viernes, 6 de julio de 2012


Dios viene a buscar a todo hombre sin ninguna diferencia  ni distinción

Amós, 8, 4-6.9-12; Sal. 118; Mt. 9, 14-17
En las dos partes que componen este episodio del evangelio que nos acaba de relatar Mateo se nos viene a manifestar cómo Jesús viene en nuestra búsqueda, en la búsqueda del hombre, cualquiera que sea la situación que nosotros vivamos.
La actitud de los fariseos y los escribas nos refleja la actitud discriminatoria con que tendemos a ir fácilmente por la vida; nos es muy fácil hacer distinciones y separaciones, porque nos cae bien o no una persona, porque es de esta condición o de la otra, porque ha hecho o no ha hecho no sé qué cosas, y así una lista interminable de diferenciaciones y distinciones que nos llevan a aceptar o no aceptar a los demás.
Pero, como decíamos, es otra cosa la que hace Jesús y lo que nos enseña. Si el meollo de su evangelio es el amor, porque es en eso en lo que quiere que nos distingamos, en lo que resplandezcamos nosotros, el amor no hace distinciones. Y El que ha venido a salvar al hombre, precisamente nos ama aunque nosotros seamos pecadores, Esa es la grandeza y la maravilla de su amor.
Llamará con una vocación especial, y formará del grupo de los Apóstoles a los que va a confiar una misión muy especial y concreta en su Iglesia, a un recaudador de impuestos, un publicano, un pecador como era considerado entre los judíos. Pero también es de destacar la presteza con que Mateo responde a la llamada e invitación del Señor. ‘Vió Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: Sígueme. El se levantó y lo siguió’,
Era un publicano, ¿un pecador?, al menos así era considerado, pero sin embargo está pronto para responder a la llamada del Señor. Ya dirá Jesús en otro lugar del evangelio que las prostitutas y los publicanos se nos adelantarán en el Reino de los cielos. Jesús va a buscar al hombre; Jesús quiere salvar al hombre. Jesús se lleva consigo, piensen lo que piensen sus contemporáneos, a un publicano para hacerlo del grupo de los Apóstoles.
En la segunda parte del episodio vemos cómo Mateo sienta a su mesa a Jesús y sus discípulos y con ellos estarán los que hasta entonces eran sus compañeros de profesión y sus amigos. Pero esto provocará la reacción de los fariseos. ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’ Es el comentario, la murmuración, la crítica que están haciendo allá por detrás.
El médico viene para los enfermos, no para los que se creen sanos. Es la respuesta de Jesús. Es la actitud de Jesús, es la búsqueda que Jesús está haciendo del hombre para ofrecerle su salvación. Nos ama el Señor no porque nosotros seamos buenos, sino para llenarnos de amor y de su bondad. Ninguno de nosotros puede considerarse tan perfecto como para exigir el amor del Señor, porque todos somos pecadores. Y nos gozamos con el amor del Señor. Y aprendemos del amor del Señor. Y queremos actuar con el amor del Señor. Es la gran lección que no podemos olvidar. Es la nueva forma con que hemos de tratar a los demás, a todos sin distinción. Qué distintas serían nuestras mutuas relaciones si fuéramos actuando así en la vida. Nos sentiríamos todos hermanos de verdad sin importarnos  ninguna otra cosa o condición.
‘Misericordia quiero y no sacrificios’, nos dice el Señor y nos invita a ir a El para aprender de El que no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Pongamos misericordia en el corazón y alcanzaremos misericordia, como nos dice en las bienaventuranzas Jesús. ‘Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia’. El camino de la mejor ofrenda que podamos presentar al Señor pasa necesariamente por la misericordia y el amor. Podemos ofrecer las cosas más hermosas, pero si no hay misericordia y amor en nuestro corazón no serán gratas al Señor.  

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