martes, 23 de octubre de 2012


La dicha de la fe que nos llena de paz y de la vida de Dios

Ef. 2, 12-22; Sal. 84; Lc. 12, 35-38
¡Qué dicha más grande que podamos tener iluminada nuestra vida por la luz de la fe! Tenemos que valorar mucho la fe que tenemos en Jesús que tanto sentido y valor da a nuestra vida. No es un adorno que podamos quitar o poner en nuestra vida sino que es algo fundamental que dé sentido a nuestro existir. Tenemos que considerar mucho la importancia de la fe, la importancia y la alegría que hemos de sentir por tener fe.
Hoy el apóstol en la carta a los Efesios les hace estas consideraciones, recordándoles cómo vivían cuando aún no tenían fe porque aun no habían descubierto a Cristo, no se les había anunciado para que creyesen en El. La comunidad de Éfeso partía principalmente desde un mundo pagano. Aunque Pablo cuando iba anunciando el evangelio normalmente comenzaba predicando en la sinagoga a los judíos, pronto este anuncio del Evangelio lo había también a los gentiles y la comunidad de Éfeso estaba formada por creyentes en Jesús que en su mayoría provenían del mundo pagano.
Por eso les dice ‘entonces no teníais un Mesías, erais extranjeros a la ciudadanía de Israel y ajenos a las instituciones portadoras de la promesa. En el mundo no teníais ni esperanza ni Dios’. Vivían en un mundo sin la luz de la fe en el Dios verdadero. ‘Ahora, en cambio, estáis en Cristo Jesús’, les dice. Han abrazado la fe en Cristo y se han derribado todos los muros que nos separan porque en Cristo, por la sangre derramada por  nosotros en la cruz alcanzamos la paz y la salvación.
Con Jesús ha de desaparecer para siempre el odio que nos divide y nos separa; con Jesús seremos ya un hombre nuevo, el hombre nuevo de la gracia, de la vida, de la santidad. ‘Reconcilió con Dios a los pueblos uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte en El al odio. Vino y trajo la noticia de la paz... a los de lejos… a los de cerca…’ a todos porque ahora todos podemos acercarnos a Dios de un modo nuevo.
Nos está hablando el apóstol de esa vida nueva que hemos de vivir desde nuestra fe en Jesús; una vida nueva en la que ya no cabe el odio, sino todo tiene que ser amor y paz; una vida nueva en la que nos sentimos para siempre reconciliados y ya nada nos puede separar a unos de otros, porque para siempre tenemos que sentirnos hermanos; una vida nueva que nos acerca a Dios porque nos llena de la vida de Dios al que ya podemos llamar Padre.
¡Qué dicha la fe que tenemos en Jesús! Qué felices tendríamos que sentirnos porque con Jesús todo tiene que ser distinto, con Jesús siempre en todo y con todos hemos de sentirnos en paz. Qué dichosos somos cuando sentimos que en Jesús somos amados de Dios, tan amados que El es para nosotros nuestro Padre, somos sus hijos, y ya no nos faltará nunca su presencia, su gracia, su amor. Qué dicha sentirnos amados de Dios. Para eso derramó Cristo su Sangre en la cruz, para que podamos sentir para siempre esa dicha. Por eso, como decíamos al principio, qué dicha más grande sentir nuestra vida iluminada por la luz de la fe.
Qué dicha esa comunión nueva que entre los que creemos en Jesús se ha establecido para ser como una familia, para formar una comunidad, para ser ese pueblo de Dios. Como nos dice el apóstol ‘sois ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios… sois templo consagrado al Señor… para ser morada de Dios por el Espíritu’. Cimentamos nuestra vida en Jesús por la fe que tenemos en El. Cristo Jesús es la piedra angular de ese edificio que formamos todos los que creemos en El, ese templo consagrado al Señor.
Que crezca más y más nuestra fe en Jesús. Que la reafirmemos bien en Cristo y que con alegría y valentía también la proclamemos a los demás para que todos puedan tener también esa dicha, para que todos puedan glorificar para siempre así al Señor.

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