sábado, 7 de abril de 2012


Que las trompetas anuncien la salvación ¡Cristo ha resucitado!

Marcos. 16, 1-7
‘Exulten por fin los coros de los ángeles… que las trompetas anuncien la salvación… goce toda la tierra inundada de tanta claridad… alégrese toda la iglesia revestida de luz tan brillante por la victoria de rey tan poderoso…’
Así hemos comenzado hoy nuestra liturgia en esta vigilia gloriosa de la resurrección del Señor proclamando el pregón de Pascua. Un pregón que tiene que resonar muy fuerte para que llegue a todos los rincones porque todos han de conocer que Cristo ha resucitado y El es nuestra luz y nuestra vida, en El hemos encontrado nuestra salvación y nuestra gloria.
Llenos de alegría, inundados de luz cantamos a Cristo resucitado. Hemos ido escuchando la Palabra de Dios que nos trasmitía la historia de la salvación preparándonos para este momento. La luz de Cristo resucitado brilla con todo resplandor iluminando no sólo este templo, sino inundando de luz y de alegría nuestros corazones que queremos contagiar a todos. Por eso hemos comenzado con ese rito del fuego nuevo y de la luz, porque es la luz nueva de Cristo resucitado la que ilumina nuestra vida.
Es el anuncio gozoso que resuena en esta noche en toda la Iglesia. ¡Cristo ha resucitado! ¡resucitó el Señor! Es nuestro grito y nuestro canto. Es la alegría más honda que queremos trasmitir a toda la tierra.
Como nos contaba el evangelio las piadosas mujeres iban al sepulcro pensando en embalsar el cuerpo muerto de Jesús y preocupadas por quién les ayudaría a correr la piedra grande que cerraba la entrada del sepulcro. Pero la piedra estaba corrida y eso que era muy grande, como comenta el evangelista. Pero el sepulcro estaba vacío.
Allí no estaba el cuerpo de Jesús. ‘Vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco y se asustaron’. No era para menos. Buscaban el cuerpo muerto de Jesús y lo que se encuentran es aquel joven. ‘No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús, el Nazareno, el crucificado No está aquí. ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron’.
Ha resucitado, Es el anuncio que disipa todos sus temores. Las palabras que había anunciado Jesús tenían su pleno cumplimiento. Habia anunciado que iba a ser entregado y que moriría en la cruz, pero que al tercer día resucitaría. ‘El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de los pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar’, había dicho. Ahí está el cumplimiento ¡Ha resucitado! Ya no podemos buscar entre los muertos al que vive. No nos quedamos en la muerte sino que queremos llegar a la vida. Por eso es Pascua, porque es paso de la muerte a la vida, porque es el paso de Dios por nosotros en Cristo Jesús que ha muerto pero que Dios ha resucitado constituyéndolo Señor y Mesías.
Es nuestra alegría. La alegría que esta noche cantamos a todo pulmón. Es el gozo y la alegría que queremos trasmitir. En la tarde del viernes levantábamos los ojos a lo alto y aprendíamos la gran lección del amor que daba sentido y valor a todo sufrimiento y dolor. El amor nunca será vencido. El amor será el triunfador final. Aunque podría haber parecido una derrota el contemplarlo muerto colgado del madero, es la gran victoria del amor que ahora tiene su realización plena. No buscamos sólo al crucificado sino al Señor que vive y vive para siempre; buscamos al Señor que vive y que nos ha llenado de vida; buscamos al Señor que nos amó hasta el extremo y nos está enseñando lo que es la victoria del amor.
Este acontemiento que estamos celebrando es algo que nos está transformando totalmente nuestra vida. Desde ahora todo tiene que ser distinto. Primero ha llegado la redención y la salvación a nuestra alma con la muerte y resurrección de Jesus que ha borrado toda muerte y todo pecado. Nuestra vida tiene que ser distinta porque el pecado y el mal han sido vencidos, la muerte ha sido derrotada por el amor. Nuestra vida tiene que ser distinta porque ahora sí comprendemos bien todo el sentido y el valor del amor. Nuestra vida tiene que ser distinta porque de ahora en adelante va a estar siempre envuelta por el amor.
Desde Cristo resucitado ya no podemos vivir sino para amar; desterrados lejos de nosotros tienen que estar todos nuestros orgullos y nuestros egoismos, todo ese mal que tantas veces ha anidado en nuestro corazón; nuestro vivir ha de ser para amar, para compartir, para lavar los pies, para ser para siempre solidarios con los demás, para ayudar a alejar del corazón de los hombres cualquier sombra de sufrimiento, para vivir en una nueva comunión con los hermanos, para hacer en verdad un mundo nuevo lleno de paz y de justicia.
Nuestra alegría no solo tiene que manifestarse con nuestros cantos sino con las obras de nuestro amor. Tenemos que contagiar a los que nos rodean de la alegría de Cristo resucitado, y contagiar de esa alegría es contagiar de amor; es decir que es posible vivir amándonos, y perdonándonos, y haciéndonos el bien los unos a los otros.
No podemos permitir que las sombras de la muerte sigan inundando nuestro mundo. Las fuerzas del mal siguen con su batalla y son una tentación fuerte y constante para nuestra vida. Pero por muy fuertes que sean las fuerzas del mal no nos desalentamos en nuestra lucha por hacer un mundo mejor porque creemos en el que venció la muerte, el mal, el pecado con su amor cuando dio su vida por nosotros en la cruz; porque creemos en Cristo resucitado y en El tenemos nuestra fuerza y nuestra luz.
Es Cristo resucitado, al que esta noche estamos cantando con tanta alegría, quien nos pone en camino y ese camino en búsqueda del amor, en búsqueda de hacer un mundo mejor ya no se puede detener. Tenemos la fuerza de Cristo resucitado con nosotros que para eso nos da su Espíritu. Será el regalo de pascua que hará a sus discípulos en el Cenáculo para el perdón de los pecados.
El mundo tiene que llenarse de luz. Y nosotros que hemos encendido esta noche nuestra luz en la luz de Cristo resucitado, en la luz del Cirio Pascual estamos obligados a llevarla a los demás, a llevarla a nuestro mundo para disipar toda tiniebla. Esa luz que no podemos esconder debajo del celemín sino que tenemos que ponerla muy alto para que ilumine a todos.
Tenemos que trasmitir esa luz. Tenemos que trasmitir esa alegría. Tenemos que comunicar al mundo que Cristo ha resucitado. Que ese sea nuestro saludo, nuestro anuncio, nuestro deseo, nuestra verdadera felicitación que vayamos trasmitiendo a los demás.
¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado. Resucitemos con El. Hagamos resucitar a nuestro mundo con el amor.

viernes, 6 de abril de 2012


Levantamos nuestra mirada hacia la cruz y contemplamos una luz del amor

Is. 52, 13-53,12;
 Sal. 30;
 Hb. 4, 14-16; 5, 7-9;
 Jn. 18, 1-19,42
‘Se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y El, cargando con la cruz, salió al sitio llamado de la Calavera donde lo crucificaron…’ Ahí lo contemplamos en lo alto del Gólgota, en lo alto de la cruz. Hacia lo alto levantamos hoy los ojos porque fue levantado en lo alto para que todo el que crea en El alcance la salvación. ‘Cuando el Hijo del Hombre sea levantado en lo alto atraeré a todos hacia mí’, había dicho.
El mismo lo había anunciado aunque a los discípulos les costaba comprender. Es difícil aceptar la cruz, comprender el sentido del dolor y del sufrimiento. Pedro trataba de quitarle la idea de la cabeza. Fue una tentación más de Jesús que le dirá ‘apártate de mi que me estás tentando como Satanás’. El había subido decidido a Jerusalén sabiendo que el Hijo del Hombre iba a ser entregado y sería clavado en una cruz.
Ahí lo contemplamos, como nos decía el profeta, ‘desfigurado, no parecía hombre… sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado…’ No podría ser otra la figura de quien había sido abofeteado, maltratado, azotado, coronado de espinas, agotado y destrozado en su caminar bajo el peso de la cruz y ahora traspasado de pies y manos cosido al madero.
Quizá convendría preguntarnos en este momento ¿No nos damos la vuelta también cuando en la vida nos vamos encontrando a personas crucificadas en el dolor y el sufrimiento, en sus carencias y en sus penas? Cerramos los ojos o miramos a otro lado cuando nos encontramos a quien nos tiende la mano para pedirnos desde su necesidad; nos duele el sufrimiento de quien se retuerce en el dolor de una enfermedad incurable y preferimos no enterarnos; nos hacemos insensibles tantas veces ante las lágrimas del que se siente solo y apenado; cuántos rodeos vamos dando en la vida. ¿No nos estará pidiendo el crucificado del Calvario que aprendamos a mirar nuestro alrededor sin cerrar los ojos a cuanto sufrimiento nos rodea?
Todo en la vida se nos llena de oscuridad cuando nos vemos envueltos por el dolor y la muerte. Rehuimos esas sombras que parece que nos hacen daño y nos ciegan el corazón. Pero tenemos que mirar a lo alto de frente a frente para que sepamos encontrar la luz. Hoy levantamos nuestra mirada hacia la cruz y contemplamos a quien en ella está clavado para encontrar un sentido y un valor, una luz que nos ilumine. Tras todo ese dolor y sufrimiento de Jesús hay una fuerte luz que tenemos que saber descubrir sin dejar oscurecer el corazón en las tinieblas. Es la luz del amor.
Miramos al que ‘soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores… fue traspasado por nuestras rebeliones y triturado por nuestros crímenes, decía el profeta; nuestro castigo saludable vino sobre él y sus cicatrices nos curaron… voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como cordero llevado al matadero… el Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación…’
No hay amor más grande que el de quien entrega su vida por los que ama. Y es ese amor el que descubrimos en la cruz. Voluntariamente se había entregado, había subido a Jerusalén y subido a la Cruz. Es el amor el que lo guiaba porque sólo buscaba nuestra salvación. Así de inmenso e infinito es su amor porque es amor divino, porque es el amor de Dios que siempre nos busca y nos llama para ofrecernos la vida y la salvación. Es el Cordero que se inmola, verdadero cordero pascual que se sacrifica y nos trae el perdón. Así lo anunciaba el Bautista, ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’.
Esa es la luz fuerte que brilla desde la cruz y que nos da sentido y valor. Es el amor de un Dios que nos redime, que nos levanta, que nos llena de vida, que nos inunda de su luz, que quiere contagiarnos de su amor. Por eso levantamos los ojos a lo alto de la cruz, para ver el amor que nos salva. Y porque creemos en quien de esa manera nos ama encontraremos el amor, encontraremos la vida, encontraremos la salvación.
La noche del jueves, en la cena pascual, había comenzado llena de solemnidad porque se comenzaban a suceder muchas cosas asombrosas. Todo eran pasos que nos iban conduciendo cada vez a algo más hondo y más especial. Era la comida del cordero pascual que celebraba y recordaba una pascua importante para el pueblo, pero pronto poco a poco se iba abriendo el camino a una Pascua más profunda. Dios se hacía presente cada vez con mayor intensidad en todos los signos de amor que se iban realizando, el lavatorio de los pies, la eucaristía, el sacerdocio que dejaba instituido. Todo conducía a este momento grande que hoy estamos viviendo, a este paso de Dios salvador desde la cruz en el amor más grande.
Allí nos dejaba su Cuerpo entregado y su Sangre derramada en el sacrificio de amor de su vida en la Eucaristía. Ahora contemplamos esa entrega hasta el final, esa sangre derramada que será la señal de la Alianza de amor definitiva y eterna de Dios con nosotros. Por ya desde ahora cada vez que comemos aquel Pan y bebemos de aquella copa estaremos proclamando para siempre la muerte de Jesús, la victoria de amor de Cristo definitiva y eterna que nos garantiza para siempre el amor de Dios.
Nos sentimos abrumados y en cierto modo confundidos ante todo lo que sucede y contemplamos. Nos sentimos inmensamente impresionados y hasta sorprendidos a los pies de la cruz de Jesús ante tanto amor. Pero, aún en la pena y dolor por nuestro pecado, nos sentimos gratamente emocionados y con gozo en el alma por tanto amor que nos perdona y nos llena de vida.
Proclamemos nuestra fe, llenémonos de esperanza, cantemos nuestro amor viviendo la vida nueva que brota de la cruz. Al que contemplamos en esta tarde colgado del madero lo sabemos victorioso. Ya es victoria sobre el pecado y la muerte, su muerte en la cruz. Pero al tercer día resucitará y completaremos el ciclo de la Pascua, de ese paso de Dios hoy y ahora por nuestra vida. ‘Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente’.
Contemplemos y oremos; contemplemos y escuchemos allá en lo hondo del corazón; contemplemos y salgamos por el mundo repartiendo amor, mitigando dolor, compartiendo la vida y la esperanza a cuantos crucificados contemplamos a la vera del camino. Anunciémosle a todos con nuestra vida y con nuestro amor que en Jesús encontraremos la paz, la vida, la salvación. Que desde la Cruz de Jesús nuestro mundo se llene de esperanza.

jueves, 5 de abril de 2012


Hacemos Eucaristía y comenzamos a lavarnos los pies los unos a los otros

Éxodo, 12, 1-8.11-14;
 Sal. 115;
 1Cor. 11, 23-26;
 Jn. 13, 1-15
Todo estaba debidamente preparado. Los discípulos siguiendo las instrucciones de Jesús habían ido a la ciudad y le habían trasmitido el encargo. Allí estaba la sala alta de la casa arreglada con divanes y ahora con todo lo necesario para celebrar la Pascua, el cordero, los panes ácimos, las lechugas amargas, el vino, el agua para las purificaciones, todo tal como prescribía la ley de Moisés.
Pero en el ambiente había algo distinto, una especial solemnidad. ‘Se acerca el momento’, había dicho Jesús y el evangelista ya nos dirá que ‘había llegado la hora’.  Aquella pascua iba a ser distinta porque además Jesús comienza haciendo algo inesperado. Normal era ofrecer agua para lavarse, pero era inusual que el que presidiera la mesa se fajara una toalla para ponerse a lavar los pies de los comensales. Ese oficio le correspondía a otros. Bueno, hasta entonces.
Los apóstoles asombrados no saben qué hacer y Pedro – siempre el impulsivo Pedro el primero en hablar – se resiste. ‘No me lavarás los pies jamás’. Pero si no le lavaba los pies no tendría parte con El, y el amor pudo más: el amor de quien se había puesto a los pies de los discípulos y el amor del discípulo que impulsivo y todo como era sin embargo amaba mucho a Jesús y quería hasta dar su vida por El, aunque ya sabemos.
Había llegado la hora y Dios había de ser glorificado. Había llegado la hora e iba a comenzar a manifestarse todo lo que era su entrega de amor sin límites. Comienzan los signos y las lecciones que se prolongarán en la entrega más absoluta de quien es capaz de dar su vida por aquellos a los que ama. Y así hacía Jesús. Así era su amor. ‘Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo’, nos dirá el evangelista como cronista y testigo de ese amor. El que siendo Dios se había hecho hombre para ser como nosotros, toma además la condición de esclavo, la condición del servidor para lavar los pies, porque quería además lavar el corazón y transformar la vida.
Es el momento de lavar los pies; el primer signo que tiene que indicar una predisposición especial. El que es capaz de los pequeños detalles será capaz de llegar a las cosas grandes. Como Pedro algunas veces nos resistimos a esos pequeños detalles; quizá estaríamos dispuestos a grandes cosas, pero los caminos de Jesús son distintos y hemos de aprender a entenderlos y seguirlos. Sólo se puede lavar los pies al hermano desde el amor y la humildad; no caben en los discípulos de Jesús las actitudes de la prepotencia y el orgullo; sólo amando, que es acercarnos al otro para estar a su altura, para saber estar a su lado es cómo podemos llegar a lavar los pies al hermano.
Tenemos que aprender la lección, comprender bien lo que ha hecho y sigue haciendo Jesús. ‘¿Comprendéis bien lo que he hecho con vosotros? Me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’. Es el mandamiento del amor. Es el distintivo de quien sigue a Jesús que no ha de hacer otra cosa que lo que hace Jesús.
¿Qué ha hecho el Señor con nosotros? ¿Sólo lavarnos los pies? Eso ha sido solo el pórtico de esta noche y de esta cena. Eso, podríamos decir, es el primer minuto de esa hora que ha llegado. Es el pequeño detalle presagio de cosas mayores y más trascendentales. Seguirá dándonos señales de su entrega. Partirá el pan, bendecirá la copa, nos los repartirá. ‘Tomad, comed… Tomad, bebed… es mi Cuerpo entregado por vosotros… es mi Sangre derramada por vosotros, la de la nueva y eterna alianza, por el perdón de los pecados’.  Nos lo ha recordado Pablo tal como ya lo vivían las primeras comunidades cristianas.
Se nos está dando Jesús para que le comamos, para que nos unamos a El, para que vivamos su misma vida, para que tengamos vida para siempre. Lo había anunciado en Cafarnaún y entonces no habían entendido. Nos pregunta ahora ‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?’ ¿Comprenderemos de verdad todo lo que está sucediendo? Es una hora muy solemne. Es mucho lo que está haciendo. Lo de lavar los pies es un signo que nosotros, es cierto, tenemos que repetir porque hemos de tener sus mismas actitudes, repetir sus mismos actos, vivir su mismo amor, entregarnos con su misma entrega. Es pasar por el camino de la humildad y de la sencillez que nos lleva al verdadero amor.
Estamos todavía en los signos que nos abren a cosas mayores. Porque comerle a El significará unirnos a El en la unión más íntima y más profunda; comerle a El es ser capaz de hacer como El, vivir una entrega como la suya. Y es que cada vez que comemos de su cuerpo y bebemos de su cáliz estamos anunciando su muerte hasta que vuelva. La cena de la pascua no se queda en hacer la comida del Cordero Pascual. Sigue siendo un pórtico que nos lleva a más. Es su Cuerpo entregado y su Sangre derramada. Y esa entrega se realizó subiendo al madero de la Cruz; y esa sangre se derramó en lo alto del Calvario. Ese Cuerpo entregado y esa Sangre derramada son el signo del amor que es capaz de llegar hasta el extremo. Esa es la hora de la gloria, de la glorificación de Dios.
Es algo grande y maravilloso lo que hoy sucede. Es un misterio de amor lo que estamos contemplando y celebrando. Es el misterio del amor de Dios que se derrama sobre nosotros como el más hermoso perfume y a todos nos envuelve. Nos sentimos envueltos por el amor de Dios y nos sentimos impulsados a amar con un amor semejante.  Nos lo dejó como señal. Quedó para nosotros como un mandamiento imborrable. Es el gran signo permanente de su presencia y de su amor para siempre. Es el Sacramento que adoramos y que nos alimenta, que nos da fuerzas y nos sirve de viático en nuestro caminar. Es la Eucaristía. Es el amor.
‘Haced esto en conmemoración mía’, nos dice. Ya nos había dicho antes ‘haced vosotros lo mismo’. Tenemos que repetirlo. Tenemos que vivirlo continuamente. Y celebramos la Eucaristía y estamos haciendo presente su sacrificio redentor. Y nos alimentamos de la Eucaristía y aprendemos lo que es el amor verdadero. Y nos reunimos en Eucaristía y sentimos para siempre su presencia que nos hace entrar en comunión y querernos como hermanos. Y vivimos la Eucaristía y comenzamos a lavarnos los pies los unos a los otros en el servicio y en la fraternidad evangélica. Es el compromiso de la Eucaristía que celebramos.
Es el Sacrificio y la entrega de Cristo en la cruz. Es el amor de Dios por nosotros y será para siempre el amor de hermanos que nos vamos a tener. Es el Sacramento que hoy Cristo en una locura de amor ha instituido para hacerse comida y alimento de nuestra vida y de nuestro amor, y para ser viático, acompañante, de nuestro camino. Qué maravilla lo que hoy celebramos.
‘Haced esto en conmemoración mía’, les dice a los apóstoles reunidos en torno a El e instituye el Sacerdocio del Nuevo Testamento que nos hace partícipes de su mismo Sacerdocio. Hoy día de la Eucaristía y del amor fraterno es también día del Sacerdocio. Para que podamos tener Eucaristía nos ha dejado a los sacerdotes que participando del sacramento de Cristo nos hacen posible la Eucaristía y presidirán en el amor y en el nombre de Cristo a la comunidad para ofrecernos el alimento de su gracia divina a través de su ministerio sacerdotal.
Algo distinta fue aquella cena pascual. Algo especial estaba allí sucediendo. Algo grandioso estamos nosotros hoy celebrando. Es la cena del Señor. Aquí está el verdadero Cordero Pascual inmolado por nosotros. Ya no es aquella cena en que comían el cordero pascual como recuerdo de una pascua. Ahora para nosotros es pascua porque es el paso del Señor hoy y aquí para nosotros, para nuestra vida, para nuestro mundo.
Es Cristo mismo, verdadero Cordero de Dios, que está en medio nuestro, que quiere llegar a nuestro corazón porque también nosotros tenemos una misión en medio de nuestro mundo. Tenemos que ir a llevar su amor, tenemos que ir a lavar los pies en tantos hermanos que sufren y a los que tenemos que llevar la luz de Jesús. No olvidemos que celebrar la Eucaristía nos compromete a llevar ese amor de Jesús al mundo que nos rodea y tan falto de él está.
El signo que va a realizar el sacerdote repitiendo el gesto de Jesús tiene que reflejar lo que la comunidad, la Iglesia quiere hacer en medio de nuestro mundo. Es el día del amor. Impregnemos nuestro mundo de ese amor. Tenemos tantos motivos para creer en El.

miércoles, 4 de abril de 2012


Quiero celebrar la Pascua en tu corazón…

Is. 50, 4-9; Sal. 68; Mt. 26, 14-25
‘El momento está cerca: deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’, es el recado que Jesús envía a aquel hombre de Jerusalén en cuya casa quiere Jesús celebrar la Pascua. Las gentes de Jerusalén solían ser muy hospitalarios con los que venían de fuera a celebrar la Pascua; es una virtud y cualidad que se destaca mucho por cultura entre las gentes de Oriente. Eran muchos los forasteros llegados a Jerusalén cada año para la Pascua y el rito mosaico mandaba celebrarla con especial cuidado. Ya vemos, luego, como los discípulos dispusieron de todo lo necesario, todo lo que era importante, para la celebración de la cena pascual.
Para esta pascua eran muchas otras cosas las que se venían preparando, pues las autoridades judías, sumos sacerdotes, escribas y fariseos venían tramando la forma de acabar con Jesús y era llegado también el momento. Ya escuchamos la decisión que había tomado Caifás, el sumo sacerdote, en que uno habría de morir por todo el pueblo. Y habían encontrado también un colaborar en el discípulo que traicionaría a Jesús. ‘¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego? Se ajustaron con él en treinta monedas y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo’. Todo estaba preparado, podemos decir.
Nos viene muy bien escuchar este evangelio en estos días, en medio de la semana santa  y a las vísperas de iniciar la celebración del triduo pascual que se inicia con la Eucaristía de la Cena del Señor del Jueves Santo. También en nuestras parroquias estos días son de ajetreos y preparativos para las diversas celebraciones y procesiones. En nuestros templos todo son trabajos y preparativos, adornos florales, limpiezas especiales, gentes que van de un lado para otro en mil cosas que hay que hacer.
¿Todo está preparado para la celebración del triduo pascual? También tenemos que preguntárnoslo y ver si los preparativos que hacemos son los necesarios o son los más importantes. Tenemos el peligro de correr mucho de acá para allá en preparación de cosas externas (que por supuesto también habrá que preparar) pero de olvidar lo que es más fundamental y esencial. ¿Nos preparamos nosotros? ¿Estamos dispuestos en verdad a celebrar la Pascua? ¿Tenemos el corazón y el espíritu abierto para descubrir y acoger al Señor que pasa, que llega a nuestra vida, que viene con su salvación?
Es en esa preparación espiritual en la que tendríamos que ocupar más tiempo. Tensar nuestro espíritu, abrir nuestro corazón, prepararnos purificándonos bien para recibir la gracia del Señor. Estamos a las puertas del triduo pascual. Sepamos encontrar momentos de silencio, de interiorización, de oración. Que incluso los actos de piedad popular en los que podamos participar nos ayuden porque seamos capaces de interiorizar todo el misterio de Cristo que contemplamos en sus imágenes.
No temamos coger en nuestras manos la Biblia, los evangelios y pasar ratos leyendo la pasión del Señor, contemplándola desde lo hondo del corazón. Y purifiquemos nuestro corazón no dejando que se meta en él ni la superficialidad, ni la rutina, ni las prisas y agobios con que a veces hacemos las cosas que les hacen perder su hondo sentido. Purifiquemos nuestro corazón arrancándonos de todo pecado para vivir la vida nueva que Cristo nos ofrece. Que seamos capaces de morir de verdad a todo pecado para poder renacer a la vida nueva de la gracia. Solo así podremos vivir la alegría pascual de la resurrección del Señor que tiene que ser en lo que culmine todo lo que vivimos estos días.
El Señor quiere llegar a nuestra vida. Quiere celebrar la Pascua en nuestro corazón. Estemos atentos a ese paso del Señor, a esa llegada de la gracia del Señor a nuestra vida para no echarla en saco roto, como otras veces hemos reflexionado. Tengamos el corazón de verdad preparado para ese encuentro vivo y profundo con el Señor.

martes, 3 de abril de 2012


La negrura de la noche de Judas y la negación de Pedro tienen que movernos al amor y la conversión

Is. 49, 1-6; Sal. 70; Jn. 13, 21-33.36-38
Qué sensación más dura y hasta indescriptible sentimos dentro de  nosotros mismos cuando queremos amar y seguir a Jesús pero al mismo tiempo nos damos cuenta de nuestra debilidad, de nuestras negaciones y traiciones, a causa de nuestro pecado. Ante el evangelio que escuchamos en este martes santo sensaciones o sentimientos así tenemos en nuestro interior porque al ver la debilidad de los apóstoles que tanto querían a Jesús al mismo tiempo nos vemos nosotros reflejados.
Cuando Judas salió del Cenáculo, aparentemente a los ojos de los demás discípulos como si fuera a hacer algún encargo de Jesús,  nos dice el evangelista que era de noche. ‘Lo que has de hacer hazlo pronto’, le dijo Jesús y al verlo salir pensaron que iba a preparar algo para la fiesta o acaso a compartir algo con los pobres. Pero qué negruras había en su corazón, aunque hasta entonces el resto de los discípulos no había caído en la cuenta.
Jesús había comenzado diciendo ‘profundamente conmovido: os aseguro que uno de vosotros me va a entregar’. Estas palabras de Jesús produjeron su conmoción, pero luego no supieron interpretar ni las palabras ni los gestos de Jesús. Se preguntaban quien podía ser y hasta Pedro le hace señas a Juan, que es el que está más cerca de Jesús, para que le preguntara. ‘Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado’, le responde. ‘Y untando el pan se lo dio a Judas’, con la frase que antes mencionábamos. Pero nadie entendió.
‘Era de noche’, dice simplemente el evangelista. La negrura se había apoderado del corazón de Judas. Cuántas negruras en el alma. Porque era también la conmoción que había en el corazón de Cristo que más tarde se manifestaría fuertemente en la oración del Huerto. Y Jesús sigue haciendo anuncios, y ante la insistencia de Pedro – ‘daré mi vida por ti’, le dice – le responde: ‘¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces’.
Es la conmoción que sentimos nosotros en el alma también a las puertas de la pasión de Jesús. Nosotros sí entendemos – tenemos que aprender a reconocerlo bien con mucha humildad pero también con mucho amor – cuántas son nuestras negaciones y traiciones. Prometemos mucho en tantas ocasiones, pero nos aparecer la debilidad. Como nos dirá Jesús en Getsemani ‘el espíritu está pronto, pero la carne es débil’, pero eso tenemos que orar y orar con insistencia para no caer en la tentación. Ya hemos dicho que mucho tenemos que orar en estos días contemplando la pasión y muerte del Señor para que se mueva de verdad nuestro corazón a la conversión, al amor, al encuentro vivo y profundo con el Señor.
Escuchamos decir a Jesús: ‘Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en El. Si Dios es glorificado en El, también Dios lo glorificará en sí mismo; pronto lo glorificará’. Volvemos a escuchar estas palabras que hace días escuchamos a Jesús. ‘Ahora es glorificado…’ ¿qué significa? Es la hora de la pasión, de la entrega, del amor más extremo. Ahí está la gloria del Señor, aunque nos pudiera parecer un contrasentido. Ahí se manifiesta la gloria del Señor porque ahí se manifiesta bien palpable todo lo que es el amor de Dios.
Si Cristo sube a la cruz, hace el camino del calvario bajo el peso de la cruz, se entrega hasta morir, es porque nos ama; y porque nos ama nos redime, nos perdona, transforma nuestra vida; y cuando nos sintamos así transformados por el amor del Señor nuestra respuesta no puede ser otra que la gloria del Señor. Respondemos con amor y comenzamos a vivir una vida nueva, en la que todo lo que hagamos o digamos será siempre, ha de ser siempre para la gloria de Dios.
Por eso necesitamos orar tanto, escuchar su Palabra, recibir la gracia de los sacramentos. Así llegará a nosotros esa salvación que Cristo nos ofrece cuando ha derramado su sangre por nosotros, cuando ha llegado a dar la vida por nosotros. Tenemos que acercarnos a Dios; tenemos que acercarnos a los sacramentos; tenemos que buscar la gracia salvadora del Señor; tenemos que dejarnos transformar por Cristo para vivir su vida nueva de la gracia. Será así cómo en verdad vivamos el misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección.

lunes, 2 de abril de 2012


Te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones

Is. 42, 1-7; Sal. 26; Jn. 12, 1-11
‘Mirad a mi siervo a quien sostengo, mi elegido a quien prefiero. Sobre El he puesto mi espíritu…’ Así comienza el cántico del Siervo de Cavé de Isaías en la primera lectura de este lunes santo.
Estos días desde ayer domingo de ramos en la primera lectura escuchamos diversos fragmentos de los cánticos del siervo de Yahvé de Isaías hasta el viernes santo, salvo el jueves santo que tiene un sentido distinto la liturgia. Son cánticos del profeta que nos describen la misión del Mesías y que algunos de ellos son también como una descripción profética de la pasión, en alguno de ellos con mayor intensidad descriptiva. Nos pueden ayudar mucho en las meditaciones que en torno a la pasión del Señor nos hacemos en estos días. En ello incidía de manera especial el texto que ayer escuchábamos y el que escucharemos sobre todo el viernes santo.
El texto de hoy, sin embargo, nos recuerda más lo leído por Jesús en su presentación en la Sinagoga de Nazaret. Viene en cierto modo a definirnos su misión. Lleno del Espíritu del Señor viene a realizar una alianza nueva con su pueblo y nos describe también las obras que realizaría Jesús como señales del Reino nuevo de Dios que nos anuncia e instaura.
‘Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones’. Es lo que Cristo viene a realizar con nosotros con su sangre derramada en la cruz. Como hemos venido reflexionando estos días viene a reunirnos de todos los pueblos y naciones. Quiere hacernos una sola familia, una sola comunión entre todos nosotros.
Pero viene también a arrancarnos de nuestras tinieblas y oscuridades. Los milagros que Jesús realiza son signos y señales de esa luz que tiene que haber en nuestra vida. Lo hemos escuchado y meditado en muchos textos. Hoy nos dice: ‘Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas’. Nos lo dijo en Nazaret leyendo el texto del profeta y nos lo confirma cuando van los enviados de Juan a preguntarle si El es el que ha de venir o han de esperar a otro. Una de las señales que Jesús les da es que a los ciegos se les devuelve la vista.
Por ahí han de ir los frutos de esta Pascua que nos disponemos a celebrar. Así tiene que ser iluminada nuestra vida y así hemos de sentirnos liberados de toda esclavitud y de todo pecado. Cuántas cosas oscurecen nuestra vida; cuántas cosas nos llenan de esclavitudes; cuántas cosas nos separan unos de otros y crean división en nuestra vida y en nuestra relación con los demás. Son las cosas que tenemos que transformar en nuestra vida con la gracia de Dios.
Dudas, olvidos de Dios, orgullos que nos endiosan, egoísmos que nos aíslan, desconfianzas, resentimientos y envidias que nos alejan de los demás. Son los pecados que se nos van metiendo en el corazón y nos alejan de Dios al tiempo que nos alejan de los demás. Muchas cosas tenemos que ir examinando una y otra vez a la luz de la Palabra del Señor que vamos escuchando y contemplando en estos días. Cristo derrama su sangre porque quiere poner paz entre nosotros. Cristo muere en la cruz para ser nuestra reconciliación. Cristo se entrega por amor en su pasión para llenarnos de nueva vida y hacernos resucitar a la gracia y a la santidad.
El evangelio del lunes santo nos habla de la comida ofrecida a Jesús en Betania, después de lo de la resurrección de Lázaro, donde María derramó el frasco de perfume de nardo sobre los pies de Jesús. Es el texto paralelo que ayer escuchábamos en la pasión de Marcos y entonces ya comentábamos. Sí hemos de decir que el perfume que inunde nuestra vida cuando estamos cerca de Jesús sea el perfume del amor. Porque es que al lado de Cristo de su amor tenemos que sentirnos siempre rebosantes, llenos, inundados para amar con su mismo amor. Sentimos su amor sobre nosotros, pero con ese amor nosotros queremos amar a los demás. Ya decíamos ayer que la predisposición del amor es la mejor que podemos poner en nuestra vida cuando nos disponemos a contemplar la pasión de Cristo y a sentirnos renovados por su gracia.

domingo, 1 de abril de 2012


Con amor generoso, con disponibilidad, con fe nos disponemos a celebrar la Pascua

Mc. 11, 1-10; Is. 50, 4-7; Sal. 21; Flp. 2, 6-11; Mc. 14, 1-15, 17
Casi al principio del relato de la pasión hemos escuchado a los discípulos preguntar a Jesús: ‘¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Pascua?’
Puede ser la pregunta que también nos hagamos en este primer día de la semana de Pasión, en este domingo de Ramos en la Pasión del Señor, cuando nos estamos en el pórtico de esta semana que culmina en la Pascua del Señor. Más que dónde hemos de preparar la Pascua, quizá tendríamos que preguntarnos cómo tenemos que preparar la Pascua; cuáles han de ser las disposiciones que hemos de tener en nuestro corazón y nuestra vida para vivir esta semana de pasión y de celebración del misterio pascual de Cristo.
Ya hemos comenzado hoy conmemorando la entrada de Jesús en Jerusalén con nuestros hosannas y nuestros cánticos de aclamación, pero al mismo tiempo la liturgia ya nos ha ofrecido la lectura de la pasión. Es domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Las dos cosas tenemos que saber aunarlas en nuestra celebración y en nuestra vivencia. Cantamos el ‘hosanna al Hijo de David’; bendecimos al viene en el nombre del Señor, pero al mismo tiempo contemplamos su pasión.
Eso es la fundamental que hemos de hacer: contemplar, quedarnos como extasiados ante el misterio de la pasión y muerte del Señor. No es momento de muchas palabras ni muchas reflexiones sino de impregnarnos de todo el misterio de Dios que contemplamos en la pasión de Jesús.
Contemplar la pasión de Jesús es contemplar la pasión de amor de Dios por el hombre, por nosotros. Contemplado la pasión nos damos cuenta hasta donde llega ese amor de Dios que así nos ha entregado a su Hijo. Así nos salva. Así nos redime. Así nos hace hombre nuevo en el amor.
Van apareciendo personajes en torno a la pasión de Jesús que pueden ser un ejemplo y aliciente para nosotros en ese irnos encendiendo, caldeando nuestro corazón en el amor. Pudieran parecernos personajes secundarios en el relato de la pasión, pero sus actitudes, su generosidad y disponibilidad, su fe valientemente proclamada son hermosa lección para nuestra vida. Disposiciones que nos ayudarán también en este momento para la vivencia de todo el triduo pascual.
Cuando le preguntan a Jesús donde quiere que preparen la pascua, como hemos comenzado recordando y reflexionando, nos encontramos a alguien con una entera disponibilidad para Jesús. No sabemos siquiera su nombre aunque los comentaristas nos puedan hablar de parientes más o menos cercanos de Jesús, pero aquel hombre generosamente ofrece a Jesús ‘la sala grande del piso de arriba, arreglada con divanes’. Será allí donde se prepare y se celebre la cena pascual y será en adelante lugar de encuentro de los discípulos en la pasión y después de la pasión, y más tarde para la espera de Pentecostés y probablemente para todo el inicio de la comunidad cristiana de Jerusalén. Destacamos, pues, la generosidad y la disponibilidad. 
Antes habíamos contemplado el derroche de amor de María de Betania en casa de Simón, el leproso. ‘Llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús’. Ya escuchamos los comentarios interesados de Judas, pero también la réplica de Jesús. ‘Se ha adelantado a embalsamar el cuerpo para la sepultura’. Igual que el perfume intenso del nardo inunda y envuelve totalmente el ambiente allí donde es derramado, es el perfume del amor del que tenemos que dejarnos inundar y envolver para poder celebrar con toda hondura el misterio de la pasión y muerte de Jesús. Una hermosa predisposición, la del amor, para entrar en esta semana de pasión que nos lleva a la vida y a la resurrección.
Podríamos destacar muchas cosas en esta contemplación de la pasión y sus personajes. Dando como un salto – no podemos entrar en demasiados detalles – caminamos al lado de Jesús por la calle de la Amargura camino del calvario. El evangelio de Marcos es muy parco en esta referencia, pero creo que puede ser suficiente. ‘Lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz’. Hoy nosotros pensamos ¡qué dicha la de Simón de Cirene el llevar la cruz de Jesús! Sin embargo dice, ‘lo forzaron’. Pero seguro que aquel cargar la cruz junto a Jesús no fue algo que le dejara insensible. Si el evangelista nos dice con detalle que era el padre de Alejandro y de Rufo, es porque probablemente serían cristianos conocidos en aquella comunidad de Jerusalén. Algo tendría que ver el haber llevado Simón de Cirene la cruz de Jesús camino del calvario.
¿Lo consideraríamos para nosotros una dicha el llevar la cruz de Jesús? Recordemos que El nos había puesto como condición para seguirle, el negarnos a nosotros mismos y llevar la cruz en pos de El. Que esa sea ahora nuestra postura, nuestro deseo, nuestro compromiso. Que aprendamos a llevar la cruz, a cargar con nuestra cruz de cada día.
Que haya en nuestro corazón también la disposición a querer ayudar a los demás a llevar su cruz. Miramos mucho en ocasiones nuestra propia cruz y hasta nos quejamos que es pesada, pero no somos capaces de mirar la cruz de los que están a nuestro lado y que quizá necesitan una mano que les ayude, les levante un poco el peso de esa cruz. ¿Seremos capaces de hacerlo cuando ahora nos disponemos a entrar en esta semana de pasión que nos lleva a la cruz, al calvario, pero para culminar en vida y resurrección?
Finalmente nos fijamos en el centurión y su proclamación de fe. ‘El centurión, que estaba enfrente, al ver como había expirado, dijo: Realmente este hombre era Hijo de Dios’. había seguido paso a paso la condena y pasión de Jesús hasta su ejecución en el calvario. Lo había contemplado en su silencio y en la serenidad de su vida, como ‘cordero llevado al matadero’, que había anunciado el profeta. No es fácil encontrar luz en el dolor y en el sufrimiento, pero el centurión había descubierto la luz. En la muerte de Jesús había contemplado la profundidad de su vida y esto le llevaba ahora a la confesión de fe más hermosa. ‘Realmente este hombre es Hijo de Dios’.
Es a lo que tiene que llevarnos también la contemplación de la pasión y muerte de Jesús que estamos haciendo. En ese sufrimiento, en esa muerte tenemos que descubrir la profundidad de la vida de Jesús que tiene que llevarnos a la luz, porque nos llevará a descubrir el amor. Sólo quien ama con un amor como el de Jesús, que es el amor de Dios, podrá llegar a esa entrega, a esa donación tan generosa de si mismo. Por eso descubrimos a Dios; por eso confesamos nuestra fe en Jesús proclamándolo desde lo más hondo de nosotros mismos, es el Hijo de Dios que nos está regalando su amor, nos está regalando su vida, nos está regalando la salvación.
¿Nos llevará eso también a descubrir el sentido de nuestro dolor? ¿Seremos capaces nosotros de hacer también una ofrenda de nuestra vida como lo hizo Jesús? aprendamos de las lecciones de la pasión para que lleguemos a participar de la gloriosa resurrección.