miércoles, 4 de abril de 2012


Quiero celebrar la Pascua en tu corazón…

Is. 50, 4-9; Sal. 68; Mt. 26, 14-25
‘El momento está cerca: deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’, es el recado que Jesús envía a aquel hombre de Jerusalén en cuya casa quiere Jesús celebrar la Pascua. Las gentes de Jerusalén solían ser muy hospitalarios con los que venían de fuera a celebrar la Pascua; es una virtud y cualidad que se destaca mucho por cultura entre las gentes de Oriente. Eran muchos los forasteros llegados a Jerusalén cada año para la Pascua y el rito mosaico mandaba celebrarla con especial cuidado. Ya vemos, luego, como los discípulos dispusieron de todo lo necesario, todo lo que era importante, para la celebración de la cena pascual.
Para esta pascua eran muchas otras cosas las que se venían preparando, pues las autoridades judías, sumos sacerdotes, escribas y fariseos venían tramando la forma de acabar con Jesús y era llegado también el momento. Ya escuchamos la decisión que había tomado Caifás, el sumo sacerdote, en que uno habría de morir por todo el pueblo. Y habían encontrado también un colaborar en el discípulo que traicionaría a Jesús. ‘¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego? Se ajustaron con él en treinta monedas y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo’. Todo estaba preparado, podemos decir.
Nos viene muy bien escuchar este evangelio en estos días, en medio de la semana santa  y a las vísperas de iniciar la celebración del triduo pascual que se inicia con la Eucaristía de la Cena del Señor del Jueves Santo. También en nuestras parroquias estos días son de ajetreos y preparativos para las diversas celebraciones y procesiones. En nuestros templos todo son trabajos y preparativos, adornos florales, limpiezas especiales, gentes que van de un lado para otro en mil cosas que hay que hacer.
¿Todo está preparado para la celebración del triduo pascual? También tenemos que preguntárnoslo y ver si los preparativos que hacemos son los necesarios o son los más importantes. Tenemos el peligro de correr mucho de acá para allá en preparación de cosas externas (que por supuesto también habrá que preparar) pero de olvidar lo que es más fundamental y esencial. ¿Nos preparamos nosotros? ¿Estamos dispuestos en verdad a celebrar la Pascua? ¿Tenemos el corazón y el espíritu abierto para descubrir y acoger al Señor que pasa, que llega a nuestra vida, que viene con su salvación?
Es en esa preparación espiritual en la que tendríamos que ocupar más tiempo. Tensar nuestro espíritu, abrir nuestro corazón, prepararnos purificándonos bien para recibir la gracia del Señor. Estamos a las puertas del triduo pascual. Sepamos encontrar momentos de silencio, de interiorización, de oración. Que incluso los actos de piedad popular en los que podamos participar nos ayuden porque seamos capaces de interiorizar todo el misterio de Cristo que contemplamos en sus imágenes.
No temamos coger en nuestras manos la Biblia, los evangelios y pasar ratos leyendo la pasión del Señor, contemplándola desde lo hondo del corazón. Y purifiquemos nuestro corazón no dejando que se meta en él ni la superficialidad, ni la rutina, ni las prisas y agobios con que a veces hacemos las cosas que les hacen perder su hondo sentido. Purifiquemos nuestro corazón arrancándonos de todo pecado para vivir la vida nueva que Cristo nos ofrece. Que seamos capaces de morir de verdad a todo pecado para poder renacer a la vida nueva de la gracia. Solo así podremos vivir la alegría pascual de la resurrección del Señor que tiene que ser en lo que culmine todo lo que vivimos estos días.
El Señor quiere llegar a nuestra vida. Quiere celebrar la Pascua en nuestro corazón. Estemos atentos a ese paso del Señor, a esa llegada de la gracia del Señor a nuestra vida para no echarla en saco roto, como otras veces hemos reflexionado. Tengamos el corazón de verdad preparado para ese encuentro vivo y profundo con el Señor.

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