domingo, 22 de julio de 2012


Llevemos a Jesús a nuestra vida, a ese sitio, a ese tiempo tranquilo, apartado…
Jer. 23, 1-6; Sal. 22; Ef. 2, 13-18; Mc. 6, 30-34

Jesús había enviado a los Apóstoles de dos en dos ‘dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos’, como escuchamos el pasado domingo. Hoy los vemos regresar. ‘Volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado’. 

‘Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco’, les dice Jesús. ‘No tenían tiempo ni para comer’, comenta el evangelista. Y trata de llevarlos en barca a ese lugar tranquilo y apartado, aunque como hemos visto allí también se encuentran con las gentes que los esperando. Pero ya comentaremos ese detalle también.

Escuchamos y contemplamos un gesto muy humano que nos repetimos muchas veces. En medio del ajetreo de la vida necesitamos en ocasiones detenernos, hacer un alto en el camino, desconectarnos de lo que estamos haciendo como solemos decir. Es el momento de descanso, el momento de retomar fuerzas, o el momento de ponernos a pensar para no dejarnos absorber por la rutina de lo que hacemos cada día, no quedarnos en la materialidad de las cosas o tratar de tener una mirada en cierto modo distinta y distante de aquello que es la tarea de cada día. 

Son momentos de descanso material pero pueden y deben ser momentos de recuperación también de nuestro espíritu. En estos días - precisamente en nuestro hemisferio - estamos en época de vacaciones en las que tratamos de descansar y de desconectar, como decíamos, de la rutina de la vida diaria, aunque también hemos de tener un pensamiento para aquellos que no pueden tener esas vacaciones. 

Sea que estemos de vacaciones o sea que no las podamos tener y sigamos en nuestro propio ambiente, creo que el Evangelio nos puede dar pautas para nuestra vida que nos ayuden. De una forma o de otra, todos, como hemos venido diciendo, necesitamos esos momentos de pausa en nuestra vida. Y decir pausa, como decir vacaciones, no significará una total inactividad, aunque también tengamos el descanso. Y decir pausa no es simplemente dejar a un lado por un tiempo nuestras actividades materiales, que nunca las responsbilidades. Creo que en esa pausa nos cabría algo más. 

La imagen que estamos contemplando en el evangelio en la que es el propio Jesús el que se lleva consigo a los apóstoles a ese lugar tranquilo y apartado para ese descanso nos puede ayudar a los creyentes a pensar que, porque estemos en ese momento de descanso, no significa que tengamos que desconectar de Dios. En nuestras parroquias desgraciadamente muchas veces constatamos que, con los niños o con los jóvenes, e incluso también muchas veces con los mayores, pareciera que le diéramos vacaciones a Dios. Vemos cómo merma toda actividad pastoral y como merma también la asistencia a la Iglesia para nuestro culto y para las celebraciones religiosas, para la participación en la Eucaristía del día del Señor.

Se fueron con Jesús a aquel sitio tranquilo y apartado. Llevemos a Jesús a nuestra vida también a ese sitio, a ese tiempo tranquilo, apartado, de descanso que nos podamos tomar. Sepamos encontrar ese momento para ese silencio interior, para encontrar esos momentos de soledad para estar con el Señor, para sentirlo junto a nosotros. 

Momentos de reflexión, momentos de hacer una mirada interior, momentos de repaso de lo que es nuestra vida, momentos de contarle al Señor eso que hacemos o que desearíamos hacer, momentos para hacer proyectos, momentos para encontrar una luz que en el ajetreo de la vida muchas veces se nos puede ocultar detrás de las materialidades que nos abruman, del consumismo que nos envuelve o de las sensualidades placenteras que tanto nos atraen. Es bueno, sí, que lo pasemos bien, pero tratemos de darle hondura grande a nuestra vida.

Momentos de oración, si, en un encuentro vivo con el Señor para sentir su fuerza, su gracia, y la luz de su Palabra que nos habla allá en lo secreto del corazón. Momentos que pueden ser de renovación y de crecimiento interior en nuestra propia espiritualidad que tanto necesitamos.

Todo esto que estamos comentando a partir de este texto del evangelio no es sólo por la ocasión de la coincidencia del tiempo de verano, de vacaciones que se vive en nuestras latitudes. Nos da pie, es cierto, a que con esta reflexión nos planteemos seriamente el saber aprovechar este tiempo, que puede ser para nosotros una gracia grande del Señor. Pero este ir con el Señor, porque El quiere que estemos con El, en medio de nuestras tareas y actividades de cada día de nuestra vida es algo que siempre todo cristiano ha de plantearse seriamente. 

Sí, en nuestra misión como cristianos de dar testimonio de Jesús ante los que nos rodean, necesitamos ir desde Jesús, desde ese encuentro, desde esa vida que nosotros vivamos unidos a Jesús. No podemos ir a los demás para hablarles de Jesús, si antes no hemos estado nosotros con Jesús, no solo para hablarles de ellos, de ese mundo que nos rodea y que está hambriento de Dios aunque no siempre quiera reconocerlo, sino también para nosotros llenarnos de Dios, llenarnos de vida, de su gracia. Mucho tendríamos que reflexionar en estos aspectos.

Pero, decíamos antes que hay un detalle que no podemos dejar pasar desapercibido en este episodio del evangelio. Es la mirada de Jesús cuando al llegar a aquel sitio se encuentra con aquella multitud que lo espera, que han ido por todos los caminos para llegar hasta donde estuviera Jesús. ‘Le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles’.

No se desentendió Jesús de aquella gente, aunque allí fuera con otras intenciones con los apóstoles. Y es lo que tiene que sucedernos a nosotros, estemos donde estemos, cualquiera que sea la situación. Es la mirada que tenemos que hacer siempre al mundo que nos rodea. Ya decíamos antes que también hemos de tener un pensamiento para aquellos que no pueden tener las vacaciones de las que hablábamos. Un pensamiento y una mirada para ese mundo que nos rodea y que bien sabemos cuántos en estos momentos lo están pasando mal. Una mirada, un pensamiento, es cierto, hemos de tener, porque tampoco podemos nosotros desentendernos nunca, y menos en estos momentos difíciles. 

La solidaridad siempre tendrá que aparecer en nuestro corazón y más cuando nos decimos seguidores de Jesús. Hay muchas maneras de expresarla. Cuando nos vamos con el Señor para estar con El, como nos invita hoy, seguro que El inspirará allá en lo más hondo de nosotros mismos, muchos gestos y hechos de compartir, suscitará mucha generosidad en nuestro corazón. Si estamos con el Señor seguro que nunca podremos cerrar los ojos ante la necesidad o los problemas de los demás.  

Vayamos, sí, ese sitio de descanso al que Jesús quiere llevarnos. Llevemos a Jesús allá donde estemos porque en El siempre encontraremos esa paz que El nos da, pero con Jesús nos sentiremos también siempre impulsados y comprometidos a más amar, a más entregarnos por los demás. 

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