martes, 27 de noviembre de 2012


Viene el Hijo del Hombre entre las nubes del cielo

Apoc. 14, 14-20; Sal. 95; Lc. 21, 5-11
La Biblia se comenta con la misma Biblia; la Palabra de Dios hemos de mirarla siempre con una visión de conjunto, por decirlo de alguna manera, porque no podemos tomar un texto aislado y quedarnos solamente en lo que literalmente nos ofrezca. Unos textos nos ayudarán a comprender otros de más difícil comprensión para llegar a captar lo que es el centro del mensaje que el Señor quiere trasmitirnos.
Todo eso además dejándonos conducir por el Magisterio de la Iglesia que asistida por el Espíritu Santo es la interpreta con mayores garantías la Palabra del Señor para alimento de toda la Iglesia, de todos los creyentes en Jesús. Es por eso también por lo que siempre hemos de acudir al texto sagrado de la Biblia con una actitud de fe y pidiendo la asistencia del Espíritu Santo que nos ilumine y nos ayude a comprender y vivir en toda su profundidad todo el misterio de Dios.
Me gusta, cuando me acerco a la Palabra de Dios tanto para reflexionarla para mi mismo, como para la reflexión que pueda o deba hacer para los demás, contar primero que nada con esa asistencia del Espíritu, pero luego cotejar unos textos con otros fijándome en paralelismos que pudiera haber con otros textos de la Sagrada Escritura.
Lo que estamos escuchando estos días de final del año litúrgico del Apocalipsis en la primera lectura seguramente en una reflexión honda que nos vayamos haciendo nos va haciendo rememorar otros momentos del evangelio y palabras de Jesús. Hoy  nos ha dicho: ‘Miré y apareció una nube blanca; estaba sentado encima uno con aspecto de hombre, llevando en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada…’ Me recuerda diversos momentos del evangelio.
Ante la pregunta del Sumo Sacerdote ante el Sanedrín reunido en pleno a Jesús si era el Mesías o no, responderá: ‘Tú lo has dicho; y además os digo que veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Todopoderoso, y que viene sobre las nubes del cielo’.
Pero nos recuerda también con las imágenes en que nos habla hoy de la siega o de la vendimia la alegoría del juicio final: ‘Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en el trono de su gloria. Todas las naciones se reunirán ante él…’
O nos podría recordar también la parábola del trigo y de la cizaña, en la que crecerán juntas la buena semilla y la cizaña, pero a la hora de la siega se separará la buena semilla de la cizaña, y mientras el trigo es guardado en los graneros, la cizaña será arrojada al fuego. ‘El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles que recogerán de su reino a todos los que fueron causa de tropiezo y a los malvados, y los echarán al horno de fuego… y los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre’.
Comprendemos ahora mejor lo que nos dice hoy el Apocalipsis con las imágenes de la siega y de la vendimia. ‘Ha llegado la hora de la siega pues la mies de la tierra está más que madura… vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque las uvas están en su sazón…’
¿Tendremos quizá que hacernos algunas preguntas? ‘El Señor llega a regir la tierra’, como decíamos en el salmo, y nosotros, ¿estaremos preparados para el juicio del Señor? ¿Estará madura la mies, estarán las uvas en su sazón? ¿Estaremos en verdad nosotros dando los frutos que el Señor nos pide?
El salmo, sin embargo, nos invita a alegrarnos con la llegada del Señor. ‘Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena, vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra, regirá el orbe con justicia y a los pueblos con fidelidad’.
Que nos encuentre a nosotros en esa fidelidad; que no se haya mermado nuestra fe ni enfriado nuestra esperanza; que brillen los frutos del amor en nuestra vida para que podamos gozar para siempre de su Reino en plenitud.

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