jueves, 25 de octubre de 2012


Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios

Ef. 3, 14-21; Sal. 32 Lc. 12, 49-53
El hombre aspira a cosas grandes, tenemos en el fondo del corazón deseos de perfección y de plenitud. Aunque muchas veces en la vida andemos demasiado envueltos en debilidades y flaquezas y no siempre vivamos en la mayor rectitud, sin embargo en el corazón hay deseos de lo bueno, del bien, de lo que consideramos más justo y verdadero. Podemos confundir los caminos o la manera de hacer las cosas porque las pasiones nos dominan y las tentaciones nos arrastran muchas veces por caminos que no quisiéramos recorrer, pero en el fondo tenemos deseos de lo mejor.
El apóstol en el texto de la carta a los Efesios que hoy hemos escuchado recoge de alguna manera esos sentimientos y esos mejores deseos que tengamos en el corazón. Termina diciéndonos hoy: ‘Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios’.
El camino de la fe que los cristianos recorremos a eso  nos lleva, porque por nuestra fe nos sentimos impulsados a lo alto, a lo grande, a lo más hermoso, porque realmente la fe nos lleva a unirnos a Dios de manera que lleguemos a vivir su misma vida. La contemplación de la grandeza y el poder de Dios no nos anula ni nos hunde a pesar de que veamos nuestras limitaciones y nuestro pecado. Porque la maravilla del mensaje cristiano nos hace descubrir el amor de Dios que nos levanta, que restaura nuestra vida destrozada por el pecado y nos pone en caminos de plenitud y perfección.
Contemplar la grandeza del amor de Dios es estar también contemplando ese modelo de perfección y de amor que en Dios tenemos. Por algo Jesús nos repetirá en el evangelio en distintas ocasiones que seamos perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto y seamos santos como Dios es santo.
Hoy escuchamos al apóstol haciendo una hermosa oración por aquellos cristianos de Éfeso. ‘Doblo mis rodillas ante el Padre’, nos dice para mostrarnos ese postrarse ante Dios para hacer su oración. Un postrarse ante Dios para adorarle, para reconocer su grandeza y la maravilla de su amor. Pero pide ‘que de los tesoros de su gloria os conceda por medio de su Espíritu: robusteceros en lo más profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestro corazones, que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento…’
Hermosa oración. Una oración en la que está pidiendo por la fe de aquella comunidad, una fe que les hace sentirse fuertes, pero una fe que vivan con la mayor madurez y profundidad. ‘Robusteceros en lo más profundo de vuestro ser’, les dice. Pero a continuación dice algo muy hermoso a lo que de alguna manera ya hemos hecho alusión. ‘Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones’. La fe nos hace habitar en Dios y Dios en nosotros. Nos recuerda lo que Jesús nos anunciaba en la última cena: ‘El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a El y viviremos en él…’ Viviremos por la fe de tal manera nuestra unión con el Señor, que El habitará en nuestros corazones.
‘Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento’, nos dice. Cuando lleguemos a vivir en ese amor estaremos trascendiendo nuestra vida de forma maravillosa. El amor cristiano es la sabiduría de nuestra vida que nos conduce a la mayor plenitud. ‘Así llegaréis a la plenitud según la plenitud total de Dios’, nos dice.
Es el camino de perfección que desde nuestra fe emprendemos en la vida. Desde esa sentiremos deseos hondos en el alma, pero sentiremos también la fuerza del Espíritu de Dios para superarnos, para purificarnos, para crecer y para madurar, para llegar a la mayor plenitud de vida. Caminemos ese camino de fe y de amor que nos lleva a Dios y que nos hace alcanzar la mayor plenitud en Dios. Seremos esa criatura nueva, ese hombre nuevo nacido desde el evangelio salvador de Jesús. 

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