miércoles, 29 de agosto de 2012


Juan, precursor del Mesías y mártir de la verdad y la justicia
Jer. 1, 17-19; Sal. 70; Mc. 6, 17-29

Celebramos de nuevo a san Juan Bautista, ‘precursor del nacimiento y de la muerte de Jesús’, como lo invoca hoy la liturgia, al mismo tiempo que ‘mártir de la verdad y de la justicia’.

Muchas veces a través del año litúrgico nos va apareciendo la figura de Juan. No es sólo la solemnidad de su nacimiento el veinticuatro de junio, fiesta con muchas connotaciones populares y bien significativa seis meses antes del nacimiento de Jesús. Cuando en nuestro hemisferio el sol brilla con más fuerza en lo alto y con más horas de luz celebramos su nacimiento que es como anuncio y anticipo de la gran fiesta de la Navidad en que sí celebraremos entonces al Sol que nace de lo alto. Por eso con razón lo llama la liturgia y así se expresa en la fe de la Iglesia como ‘precursor del nacimiento de Jesús’.

Es, precisamente en las vísperas del nacimiento de Cristo, cuando nos aparece con toda intensidad la figura de Juan en el tiempo del adviento como aquel que viene a preparar los caminos del Señor y nos ayudará con su palabra y su testimonio en ese camino de preparación del nacimiento de Cristo, pero también con la esperanza de la parusía final en que Cristo aparecerá revestido de gloria para el juicio final. No olvidemos que el adviento tiene ese doble sentido y en ese doble sentido nos ayuda también la figura de Juan.

Pero hoy contemplamos su martirio, su muerte, tal como nos la ha relatado con todo detalle el evangelio. ‘Precursor también de la muerte de Jesús’, como decíamos en la oración litúrgica, y ‘mártir de la verdad y de la justicia’. La rectitud de su vida y su fidelidad a la ley del Señor le llevó a denunciar el mal allá donde estuviera, de la misma manera que ayudaba a todo el que quisiera preparar su corazón para la llegada del Mesías. 

Iba señalando los caminos buenos que eran caminos de amor y de justicia a todos los que acudían a El, pero invitaba a la purificación y conversión a quienes tuvieran el corazón desviado de los caminos del Señor y es por lo que señala a Herodes que no le era lícito vivir de la forma que lo hacía. Testigo de la verdad y de la justicia como Jesús sufrió también la muerte por ese motivo. Quien había señalado al Cordero de Dios que se inmola para quitar el pecado del mundo, también se entrega hasta el final realizando la misma inmolación en el martirio por el testimonio de la verdad y de la justicia.

Recordemos que en el diálogo con Pilato en el Pretorio Jesús dirá que su misión es ser testigo de la verdad y el que pertenece a la verdad escucha su voz. Pilato se preguntará irónicamente qué es la verdad que era una forma de rechazar la verdad aunque la tuviera ante sus ojos por eso aun sabiendo que Jesús era inocente lo condenará a muerte lavándose de forma hipócrita sus manos. 

De forma semejante había sucedido también en la muerte del Bautista porque ‘aunque Herodes respetaba a Juan sabiendo que era un hombre honrado y santo’, cayó en la debilidad de cerrar los ojos a la luz y a la verdad para ceder ante la presión de Herodías y decapitar a Juan. ‘Dio, por fin, su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo’, camino, verdad y vida del hombre, como proclamaremos en el prefacio.

Dio Juan testimonio de la verdad siendo testigo de la verdad, como Jesús, que le llevaría a la muerte a causa de las incongruencias de los hombres, como tantas veces sigue sucediendo cuando cerramos los ojos a la verdad verdadera y todo lo convertimos en relativismos que nos confunden y hasta anulan. Creo que sería algo que tendría que hacernos pensar para que busquemos la Verdad en plenitud que en Jesús podemos encontrar y que nos dará verdadero sentido y valor a nuestra vida.

Pidámosle al Señor en esta liturgia que podamos ‘seguir sus caminos rectamente, como san Juan bautista, voz que clama en el desierto, nos enseñó de palabra y con el testimonio de su sangre’ luchando valerosamente por la confesión de nuestra fe.

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