viernes, 25 de enero de 2013


Vas a ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído

Hechos, 22, 3-16; Sal. 116; Mc. 16, 15-18
‘No pierdas tiempo, levántate… El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al justo y oyeras su voz, porque vas a ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído…’ Son las palabras de Ananías, enviado del Señor, para recibir y bautizar a Pablo. ‘Recibe el bautismo que por la invocación de su nombre lavará tus pecados’.
Ya lo hemos escuchado relatado por el mismo Pablo. Marchaba a Damasco con cartas de los sumos pontífices de Jerusalén para llevar presos a todos los que encontrara que hicieran el camino de Jesús. El mismo nos lo ha relatado; la saña con que perseguía a la Iglesia de Dios. Pero el Señor le había salido al paso en el camino y lo había elegido. ‘Yo os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure’, recordamos las palabras de Jesús a los apóstoles en la última cena. El Señor había elegido a Saulo - ese era su nombre que más tarde cambiaría por el de Pablo - y le había salido al encuentro.
‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... ¿Quién eres, Señor?... Yo soy Jesús Nazareno, a quien tu persigues’. El resplandor de la luz de Cristo lo había tirado al suelo y le había cegado hasta que encontrara y aceptara la verdadera luz. Creía ver, pero estaba ciego. Tenía celo de Dios y por Dios quería luchar, pero no lo había conocido. Ahora ha sido el momento. Tendrán que llevarlo de la mano hasta que encuentre quien le imponga las manos y en el nombre del Señor se encuentre con la luz de Jesús para siempre.
Va a ser testigo ante todos los hombres de lo que había visto y oído, de la luz con la que se había encontrado, del Señor Jesús en quien  había encontrado la salvación. Será el apóstol que recorra tierras y mares para llevar el nombre de Jesús a todas partes. Para él también fueron las palabras de Jesús antes de su Ascensión al cielo que hemos escuchado en el evangelio. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará…’
No es necesario decir ahora muchas cosas del apostolado de Pablo en sus continuos viajes por aquel mundo en torno al mediterráneo. Ya en el tiempo de Pascua escuchamos en el relato de los Hechos de los Apóstoles el relato de sus primeros viajes y continuamente estamos leyendo sus cartas a las distintas Iglesias que han quedado para nosotros como Palabra de Dios en el canon de los libros canónicos inspirados que la Iglesia reconoce. De una forma o de otra muchas cosas conocemos de él y también de su mensaje que recibimos en sus cartas apostólicas. Es el apóstol de los gentiles - así lo reconoce la Iglesia - porque de manera especial a ellos se dedicó anunciándoles el evangelio.
Para nosotros ha de quedar un mensaje en esta fiesta de la conversión de san Pablo que estamos celebrando hoy. Que nuestros ojos también se abran a la luz; que nuestro corazón se encuentre también de manera viva con el Señor; que seamos capaces de abajarnos de nuestros orgullos y autosuficiencias porque es el mejor camino que nos conduce hasta Jesús; que seamos capaces de dejarnos impregnar también por el espíritu del Evangelio y al mismo tiempo seamos conscientes de que hemos de ser testigos de ese evangelio ante el mundo que nos rodea.
Somos también llamados y elegidos del Señor; sobre nosotros se derrama y se manifiesta su amor de forma continua y hemos de saber dar respuesta a su llamada y a la riqueza de la gracia que continuamente nos regala. Que en nuestra vida se vaya reflejando ese fruto, porque cada día seamos mejores, porque cada día nos impregnemos más del espíritu del Evangelio, y con nuestro buen testimonio nos hagamos evangelizadores de nuestros hermanos.
‘Concédenos a cuantos celebramos hoy su conversión, pedíamos en la oración litúrgica, ser, como él lo ha sido, testigos de tu verdad ante el mundo’. Bien necesita nuestro mundo conocer esa verdad de Cristo. Bien es necesario que se anuncie el evangelio. Bien importante es que llevemos esa luz de Cristo y su verdad a tantos que andan en las tinieblas de la duda y del error.
Aunque sea brevemente, no podemos dejar de mencionar la semana de oración por la unidad de las Iglesias que hoy culmina. Es el grito y la súplica de Jesús en la última cena: ‘que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti’. Para que el mundo crea es necesario que todos los que creemos en Jesús manifestemos esa unidad. No podemos anunciar a un Cristo dividido. El vino a reconciliar a todos los hombres derribando el muro que los separaba con su sangre derramada en la cruz. Que alcancemos esa tan ansiada unidad.
Pasos se han ido dando en los últimos tiempos, pero grandes pasos quedan aun por dar. Son muchas las cosas que nos unen porque una es la fe en Jesús, pero el egoísmo y el orgullo de los creyentes todavía pone trabas a esa unidad, por eso son grandes los pasos que aún se han de dar. Pero todo eso es obra del Espíritu que es el que mueve los corazones. De ahí nuestra oración intensa pidiendo por la unidad de las Iglesias.

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