectativas y esperanzas del antiguo pueblo de Dios. ‘Ven, Señor…, que la tierra germine al Salvador…’ eran las súplicas y oraciones que salían fervosotas de los creyentes esperando la pronta venida del Mesías.
A Simeón el Espíritu le había revelado en su corazón que ‘no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor’. Ahora podía tenerlo en sus brazos; en aquellos galileos que llegaban al templo con el Niño para presentarlo al Señor y la ofrenda de los pobres en sus manos supo reconocer, como lo saben hacer los ojos de la fe, que llegaba el Mesías de Dios. ‘Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz’, cantaba emocionado el anciano Simeón. Y la profetisa Ana ‘daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’. Las promesas del Señor se ven cumplidas y las promesas colmadas.
Nosotros venimos también a esta celebración de la presentación del Niño Jesús en el templo llenos de gozo porque sabemos también que venimos al encuentro del Señor. ‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’, fue el grito de Cristo al entrar en el mundo, como nos recuerda y enseña la carta a los Hebreos. Está ya de antemano significado este grito de Cristo el que se sometiera a la ley de Moisés para hacer también la ofrenda de los primogénitos. No era solo someterse a un rito prescrito, sino era la expresión de Cristo de que siempre y en todo hacía la voluntad del Padre, de manera que llegaría a decir allá en Samaria junto al pozo de Jacob que su alimento era hacer la voluntad del Padre. Esa quiere ser tambien nuestra actitud; esa es la ofrenda que nosotros queremos hacer al Señor; ese es el mejor cántico de alabanza que podemos cantar al Señor.
Esta fiesta profundamente cristológica se convierte para nosotros los canarios también en una fiesta mariana. Y esta es otra de las facetas de la celebración y fiesta de este día. La eucaristía la comenzamos con la procesión de las candelas, porque así con las luces de nuestra fe y de nuestro amor encendidas queremos ir al encuentro del Señor. Pero es una fiesta que por eso mismo ha recibido el nombre de la candelaria que es el nombre con que nosotros invocamos en nuestra tierra a la madre del Señor y madre nuestra.
Celebramos, pues, a la virgen de la Candelaria. Contemplamos y cantamos a María; con ella queremos también nosotros aprender a decir sí que siempre la voluntad del Padre sea la norma y el sentido de nuestra vida y con ella nos alegramos en esta fiesta en la que recordamos también como ella fue la primera misionera, la primera evangelizadora de nuestra tierra canaria. Hoy también todos los caminos de nuestras islas confluyen en Candelaria a los pies de la Virgen y nos unimos a su ofrenda, nos unimos a la fe y al amor con que ella acogió a Dios en su corazón, al Hijo de Dios en su seno para convertirse así en la Madre del Señor.
Y finalmente el tercer aspecto que hoy la Iglesia quiere destacarnos es la Jornada de la Vida Consagrada que el Papa Juan Pablo II instituyó para celebrar en este día. ‘Desde el año 1997, por iniciativa del beato Juan Pablo II, se  celebra ese día la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, y los consagrados, con su modo carismático de vivir el seguimiento de Jesucristo, son puestos en el candelero de la Iglesia para que, brillando en ellos la luz del Evangelio, alumbren a todos los hombres y estos den gloria al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).
En el presente Año de la fe convocado por el papa Benedicto XVI, la vida consagrada, en sus múltiples formas, aparece ante nuestros ojos como un signo de la presencia de Cristo resucitado en medio del mundo, expresión tomada de la carta apostólica Porta fidei (n. 15) y lema de dicha Jornada’.
Así se nos dice en el mensaje de presentación de esta fiesta. ‘Qué significa que los consagrados son un signo para el mundo de la presencia de Cristo resucitado en medio de nosotros?’ Se nos explica a continuación: ‘Los religiosos y religiosas, las vírgenes consagradas, los miembros de los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica, los monjes y monjas de vida contemplativa, y todos cuantos han sido llamados a una nueva forma de consagración, hacen del misterio pascual la razón misma de su ser y su quehacer en la Iglesia y para el mundo. Ellos y ellas, con su vida y misión, son en esta sociedad tantas veces desierta de amor, signo vivo de la ternura de Dios. Nacidos de la Pascua, ellos y ellas, por el Espíritu de Cristo resucitado, pueden entregarse sin reservas a los hermanos y a todos los hombres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, por el ejercicio de la caridad, en las escuelas y hospitales, en los geriátricos y en las cárceles, en las parroquias y en los claustros, en las ciudades y en los pueblos, en las universidades y en los asilos, en los lugares de frontera y en lo más oculto de las celdas’.
Nos queremos unir desde nuestra celebración a la acción de gracias de cuantos se han consagrado al Señor y quieren ser signo de la presencia de Cristo resucitado en medio del mundo. Nos unimos con nuestra oración pidiendo al Señor que derrame su bendición sobre sus corazones y no les falte la fuerza de la gracia para cumplir con este compromiso e ideal de sus vidas. Como queremos también pedir por el aumento de vocaciones; que muchos sean los llamados por el Señor que con la fortaleza de la gracia respondan a esta invitación del Señor.
Como termina diciendo el mensaje para esta jornada: ‘Tenemos ante nosotros, pues, un magnífico programa para este Año de la fe: renovar con entusiasmo la consagración, reavivar con alegría la comunión, y testimoniar a Cristo resucitado en la misión evangelizadora’.
Que María de Candelaria, nuestra madre y patrona, les alcance y nos alcance todas las bendiciones del Señor para que mantengamos siempre integra nuestra fe, intacta nuestra esperanza y resplandeciente nuestra vida por las obras del amor.

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