sábado, 20 de octubre de 2012


El Espíritu Santo os enseñará lo que tenéis que vivir

Ef. 1, 15-23; Sal. 8; Lc. 12, 8-12
‘El Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir’. Así nos dice Jesús y nos asegura la fuerza que no nos faltará y nos anima a la confianza.
Queremos ser fieles y queremos manifestarnos como creyentes y como cristianos. No nos falta entusiasmo y ganas, pero hemos de reconocer que hay ocasiones en que nos sentimos débiles para dar testimonio de nuestra fe. En ocasiones quizá la debilidad la sentimos porque nos falta seguridad en nosotros mismos y nuestra formación quizá es deficiente y nos encontramos sin palabras para responder a lo que nos puedan cuestionar. Nos cuesta dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza.
En ocasiones nos sentimos acobardados porque nos parece que estamos solos y rodeados por todos lados de gente que piensa distinto o se opone a nuestro pensamiento y al sentido de nuestra vida. Nos sentimos confusos en medio de tantas cosas distintas que escuchamos o vemos por aquí o por allá. Nos sentimos débiles en las persecusiones que de una forma o de otra, unas veces de forma muy directa, pero otras recibidas de forma muy sutil vamos padeciendo o nos vamos encontrando en la vida.
Son las debilidades de nuestra fe no siempre suficientemente formada. Son las debilidades de nuestra fe porque quizá nos falta también tener muy presentes esas experiencias de Dios que hemos tenido en nuestra vida y que en otros momentos nos han ayudado a mantenernos firmes en nuestra fe. Pero hemos de saber fiarnos del Señor, de su Palabra que nos asegura su presencia, la fuerza de su Espíritu, la gracia que nunca nos faltará. Hoy lo hemos escuchado.
‘Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del Hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios’. Jesús nos está animando a que seamos capaces de dar ese valiente testimonio de nuestra fe. Como hemos reflexionado en otros momentos, que nos sintamos orgullosos de nuestra fe; que nos sintamos seguros y alegres por la dicha de creer. Que seamos capaces en todo momento de dar ese buen olor de Cristo que todo ungido en el Señor ha de dar siempre.
Por eso  nos ha dicho hoy que ‘cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir’. El Espíritu Santo está con nosotros, es nuestro abogado y nuestro defensor.
En lo que hemos escuchado hoy de la carta a los Efesios san Pablo alaba la fe de los cristainos de aquella comunidad. ‘Ya he oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todo el pueblo santo y no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración’. El Apóstol se siente orgulloso de la fe de aquella comunidad y reza por ellos para que no les falte la fuerza del Espíritu, que les ilumine y los fortalezca, les haga conocer profundamente todo el misterio de Cristo, y les llene de esperanza que tiene que animar siempre sus vidas.
Creo que lo hemos de convertir también en nuestra oración. ‘Os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo’. Antes decíamos que muchas veces nuestra debilidad en la fe parte de esa deficiente formación. Pues que el Espíritu del Señor nos ilumine y siembre en nuestros corazones ese deseo de crecer más y más en nuestra fe, de profundizar en el conocimiento de todo ese misterio de Dios, para crecer en esa fe y en ese amor.
Crecer en el conocimiento de todo lo que es nuestra fe que es crecer en la vivencia de Dios. No es un conocimiento que se quede en conceptos sino que es vivir más y más a Dios, dejarnos inundar por su vida que es dejarnos inundar de su Espíritu; dejarnos conducir por la fe, por la gracia del Espíritu que nos llevará a ese conocimiento de Dios, a esa vivencia de nuestra fe, a esa vivencia de Dios.
Podremos proclamar con toda nuestra vida que Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre.

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