viernes, 11 de enero de 2013


Vamos a escuchar a Jesús, vamos a buscar la salud que El nos da

1Jn. 5, 5-6.8-13; Sal. 147; Lc. 5, 12-16
‘Señor, si quieres puedes limpiarme… Quiero, queda limpio’. Un leproso se acerca a Jesús y se postra ante El haciéndole esta petición. ‘Se hablaba cada vez más de El, y acudía mucha gente a oírle y a que los curara de sus enfermedades’.
Venían a escuchar a Jesús; venían a buscar la salud en Jesús. No eran sólo sus cuerpos enfermos. Buscaban salud, buscaban salvación. Y quienes lo escuchaban comunicaban la noticia del mensaje de Jesús a los demás; quienes eran curados, aunque Jesús les dijera que no lo contaran, no podían callar. Más tarde los apóstoles dirán que no pueden callar lo que han visto y oído. Hemos escuchado a Juan decirnos en su carta que lo que sus ojos vieron, lo que palparon con sus manos ellos no lo pueden callar, nos lo cuentan,  nos lo trasmiten. Es Jesús que nos trae la salvación.
Es este camino de Epifanía que vamos haciendo; Jesús se nos va manifestando; las obras de Jesús se van conociendo. Quien venía lleno del Espíritu del Señor para anunciar la Buena Nueva a los pobres y la liberación a los oprimidos ahora lo vemos en medio del pueblo, allí donde hay sufrimiento, allí donde están hambrientos de salvación, enseñando y curando. Jesús manifiesta su poder. Claro que quiere curarnos, limpiarnos, liberarnos, salvarnos; para eso ha venido. Con El ha llegado el tiempo de la gracia, el día de la salvación.
Nuestra fe también se va despertando; también nosotros queremos buscarle, porque queremos escucharle, porque queremos alimentarnos de El, porque queremos sentir su presencia, porque queremos que El nos devuelva la salud, nos llena de su salvación. Con fe queremos venir hasta El y reconocemos su poder que nos viene a manifestar lo que es el amor que Dios nos tiene.
Aprendamos de la oración del leproso. No exige, no reclama, solo pide humildemente y lleno de confianza. Sé que tú puedes curarme, que tienes poder para hacerlo porque eres Dios, porque eres nuestro salvador; solo me pongo ante ti, Señor, con mi miseria, con mi lepra, con mi debilidad, con mis miserias, con mi pecado. ‘Si quieres, puedes limpiarme’. El Señor quiere, pero nos pide que sepamos ir hasta El con humildad. Espera nuestra súplica, nuestra oración, aunque muchas veces en su amor nos dará antes de que se lo pidamos y mucho más de lo que podamos pedirle. El es quien está sembrando fe en nuestro corazón para que aprendamos a ir hasta El. También nos dirá: ‘Quiero, queda limpio’
Jesús nos está enseñando todavía más cosas. Por dos veces hemos escuchado estos días, en medio de la frenética actividad que está realizando Jesús, que sin embargo ‘se retira al despoblado, a la montaña, para orar’. Lo escuchamos hoy y lo escuchamos el otro día después de la multiplicación de los panes mientras los discípulos van en barca a la otra orilla. Nos está diciendo Jesús que ese aspecto no nos puede faltar en nuestra vida, la oración.
Oración para encontrarnos con el Padre; oración para llenarnos de Dios; oración en que aprendamos a escucharle para dejarnos iluminar por su palabra; oración para presentarle nuestras necesidades, nuestros problemas, las lepras que hay en nuestra vida. En El ponemos toda nuestra confianza y todo nuestro amor. Será en la oración donde haremos grande nuestra fe, porque allí nos gozaremos de la presencia del Señor.
‘Señor, si quieres, puedes limpiarme’, aquí estoy Señor, derrama tu gracia salvadora sobre mí; que crezca mi fe; que tu Espíritu ilumine mi vida y también yo puede ser epifanía de Dios para los demás. Somos testigos de la luz y ese testimonio no lo podemos acallar.

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