viernes, 9 de noviembre de 2012


Comunión entre los que creemos en Jesús para edificar el templo vivo de Dios

Apc. 21, 1-5; Sal. 45; Jn. 2, 13-22
‘Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo’.  Con estas palabras tomadas del libro del Apocalipsis, que luego hemos escuchado también en la proclamación de la Palabra, la liturgia quiere iniciar esta fiesta de la Dedicación de la Iglesia de Letrán. Cuando uno se acerca a esta Basílica de El Salvador, o San Juan de Letrán que de una y otra manera es conocida en Roma, al contemplar la belleza de tan hermoso templo estas imágenes descritas en el Apocalipsis de alguna manera se nos hacen presente en nuestra mente en la, repito, grandiosidad y belleza del lugar.
Alguien quizá podría preguntarse y por esta celebración en el calendario litúrgico de la Iglesia universal si en fin de cuentas es una Iglesia situada en Roma. Hay una razón poderosa, es la catedral del Papa, es la catedral del Roma, sede del Obispo de Roma que al mismo tiempo es Pastor de la Iglesia universal. Se trata, pues, de una reafirmación de nuestra fe apostólica, del sentido eclesial de nuestra fe, y de nuestra comunión con el Papa pero también con toda la Iglesia.
No se trata, pues, de un templo cualquiera, sino que tiene un significado muy especial para toda la Iglesia por los motivos que hemos mencionado. Sin dejar de lado este sentido eclesial de nuestra fe y este sentido apostólico de nuestro Credo, al celebrar la Dedicación de un templo también podríamos hacernos hermosas consideraciones para nosotros que hemos sido también ungidos para ser ese templo del Espíritu y esa morada de Dios que quiere venir a habitar en nosotros, como nos enseña Jesús en el Evangelio.
Por ese camino va, además, el sentido de la liturgia de esta fiesta expresado no solo en la Palabra proclamada sino también en los textos propios de esta fiesta como son las diversas oraciones y también el prefacio. Nos sentimos congregados en el templo construido con piedras, podemos decir, para expresar cómo se ha de manifestar de forma admirable el misterio de la comunión de Dios entre nosotros. Congregados quienes hemos sido convocados en Iglesia nos sentimos unidos, nos sentimos en comunión los que confesamos una misma fe, pero no es una comunión entre nosotros solamente lo que queremos expresar sino también nuestra comunión con Dios.
Por eso cuando aquí nos congregamos vamos haciendo crecer nuestra propia fe y nuestra vida, vamos edificando este templo de Dios que somos nosotros en la medida en que acogemos la Palabra de Dios que aquí se nos proclama y alimentamos nuestra vida cristiana, nuestra fe y nuestro amor, en los sacramentos que aquí en comunión celebramos. ‘En este lugar tú vas edificando aquel templo que somos nosotros, y así la Iglesia, extendida por toda la tierra, crece unida, como Cuerpo de Cristo, hasta llegar a ser la nueva Jerusalén, verdadera visión de paz’, como proclamamos en el prefacio para expresar lo que aquí venimos a celebrar, el sentido de esta fiesta.
Un templo de Dios somos que hemos de cuidar y hacer resplandecer. Así como nuestros templos materiales donde nos reunimos, como hemos expresado más arriba, los queremos tener limpios y adornados, para que por una parte expresen lo que es el culto que queremos tributar a Dios con toda la mayor y profunda dignidad, así nosotros, verdaderos templos de Dios hemos de estar bien adornados por la virtudes y resplandecientes con la santidad de nuestra vida.
Como decía san Cesáreo de Arlés en una homilía en la dedicación de este templo, ‘debemos disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos encontrar dispuesta la Iglesia cuando venimos a ella’. Y prosigue ‘¿deseas encontrar limpia la Basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la Basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas, sino que sea en verdad lo que dice el Señor: que brille en nosotros la luz de las buenas obras y sea glorificado aquel que está en los cielos. Del mismo modo que tú entras en esta Iglesia, así quiere Dios entrar en tu alma, como tiene prometido: habitaré y caminaré con ellos’.
Hermosas consideraciones que nos tendrían que hacer reflexionar mucho. Que la celebración de la dedicación de este templo consagrado al Señor sea una llamada que sintamos en el corazón a la más viva comunión entre los que creemos en Jesús, sea una invitación a la vida de la santidad y de la gracia que no desoigamos, sea un punto de apoyo fuerte para nuestra conciencia de Iglesia, de nuestra pertenencia a la Iglesia universal en comunión con el Papa y con todos los Obispos. 

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