viernes, 17 de agosto de 2012


El Creador en el principio los creó hombre y mujer… los valores del evangelio para la familia
Ez. 16, 1-15.60.63; Sal.: Is. 12, 2-6; Mt. 19, 3-12

Hay situaciones o problemáticas que en ocasiones nos cuesta afrontarlas con valentía desde nuestros principios y valores, aunque siendo fieles y congruentes sabemos que tenemos que hacerlo porque quizá además necesitan una luz que ilumine criterios a muchos que se pueden encontrar desorientados. Actuar desde esos principios y valores significará muchas veces aquello de nadar contracorriente cuando contemplamos que en el mundo en el que vivimos se está muy lejos muchas veces de esos valores. 

Hemos de reconocer que aunque vivimos en una sociedad que se dice cristiana sin embargo esos valores del evangelio se van diluyendo y lo triste sería que muchas veces quienes nos llamemos cristianos actuemos de forma poco acorde con el evangelio. Es necesario, en verdad, que dejemos iluminar nuestra vida por la luz del evangelio y que le pidamos al Señor valentía para ser en verdad consecuentes en todo nuestro actuar con la fe que profesamos.

En este caso me esto refiriendo al tema del matrimonio y la familia del que nos habla Jesús hoy en el evangelio. Las palabras de Jesús son tajantes, pero nos dice también que el seguirlas es un don de Dios que hemos de acoger y al mismo tiempo agradecer. Esto, creo, que nos puede dar mucha luz y mucha fuerza también para nuestro actuar.

Le están planteando a Jesús el tema del repudio o del divorcio, que como le dicen algunos hasta Moisés permitió. ‘Por lo tercos que sois, os permitió Moisés divorciaros, pero al principio no era así’. Y recuerda Jesús lo que está inscrito en el corazón del hombre y la Biblia nos manifiesta desde el principio. ‘El Creador en el principio los creó hombre y mujer… por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer siendo una sola carne’. 

Hablar de este tema hoy, de estos principios que nos señala el Señor es como nadar contracorriente, como decíamos, viendo lo que sucede a nuestro alrededor. Yo me atrevo a decir que no nos asustemos que quienes no tengan el sentido de la fe y de la moral cristiana opten por un estilo de matrimonio lejos de estos valores cristianos y no reciban incluso el sacramento del matrimonio. Y digo esto consciente al mismo tiempo del dolor que significa cómo se ha ido descristianizando nuestra sociedad y que los valores del evangelio no son la los que iluminan la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. 

Pero más doloroso es que quienes se dicen cristianos, creyentes en Jesús, en estas cuestiones anden lejos de lo que nos enseña el evangelio y así contemplemos la rupturas y separaciones que están a la orden del día a nuestro alrededor entre personas que se dicen incluso de Iglesia. Es doloroso. 

Nos puede manifestar este hecho muchas cosas, desde la no madurez humana y cristiana a la hora de tomar el camino del matrimonio para comprender bien lo que son las exigencias y también las grandezas de un matrimonio vivido según el sentido de Cristo, o también de la debilidad de la fe que vivimos que nos hace que nos dejemos llevar fácilmente por los vientos reinantes a nuestro alrededor.

Es doloroso cómo hemos ido alejando a Dios de nuestra vida, desplazándolo de manera que no contamos con El en las diversas situaciones por las que podamos pasar. Significa eso también como nuestro espíritu religioso se ha ido enfriando también. Y es que sin Dios, sin su gracia y su fuerza, es difícil mantener una fidelidad total y hacer que ese amor sea único y envolvente de toda la vida de la persona. 

Todo esto tendría que ser motivo de mucha reflexión, de mucha oración y también de preocuparnos de una honda formación de nosotros y de la juventud que nos sigue en estos valores y principios cristianos y del evangelio. En la corta reflexión que nos podemos hacer en medio de nuestra celebración no podemos entrar en mayores profundidades. Pero bueno es recordar estos principios, dar testimonio de la validez del evangelio en todas las situaciones humanas que podamos vivir y que además sea motivo de nuestra oración.

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