domingo, 25 de noviembre de 2012


Mi reino no es de este mundo… mi reino no es de aquí

Dan. 7, 13-14; Sal. 92; Apoc. 1, 5-8; Jn. 18, 33-37
‘¿Eres tú el rey de los judíos?... ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?’ Es el diálogo que se inicia entre Pilatos y Jesús. Creo que esto nos ayudaría y nos haría reflexionar mucho cuando hoy, en el último domingo del año litúrgico, estamos celebrando esta Solemnidad de Jesús, Rey del Universo.
Ser rey de los judíos no tenía el mismo significado en lo que pudiera pensar Pilatos, lo que soñaban los judíos que fuera el sentido del Mesías y cómo realmente Jesús se presentaba como rey. Claro que Pilatos, representante en Palestina del emperador romano, pudiera tener sus prejuicios y sus miedos en que alguien se presentara como Rey de Israel; es por eso por lo que los judíos aprovechan para llevar a Jesús ante el pretorio con esta acusación. Pero por otra parte sabemos bien del sentido triunfalista que tenían ellos del Mesías que esperaban.
Sin embargo, hemos de reconocer que a nosotros también nos pudiera pasar de manera semejante, porque muchas veces podemos presentar a Jesús como Rey de una manera triunfalista y a la manera de lo que son los reyes de este mundo, y no cómo Jesús es realmente, el Rey y Señor de nuestra vida. ¿Nos habremos creado una imagen distorsionada de Jesús como Mesías y como Rey de Israel?
‘Mi reino no es de este mundo… mi reino no es de aquí’, proclama Jesús. Sí, su reino no es de este mundo, a la manera de los reinos de este mundo. Su reino no es un reino de ejércitos ni un reino que se imponga por la fuerza. Es de otra manera. Pilato ahora no lo comprenderá cuando Jesús le dice ‘tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y he venido al mundo; para ser testigo de la verdad’. Y la verdad de Jesús nos hace libres; la verdad de Jesús nos lleva a la plenitud; la verdad de Jesús pasará por los caminos del amor y del servicio. Eso no lo entenderán los poderosos. A nosotros en realidad, aunque lo sepamos, nos cuesta entenderlo muchas veces.
Es cierto que en todo el evangelio Jesús nos hace otra cosa que hablarnos del Reino de Dios, pero nos dirá que lo poseerán los pobres, los sencillos, los humildes, los que buscan la verdad y el bien, incluso los que son perseguidos por su causa. Recordemos una vez más el mensaje de las bienaventuranzas. Por eso nos dice que su reino no es de aquí, porque la plenitud no la alcanzaremos nunca en esta vida ni en este mundo, porque la plenitud solo podremos obtenerla en Dios, en la plenitud de vida junto a Dios en el cielo.
Cuando los discípulos encandilados por los poderes de este mundo y soñando con el Mesías triunfador comiencen a suspirar por primeros puestos o lugares de honor, les dirá que entre ellos no puede suceder de ninguna manera como con los poderosos de este mundo. ‘Entre vosotros no será así’, les dice. Poseerán el Reino y ocuparán primeros lugares en él, los que se hacen los últimos, los esclavos y servidores de todos. El, que es el Señor, se puso a los pies de los apóstoles para lavárselos con un simple y vulgar sirviente, y nos enseñó que así tendríamos que hacer nosotros. Esto es una constante en su enseñanza.
Hoy nosotros estamos celebrando a Jesucristo, como nuestro Rey y como nuestro Señor. En verdad que Jesús lo es. El nos ha rescatado derramando su sangre por nosotros para que tengamos vida. El abajándose hasta someterse a una muerte de Cruz a nosotros nos ha levantado con El para llenarnos de su vida y al hacernos partícipes de su vida divina, nos ha hecho hijos de Dios.
Y si podemos proclamar en verdad que Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre, sentimos cómo a nosotros nos ha redimido, nos ha comprado, como dice san Pedro, no a precio de oro ni de plata, sino al precio de su Sangre derramada para el perdón de nuestros pecados. ‘Aquel que nos ama, nos decía el libro del Apocalipsis, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre’.
‘A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos’. Sí, queremos cantar la gloria del Señor, queremos reconocer la maravilla que ha realizado en nosotros y queremos darle gracias y cantar eternamente la alabanza del Señor. Hoy, para los que creemos en Jesús y le proclamamos como nuestro Rey y Señor, es un día grande, una gran solemnidad y con toda la Iglesia nos alegramos, y con la liturgia queremos cantar la mejor alabanza al Señor. ‘Quienes nos gloriamos de obedecer los mandatos de Cristo, Rey del Universo, pedimos que podamos vivir eternamente con El en el cielo’, como diremos en una de las oraciones de la liturgia.
Pero, ¿sabéis cuál es el mejor cántico de alabanza? ¿Cómo es que en verdad podamos nosotros reconocer que Jesús es el Señor y el Rey del universo? ¿Cómo podemos pertenecer a su Reino?
Proclamaremos en verdad que Jesús es el Señor y Rey del universo cuando nos impregnemos de todos esos valores que Jesús nos enseña en el evangelio. No tendrían que caber ya en nosotros nunca más ni las actitudes violentas y dominadoras que nos alejarían de su Reino de paz, ni la prepotencia ni el orgullo pueden ser acompañantes de nuestra vida cuando queremos pertenecer a su reino de amor y de justicia.
Será por los caminos de la humildad y de la sencillez, por los caminos del servicio y de la solidaridad, por los caminos del amor que nos llevarán a aceptarnos y respetarnos mutuamente, a buscar siempre por encima de todo el bien del otro y a poner de nuestra parte todo lo necesario para vivir unidos y en comunión con los demás, cuando estemos viviendo y realizando en nuestra vida y en nuestro mundo ese Reinado de Dios.
Cuando sepamos perdonarnos y aceptarnos humildemente como somos, cuando nos respetemos y nos comprendamos sinceramente, cuando aprendamos a olvidarnos de nosotros mismos siendo humildes y no importarnos ser los últimos y valorando primero que nada todo lo bueno que hay en los demás, cuando vivamos con autenticidad y sinceridad nuestras relaciones con los demás alejando de nosotros todas las caretas de la falsedad y de la hipocresía, entonces estaremos ya viviendo en el Reino de Dios y estaremos proclamando con nuestras vida que Jesús es el único Señor de nuestra existencia.
La proclamación que queremos hacer en este día de que Jesús es el Rey del Universo y nuestro único Señor no la hacemos solamente con palabras, sino que lo estaremos proclamando desde la autenticidad de nuestras obras y desde nuestro compromiso real de amor.
‘Tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria por siempre’, proclamaremos hoy con toda intensidad con la liturgia. Pero no serán solo palabras, sino que será con toda nuestra vida como lo vamos a hacer. Lo haremos con fuerza, porque con fuerza queremos hacer de nuestra vida y de nuestra tierra el Reino de Dios; lo haremos con fe porque confesamos radicalmente que Jesús es nuestro único Señor; pero lo haremos con esperanza porque deseamos alcanzar, y tenemos la certeza de que lo podremos alcanzar, la plenitud del cielo, la plenitud del Reino eterno de Dios, compartir la vida eterna y poder cantar eternamente las alabanzas del Señor.

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