lunes, 9 de julio de 2012


Jesús nos ofrece vida, salvación, perdón, gracia…
Oseas, 2, 14-16.19-20; Sal. 144; Mt. 9, 18-26

¿Qué buscamos en Jesús? ¿qué nos ofrece Jesús? Son, si queréis decirlo así, preguntas elementales, pero preguntas que hemos de tener muy presente en nuestro encuentro con Jesús. Importante, es cierto, lo que nosotros busquemos, lo que desea de la forma más pura nuestro corazón, pero importante, muy importante que tengamos claro qué nos ofrece Jesús. 

En el recorrido que hemos venido haciendo por el evangelio de san Mateo, que estamos leyendo en la eucaristía de diario en estas últimas semanas, aparte del gran mensaje del sermón del monte, en el actuar de Jesús hemos ido viendo qué es lo que El nos ofrece. Le hemos contemplado realizando milagros, como hoy mismo en el evangelio proclamado, pero son signos y señales de lo que en verdad Jesús quiere darnos. 

No es ya solamente la salud de nuestros miembros imposibilitados o nuestros cuerpos enfermos o limitados, - hemos visto curar al paralítico, liberar del espíritu inmundo al endemoniado, o curar a los leprosos, por citar algunos milagros - sino que siempre Jesús nos ofrece algo más. El viene a liberarnos del mal, y cuando nos libera de nuestras enfermedades o de las discapacidades que pueda haber en nuestros miembros o en nuestro cuerpo está hablándonos del mal más hondo que hay en nuestra vida y que nos quiere ofrecer. Y digo bien, nos quiere ofrecer, porque a nadie obliga sino que El se ofrece, ofrece su salvación a lo que nosotros hemos de responder. 

Jesús nos ofrece vida, salvación, perdón, gracia, purificación interior. Hoy el evangelio habla de muerte y habla de liberarnos de toda impureza y maldad. Hace pocos días, el domingo pasado, escuchamos este mismo relato en el evangelio de Marcos que es más amplio y con mayores detalles. San Mateo es más parco en la descripción de este episodio. Como nos cuenta Mateo la niña ha muerto y Jairo viene a Jesús para rogarle que ponga su mano sobre ella y vuelva a la vida. Volverá a decir lo mismo Jesús de que la niña no está muerta sino dormida. La tomará de la mano y se la devolverá viva a sus padres. 

Por su parte lo que se nos relata de la mujer de las hemorragias es totalmente semejante. Pero podríamos pensar en un aspecto. El derramamiento de sangre, en este caso por una hemorragia, como tocar un cuerpo muerto o lacerado por algunas enfermedades, era para el judío una impureza. Quien se acercara a una persona en estas condiciones luego había de purificarse. Recordemos lo estrictos que eran en este sentido los judíos. Podíamos ver ahí como un signo del pecado del que Jesús quiere liberarnos. Bastará que la mujer toque a Jesús para que quede cura, para que se vea liberada de aquella impureza. 

Jesús viene a liberarnos del mal. Jesús viene a traernos la gracia y el perdón. Recordemos que cuando cura al paralítico lo primero que hace Jesús es perdonarle los pecados. Jesús viene a darnos la vida que ya no es solo la de nuestro cuerpo sino llenarnos de vida eterna. Jesús toma a la niña de Jairo y la llena de vida, la hace volver a la vida, la resucita. Como el acercarse a Jesús con fe y tocarle, aunque fuera solo la orla de su manto, significo para aquella mujer la curación y la liberación de toda impureza. Con Cristo hemos de resucitar nosotros a nueva vida. 

Con fe tenemos que acercarnos a Jesús. Y no temamos por muchos que sean nuestros pecados e infidelidades. El amor de Dios es fiel y es infinito. La profecía de Oseas que escuchamos hoy y en estos días en la primera lectura de eso  nos está hablando. De la fidelidad del amor de Dios a pesar de nuestras infidelidades. Por eso, con confianza, con fe, con esperanza y poniendo mucho amor nos acercamos a Jesús. 
‘Animo, hija, tu fe te ha curado’, le dijo Jesús a la hemorroisa y nos dice a nosotros también.

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