sábado, 4 de febrero de 2012


Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado

1Reyes, 3, 4-13; Sal. 118; Mc. 6, 30-34
Jesús había enviado a los apóstoles de dos en dos a anunciar el Reino de Dios ‘dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos’. Habían salido a predicar la conversión, ‘ungían a muchos enfermos y los curaban’.
Ahora contemplamos la vuelta de los discípulos después de esta experiencia apostólica, como la podemos llamar. ‘Los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado’. No será necesario poner mucha imaginación para darnos cuenta del entusiasmo y la alegría con que contarían todo lo que habían hecho.
Os confieso que al meditar este pasaje me viene a la memoria mis tiempos jóvenes de seminario cuando salíamos por las parroquias de alrededor a dar catequesis o unas experiencias apostólicas que hacíamos en verano desplazándonos a lugares apartados o deprimidos para pasar un tiempo conviviendo con aquella gente dando catequesis a los niños, charlas para jóvenes o mayores o visitando a las familias con muchas iniciativas de encuentro con las gentes del lugar. Nos sentíamos como ahora nos cuenta el evangelista que se sentían los apóstoles después de cumplir con la misión que Jesús les había encomendado.
Merecían un descanso. Por eso Jesús les dice: ‘Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco’. Y comenta el evangelista que era mucha la gente que se acercaba a Jesús para estar con El. ‘Eran tantos los que iban y venían que no les dejaban tiempo ni para comer’.
Por eso Jesús se los lleva, se fueron en barca dice el evangelista, a un lugar tranquilo y apartado. Aunque allí se van a encontrar de nuevo con la gente que acude de todas partes y se va a mostrar la compasión del corazón de Cristo que seguirá atendiéndolos, quiero fijarme en este hecho de Jesús querer llevarlos a un sitio tranquilo y apartado.
Jesús quería estar a solas con ellos y ellos se sintieran a gusto estando a solas con Jesús. Cuánto reconfortan momentos así y cuánto los necesitamos. Pero a veces somos nosotros mismos los que nos agobiamos con un activismo desbordante. Y necesitamos estar a solas con Jesús.
Hemos de saber detenernos en la vida. Nuestra vida cristiana necesita ese saber estar a solas con Jesús. Será nuestra oración, nuestro trato personal con el Señor; serán momentos de silencio interior para rumiar todo lo que nos va sucediendo en la presencia del Señor y en espíritu de oración; serán momentos de reflexión, de escucha interior de lo que el Señor nos va manifestando a través de los mismos acontecimientos, de las palabras buenas que nos dicen, de lo que podemos recibir también de los demás. No le tengamos miedo a esos momentos de silencio, de reflexión. No todo es correr y correr.
Es lo que nos hace madurar como personas y como cristianos. Es lo que nos va dando una fuerza interior, una espiritualidad que nos hace crecer. No podemos simplemente dejarnos arrastrar por el torbellino de la vida, donde todo son carreras y locuras muchas veces. Vayamos con el Señor a ese sitio apartado y tranquilo a que nos quiere llevar. Sintámonos a gusto en su presencia. Vivamos esa presencia de Dios. Gocemos de esa presencia de Dios. Y en los muchos ruidos nos será más difícil descubrir y sentir esa presencia del Señor.
Ahí encontraremos esa paz y esa fuerza que necesitamos para nuestro caminar de cada día. Ahí en la presencia del Señor descubriremos la verdad de nuestra vida. Ahí en ese silencio interior vamos a escuchar de verdad al Señor y descubriremos lo que nos va pidiendo, esos pasos que tenemos que ir dando para crecer en santidad, que no es otra cosa que vivir su misma vida. Vayámonos en barca con Jesús para estar con El.

viernes, 3 de febrero de 2012


Herodes ejemplo de quien se deja enredar por la espiral del mal

Eclesiástico, 47, 2-11; Sal. 17Mc. 6, 14-29
Cuando el corazón está lleno de maldad o la conciencia nos recrimina de algo que no hacemos bien sentimos desconfianza hacia los demás, nos llenamos de temores, nos dejamos arrastrar por respetos humanos aunque sepamos que hacemos mal, y entramos en una espiral de mal que parece no tener fin.
Herodes no estaba contento consigo mismo por lo que había hecho. Por eso cuando oye hablar de Jesús le entran temores pensando que si es el Bautista que había resucitado. Había caído en esa espiral de maldad que le había llevado a decapitar a Juan y la presencia de Jesús le parecían fantasmas que se le aparecían recriminando allá en su conciencia el mal que había hecho.
Es lo que nos narra hoy el evangelio. ‘Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado’. Su vida no era recta y el Bautista denunciaba su situación de pecado y de injusticia. Influenciado por Herodías, la mujer de su hermano que había tomado por mujer, se deja arrastrar por ese mal. Herodías buscaba la manera de quitar de en medio a Juan.
Y Herodes que se creía poderoso sin embargo era débil ante la tentación y se dejaba arrastrar. Cuántas veces nos pasa. Decía que apreciaba y respetaba a Juan al que escuchaba con gusto en ocasiones, pero sin embargo lo tenía encadenado en la cárcel. Y llegó la ocasión en que su debilidad llegó al extremo con ocasión de la fiesta que realiza con sus magnates y el baile de la hija de Herodías, sus vanas promesas y juramentos, que hacen que pidan la cabeza de Juan. Y en esa espiral en que se había metido cedió.
‘Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino… Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista...’  Y en sus temores y respetos humanos ‘mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan’.
Este episodio del Evangelio nos puede ofrecer muchas lecciones para nuestra vida. Por supuesto, de entrada tenemos que considerar el testimonio valiente de Juan. Valientemente allá junto al Jordán, desde la austeridad y rectitud de su vida, invitaba a todos a convertirse para preparar los corazones a la venida del Mesías señalando a cada uno lo que debía hacer, en lo que tenía que cambiar; ahora no teme decir al poderoso lo que está haciendo mal, también como una invitación a la conversión del corazón. Pero esta valentía y fidelidad le llevará al sufrimiento y al martirio.
No temamos vivir en rectitud de vida aunque nos cueste, o nos parezca que vamos a la contraria de lo que viven los que están alrededor. Tenemos que ser fieles a nuestros principios éticos, a nuestra fe, a nuestro compromiso con los valores del evangelio cuando nos decimos creyentes y cristianos. Qué débiles nos sentimos tantas veces en la vida. Nos cuesta mantener esa fidelidad, pero bien sabemos que no estamos solos porque nunca nos faltará la gracia del Señor.
Alejemos de nuestro corazón todo tipo de maldad, porque la pendiente del mal es resbaladiza y si nos dejamos llevar por el mal podemos caer en esa pendiente que nos hunde en la vida, nos aleja de Dios, nos lleva al pecado y con lo que ofendemos a Dios y hacemos también tanto mal a los que nos rodean. No nos dejemos enredar por la espiral del mal.
Que el Señor nos alcance su gracia en nuestra lucha por superar y vencer toda tentación. Que sintamos en todo momento la fortaleza del Señor para seguir el camino recto. Que el Espíritu divino nos dé valentía para ese testimonio que con nuestra palabra valiente y con nuestra vida hemos de saber dar en todo momento. 

jueves, 2 de febrero de 2012


De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis

Mal. 3, 1-4;
 Sal. 23;
 Heb. 2, 14-18;
 Lc. 2, 22-40

Desde que celebramos la Navidad podríamos decir que todo ha sido una progresiva manifestación de Jesús, aunque en las celebraciones no se haya tenido un orden cronológico total, hasta esta fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo que hoy cuarenta días después estamos celebrando.
Los ángeles anunciaron a los pastores que en Belén de Judá les había nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Las esperanzas eran cumplidas y el Mesías que tanto había esperado y deseado el pueblo judío estaba ya entre ellos.
Los Magos de Oriente vienen buscando al Rey en el recién nacido que van a encontrar también en Belén dejándose conducir por la estrella aparecida en el cielo y por las Escrituras que así señalan el lugar. Era como un singo de que el que venía a traer la salvación para todos los hombres era anunciado por medio de la estrella como salvador no sólo para los judíos sino también para todos los pueblos.
El Bautista lo señalará como el Cordero de Dios que viene a inmolarse para quitar el pecado del mundo, aunque antes él mismo había escuchado la voz del cielo que señalaba a Jesús, al salir de las aguas del Jordán en su bautismo, como el Hijo amado de Dios. Es el Cordero de Dios que se inmola y es el Hijo amado del Padre que es Enmanuel, Dios en medio de nosotros a quien habíamos de escuchar.
Se presentará Jesús en Nazaret como el Ungido por el Espíritu que viene a anunciar la Buena Noticia, el Evangelio a los pobres, y así le vemos en los primeros momentos de su predicación, como lo hemos seguido en estos domingos anteriores, anunciando el Reino de Dios e invitando a la conversión para creer en esa Buena Noticia del Evangelio.
Hoy, cuarenta días después del nacimiento en fecha cronológica, le contemplamos entrar en el templo como Sacerdote que va a hacer la Ofrenda en la presentación ritual de todo primogénito varón que había de ser ofrecido al Señor. ‘De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la Alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar…’ que anunciaba el profeta Malaquías.
‘Cuando llegó el tiempo… según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: todo primogénito varón será consagrado al Señor…’ Ya hemos escuchado lo que allí sucedió y es como la presentación al pueblo creyente, significado en aquel rito de la Presentación y Ofrenda y también en aquellos ancianos que le acogen como Salvador bendiciendo a Dios.
Como en otro lugar de la carta a los Hebreos se señala que el grito de Cristo al entrar en el mundo fue ‘aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’, ahí está cumpliendo con la ley, pero haciendo la Ofrenda de sí mismo al Padre que habría de consumarse en lo alto de la Cruz.
Hemos venido, pues, contemplando al Mesías Salvador, al Rey y al Señor, al Ungido por el Espíritu que, cual profeta, nos anuncia el mensaje del Reino, y al Sacerdote y Pontífice que hará la ofrenda suprema del Sacrificio de la Alianza nueva y eterna para nuestra salvación y nuestra redención. ‘Muriendo aniquiló al que tenía el poder de la muerte y liberó a todos los que pasaban la vida entera como esclavos…’ nos decía la carta a los Hebreos.
‘¡Portones, alzad los dinteles! Que se abran las antiguas compuertas… va a entrar el Rey de la gloria…’ aclamábamos en el salmo. Es el Pontífice compasivo y fiel que expió los pecados del pueblo, como nos enseña igualmente la carta a los Hebreos. Es el deseado de los pueblos, el esperado de las naciones, el que con gran esperanza esperaba el pueblo creyente, representado en el anciano Simeón al que contemplamos en el templo bendiciendo a Dios porque sus ojos han visto al Salvador presentado a todos los pueblos, al que es luz para alumbrar a las naciones y al que es la gloria del pueblo creyente.
Es lo que hoy estamos celebrando cuando también nosotros hemos tomado luces encendidas en nuestras manos para comenzar nuestra liturgia queriendo presentarnos con corazón puro y alma limpia al Señor y hacer así también ofrenda de nuestra vida al Señor. Lema de todo creyente es hacer que todo en su vida sea para la gloria de Dios, y así nosotros queremos presentarnos ante el Señor llevando esa luces signo de las obras de nuestro amor con el que queremos dar gloria a Dios. Cuando bendeciamos estas luces pedíamos al Señor que nos concediera la gracia de caminar por las sendas del bien para que pudiéramos llegar a la luz eterna.
Todo esto queremos hacerlo de la mano de María, nuestra Madre. Ahí en estos momentos del misterio de Cristo que estamos recordando contemplamos siempre a María, la que con su Sí supo hacer esa ofrenda de su voluntad y su vida al Señor. Que de María aprendamos; que María nos alcance esa gracia del Señor; que con María mantengamos siempre encendida esa lámpara de la fe y del amor en nuestra vida.
Más aún, cuando nosotros hoy celebramos a María invocándola como María de Candelaria, nuestra Madre y nuestra Patrona. En las manos de María contemplamos la luz que ella, la primera evangelizadora, vino a traer a nuestra tierra canaria. Con razón, pues, la llamamos portadora de la luz, la que lleva la candela, la Candelaria, porque nos trae la luz, porque siempre nos trae a Cristo y a Cristo  nos conduce.
Amemos a María que es nuestra Madre bendita del cielo. Empapémonos de su amor de madre que nos enseña lo que es el verdadero amor, porque nos enseñará siempre a amar como Jesús. Tengamos siempre presente en nuestra vida a María, porque teniéndola a ella con nosotros seguro que no nos apartaremos de Jesús. ‘Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, ahora y en la hora de nuestra muerte’, para que nunca nos apartemos del camino de Jesús. Somos pecadores y nos sentimos muchas veces tentados por el pecado, pero teniendo a María a nuestro lado ella nos enseñará y alcanzará la gracia de sabernos apartar de la tentación, de apartarnos del pecado para mantenernos siempre en la gracia y en la santidad de Dios.
Que María de Candelaria, como madre nos proteja y nos acompañe en el camino de nuestra fe y de nuestro amor.

miércoles, 1 de febrero de 2012


No sólo admiración por su sabiduría y milagros sino creer en la Buena Nueva de Jesús

2Samuel, 24, 2. 9-17; Sal. 31; Mc. 6, 1-6
Sienten admiración por su sabiduría y por los milagros que realiza, pero no terminan de creer en El. Se preguntan de donde ha sacado esa sabiduría y ese poder para realizar milagros pero se quedan diciendo que es el hijo de María y del carpintero y que por allí andan sus parientes.
‘Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos y cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga, mientras la multitud lo oía asombrada…’ Pero al final terminará diciéndonos el evangelista que ‘no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos, y se extrañó de su falta de fe’.
Ante Jesús no sólo tenemos que sentir asombro. Es necesario algo más, porque lo que El nos pedirá es que creamos en la Buena Nueva que anuncia y convertir nuestra vida. Creer en la Buena Nueva, en el Evangelio es creer en Jesús; es poner toda nuestra fe en El. Y quien pone la fe en Jesús es porque ha vivido un encuentro profundo con El, desde lo  más hondo de la vida.
No podemos mirar a Jesús desde fuera, como quien se asombra ante un personaje singular o un personaje histórico. Los personajes históricos ahí están pero pasan con el tiempo. Ante un personaje singular podemos sentir admiración por lo que hace, pero pronto podremos cambiar porque habrá otros personajes. Ante Jesús sintieron asombro sus vecinos de Nazaret pero no llegaron a acogerlo hondamente en sus vidas. ‘No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa’, les dirá Jesús.  
Con Jesús tendrá que ser algo distinto. La fe es algo mucho más hondo. Por la fe queremos unirnos a El para vivir su misma vida. Por eso es necesario ese encuentro desde lo más profundo, ese encuentro vivo, ese encuentro que nos transforma, ese encuentro que nos va a hacer distintos porque nos vamos a llenar de su vida. No será sólo el milagro que contemplamos y que nos puede llevar a la admiración, sino que tiene que ser ese encuentro que nos da nueva vida. No puede ser algo para un momento o para un tiempo determinado, sino que quien se encuentra de veras con Jesús, lo será ya para siempre.
Es a lo que tiene que llevarnos nuestra fe. Es por lo que acudimos a El en la Eucaristía y en los sacramentos porque queremos llenar nuestra vida de El, de su gracia, de su propia vida, y porque queremos alimentarnos en El porque sin El nada podríamos hacer. Sentiremos, entonces, la necesidad de estar siempre unidos a El, para que circule su gracia, su vida divina por las venas de nuestro espíritu, porque ya sabemos que somos los sarmientos que tenemos que estar unidos a la vid para siempre para poder tener vida eterna en nosotros.
Estaremos deseando alimentarnos siempre de su vida y de su Palabra porque quienes se aman quieren estar unidos, conocerse más y más profundamente cada día y la vida del uno sin el otro ya no tendría sentido ni valor. Así tiene que ser nuestra vida en Cristo; así tiene que ser nuestro amor que cada día queremos alimentar en su amor.
Cada día queremos escuchar más y más su Palabra y con ansiar ardientes y deseos hondos venimos a alimentarnos de ella en nuestra celebración. Es la Sabiduría más honda y más hermosa de nuestra vida. Igual que un enamorado nunca se cansa de su amor, el creyente en Jesús nunca se cansará de su Palabra sino que más bien estará deseándola continuamente para impregnarse más y más en su Espíritu.
Que ese Espíritu nos ayude a crecer más y más en nuestra fe en Jesús. Que con la fuerza de su Espíritu en verdad nos sintamos transformados por su vida para que ya comencemos a dar testimonio de Jesús, a convertirnos por el amor, por la obras de justicia, en verdaderos testigos de Jesús en medio del mundo.

martes, 31 de enero de 2012


Gestos humanos que son signos de salvación nacidos de una fe profunda

2Samuel, 18, 9-10.14.24-25.30; 19, 3; Sal. 85; Mc. 5, 21-43
Contemplamos por una parte unos gestos muy humanos que se convierten en signos verdaderos y cauces auténticos de salvación y por otra la importancia de la fe en el encuentro vivo y personal con Jesús para hacernos llegar su salvación.
Unos gestos humanos llenos de cercanía y de confianza: la mujer que se acerca a tocar el manto de Jesús, aunque fuera sólo por detrás, la cercanía de Jesús que se pone a caminar junto a Jairo en su dolor y sufrimiento para llegar hasta su casa y la mano tendida de Jesús hacia la niña para levantarla de las sombras de la muerte y entregarla llena de vida a sus padres; junto a ello aparecen detalles como los de Jesús preocupándose de que le den de comer a la niña, el evitar todo alboroto innecesario en aquellas expresiones de duelo, o las palabras de aliento en todo momento, incluso cuando comunican la noticia de la muerte.
Todo, porque Jesús quiere llenarnos de su vida y para eso se acerca a nosotros con toda su humanidad. Caminos de humanidad que nosotros tenemos que aprender a recorrer para saber estar siempre al lado del que sufre y en una actitud generosa de servicio. En la vida necesitamos sentirnos acompañados, tener alguien que camine a nuestro lado cualquiera que sea la situación que vivamos, pero sobre todo en momentos difíciles para sentir ese aliento y calor humano que nos da fuerzas en nuestro duro caminar.
Son muchas las soledades que se pueden sentir y desde las propias experiencias que nosotros tenemos en nuestra propia vida, tendríamos que aprender a saber estar al lado del hermano y acompañarlo en ese duro camino que es la vida para muchos. No serán necesarias quizá muchas palabras sino la palabra de aliento en el momento oportuno. Creo que a todos nos puede enseñar mucho en este sentido el evangelio.
Vemos cómo el gesto de la mujer de las hemorragias se transforma en cauce de salud y salvación para su vida; y de la misma manera el camino de Jesús junto a Jairo concluirá también en resurrección y en vida no solo para la niña que es levantada de la cama, sino para la fe que se despierta fuertemente en aquella familia de Jairo y de todos los presentes que se llenan de admiración ante lo que sucede. ‘Se quedaron viendo visiones’, comenta el evangelista.
Y ese es el otro aspecto que hemos de destacar en este doble episodio que nos narra el evangelio: la fe. ‘Tu fe te ha curado, vete en paz y con salud’, le dirá Jesús a aquella mujer que en su amargura y desesperación por lo que sufre sin embargo llena de una confianza grande se atreve a acercarse a Jesús y tocarle aunque solo fuera el manto por detrás para sentirse curada.
Pero será fe lo que Jesús le pide a Jairo. Con esa fe había acudido a Jesús porque sabía que su presencia bastaría para curar a su niña. ‘Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva’. Ya es eso una manifestación de fe. Pero sucederían cosas que podrían poner a prueba su fe. Cuando vienen a decirle que para qué molestar más al Maestro porque la niña ya ha muerto, esa fe es la que pedirá Jesús a Jairo. ‘No temas, basta que tengas fe’. Una fe que siempre tiene que llevarnos a un encuentro vivo con el Señor.
Acudimos muchas veces a Dios con fe, pero luego nos llenamos de dudas. ¿Me concederá o no me concederá el Señor lo que le pido? El Señor no nos escucha, pensamos a veces. O quizá la misma humildad que tenemos pudiera hacer que no confiemos, porque nos sentimos tan pecadores, que pensamos que el Seño no nos escucha. ‘Basta que tengas fe’, nos dice a nosotros también el Señor. Por eso siempre tenemos que saber acudir al Señor, con la confianza de la que nos hablará Jesús tantas veces en el Evangelio. Dios nos ama, es nuestro Padre, y ¿qué padre si su hijo le pide pan, le va a dar una piedra? Cuánto no nos dará nuestro Padre del cielo.

lunes, 30 de enero de 2012


Le rogaban que se marchase de su país

2Samuel, 15, 13-14.30; 16, 5-13; Sal. 3; Mc. 5, 1-20
‘La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la quiso recibir’. Así nos habla el evangelista Juan en el prólogo de su evangelio y es el primer resumen que quiero hacer de este texto del Evangelio hoy proclamado.
Viene la luz, pero las tinieblas no quieren la luz. Es el drama de nuestra vida en cierto modo; aunque con nuestras palabras queramos decir lo contrario, en la práctica de nuestra vida es lo que en muchas ocasiones hacemos. Tenemos la luz a nuestra mano y rehusamos iluminarnos con esa luz. Tenemos la salvación que Jesús nos ofrece y preferimos nuestra vida de pecado.
Hoy escuchamos en el evangelio que Jesús llega a la región de los Gerasenos, a la otra orilla del lago. Son los caminos que realiza Jesús haciendo el anuncio del Reino. Es para todos. Aunque allí no sean propiamente todos judíos, allí lleva Jesús el anuncio de la Buena Noticia. ¿La acogerán y la recibirán? Es lo que nos ayuda a descubrir el evangelio, pero para que revisemos nuestras propias actitudes, nuestra propia manera de actuar.
Le sale al encuentro un hombre poseído de un espíritu inmundo que habitaba en las cuevas de la zona y que en cierto modo era el terror de todas las gentes de la comarca. Como siempre el espíritu maligno reconoce a Jesús y trata de rechazarlo. No quería que Jesús lo expulsara de aquel hombre. Se llama Legión porque son muchos. Al final le rogarán a Jesús que si los echa de aquel hombre les permita meterse en la piara de cerdos que por allí está hozando. Jesús lo permite para liberar a aquel hombre y los cerdos se abalanzaron acantilado abajo hasta ahogarse todos en el lago. Pero aquel hombre es liberado del espíritu del mal.
Y es aquí el momento que enterados en el pueblo lo que ha pasado le ruegan a Jesús que se marcha de aquel lugar. ‘Ellos le rogaban que se marchase de su país’. Ante el rechazo Jesús se marchará. Ha llegado la luz y la salvación. Es para todos, no sólo para aquel hombre que había sido liberado del espíritu maligno. Pero no quieren escuchar el mensaje, rechazan la presencia de Jesús.
La Luz quiso brillar allí donde había tinieblas, para que se iluminaran sus vidas pero prefirieron las tinieblas a la luz. ‘Le rogaban que se marchase de su país’. ¿Tendrían razones? ¿El aceptar a Jesús trastocaría sus vidas, sus trabajos, sus negocios y eso era algo que iba a costar mucho? ¿Respetos humanos o intereses? ¿Falta de conocimiento de lo que es la verdad de la vida o confusión en el alma para no saber qué escoger? ¿Estarían tan ofuscados que eran incapaces de ver de donde arrancaba la verdadera luz? Muchas podían ser las razones, pero el hecho estaba en que no querían saber nada de Jesús.
¿No será lo que nos pasa a nosotros en muchas ocasiones? Preferimos vivir en nuestras tinieblas antes de que buscar la verdadera luz. Tenemos miedo quizá a un mayor conocimiento de Jesús porque intuimos que eso nos va a traer mayores compromisos y en cierto modo complicarnos la vida. Nos hemos acostumbrado a nuestra manera fría de vivir nuestra fe, que nos puede parecer imposible que podamos alguna vez caldear del todo nuestro corazón. Nos buscamos nuestras disculpas y seguimos en nuestras rutinas o comodidades.
La luz quiso brillar en la tiniebla, pero la tiniebla no la recibió. Qué fácil nos es juzgar y condenar a los demás. Eso es quizá lo primero que surja dentro de nosotros para disculpar la actitud de aquellas gentes, pero nos olvidamos que es eso lo que tantas veces hacemos con nuestras rutinas, nuestras desganas, nuestras frialdades. Nos acostumbramos a esa forma de vivir lejos de Dios.
Que el Señor nos despierte, avive nuestro espíritu, para que sepamos descubrir la luz y dejarnos iluminar por ella.

domingo, 29 de enero de 2012


La victoria jubilosa de Jesús sobre el mal que también nosotros hemos de comunicar a los demás

Deut. 18, 15-20;
 Sal. 94;
 1Cor. 7, 32-35;
 Mc. 1, 21-28
Jesús había comenzado a recorrer Galilea anunciando la Buena Noticia de que llegaba el Reino de Dios. Los primeros discípulos habían comenzado a seguirle y a la invitación de que todo había de cambiar y era necesario creer en Jesús y en la Buena Nueva que anunciaba algunos ya habían comenzado a dejarlo todo para seguirle. Recordamos el pasado domingo a Simón Pedro y Andrés, a Santiago y a Juan que habían dejado redes y barcas para hacerse seguidores de Jesús y pescadores de hombres.
Llega el sábado y la oportunidad está en la asamblea de la Sinagoga donde se escucha y comenta la Palabra de Dios antes de la oración en común. Y allí está Jesús. Y su manera de hablar es nueva. Lo hacía con una autoridad nueva y distinta; no era un maestro de la ley más que repitiera cosas aprendidas sino que lo hacía con autoridad. ‘Se quedaron asombrados de su doctrina porque no enseñaba como los escribas sino con autoridad’, comentaban los oyentes.
¿Cómo no iba a hacerlo así si allí estaba la verdadera Palabra de Dios que se había encarnado, que había plantado su tienda entre nosotros? No eran sólo palabras lo que Jesús ofrecía. Allí había vida y con su Palabra sus vidas se llenaban de luz. Los corazones se sentían enardecidos ante aquella palabra llena de vida y todo se comenzaba a ver con un nuevo resplandor. Era un gozo poder escucharle, y estar con El, y hacer nacer la esperanza en el corazón con su Palabra.
Pero la autoridad de Jesús no solo se iba a manifestar en las palabras que pronunciara sino en la vida nueva que ofrecía. Una vida que no era sólo promesas y anuncios de algo nuevo, sino que lo nuevo se estaba comenzando ya a realizar allí. Anunciaba el Reino de Dios, y reinando Dios el mal tenía que desaparecer del corazón de los hombres, y allí se comenzaría a manifestar esa transformación, para que sólo Dios reinara entre los hombres haciendo desaparecer el mal.
‘Estaba precisamente en la Sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo…’ Alguien dominado por el maligno a quien había que liberar del mal. ‘Se puso a gritar’, dice el evangelista. Aquel hombre poseído por el maligno reconocía que quien estaba allí ante él era quien viniera a destruir y a vencer el mal. ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres, el Santo de Dios’.
Se va a manifestar la victoria de Jesús. El maligno se resiste, pero Jesús es el vencedor. Para eso habría de morir en una cruz y resucitado se presentaría como el Señor de la Victoria, el vencedor del mal y de la muerte para siempre. Allí se iba a manifestar esa victoria de Jesús. Allí se iba a manifestar la gloria del Señor liberando a aquel hombre de todo mal.
‘¡Cállate y sal de él!’, le increpa Jesús. ‘Y el espíritu inmundo lo retorció y dando un grito muy fuerte salió de él’. Todos se asombran. Jesús actúa con una autoridad nunca vista. ‘Este enseñar con autoridad es nuevo’, exclama la gente. Allí está la Palabra victoriosa de Jesús.  ‘Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea’. Ya escucharemos en los próximos domingos como pronto van a venir de todas partes hasta Jesús buscando vida y salvación.
Ya seguiremos en las próximas semanas todo ese camino, todo ese recorrido de Jesús. Hoy también nosotros venimos hasta El, porque queremos escucharle y porque queremos seguirle también. Como aquella gente que se reunía en la sinagoga de Cafarnaún aquel sábado, día sagrado para los judíos, nosotros venimos en el día del Señor, en el día en que cada semana de manera especial e intensa celebramos su victoria sobre la muerte y el pecado.
Es el domingo, el día del Señor, el día que recordamos y celebramos la resurrección del Señor. Es lo que aquí venimos a anunciar y a celebrar. ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos su resurrección’, gritaremos con todo el ardor de nuestra fe confesándole victorioso. Y una vez más diremos ‘¡ven, señor Jesús!’ Que venga el Señor, que llegue a nuestra vida y así nos sintamos iluminados por su luz, transformados por su gracia salvadora, resucitados a una vida nueva.
Aquí estamos como familia reunida en el nombre del Señor para celebrar su victoria en su muerte y resurrección. Escuchamos su Palabra y nos alimentamos también del Pan único y partido de la Eucaristía. Aquí estamos ‘celebrando el memorial del Señor resucitado, mientras esperamos el domingo sin ocaso’, como decimos en uno de los prefacios, ‘en el que la humanidad entera entrará en tu descanso’. Es lo que celebramos de manera especial cada domingo, en el día del Señor. Es lo que proclamamos con nuestra fe alabando por siempre la misericordia del Señor que nos manifiesta así su autoridad siendo vencedor para siempre de la muerte y del pecado.
Jesús actúa con autoridad también en nosotros dándonos su gracia, haciéndonos partícipes de su victoria. Mucho mal se he metido en nuestro corazón cuando hemos dejado entrar el pecado en nosotros, pero sabemos y confesamos en verdad quien es Jesús, el Santo de Dios que nos santifica; el Santo de Dios que nos redime y nos arranca del mal; el Santo de Dios que nos transforma con su gracia para que liberados de toda atadura de pecado vivamos ya santamente. Y por todo ello queremos dar gracias a Dios y cantar para siempre su alabanza.
El evangelio dice que su fama se extendió enseguida por toda la comarca, porque corría la noticia de boca en boca y todos se admiraban de las maravillas del Señor. ¿Nos faltará a nosotros hacer algo así? Es la Buena Noticia que nosotros también hemos de trasmitir. Toda esa salvación del Señor que sentimos en nuestra vida tenemos que saber llevarla a los demás, anunciarla a nuestros hermanos para que ellos descubran también lo que es la misericordia del Señor.
Hemos de confesar que muchas veces nos falta esa alegría y ese entusiasmo nacido de una fe profundamente vivida. Es necesario que contagiemos a los demás de esa alegría de la fe, de esa alegría del encuentro con el Señor resucitado que nos hace partícipes de su victoria sobre el mal, que nos llena con su salvación.
Esa proclamación solemne de nuestra fe que hacemos aquí en medio de la Eucaristía no se puede quedar reducida a proclamarla solo en medio de estas cuatro paredes, sino que tiene que ser una proclamación pública en que a todos alcance y a todos llegue el grito jubiloso de nuestra fe.