lunes, 28 de mayo de 2012


Qué dichosos nos sentimos de poder tener fe

1Pd. 1, 3-9; Sal. 110; Mc. 10, 17-27
¡Qué dichosos nos sentimos de poder tener fe! Alguien podrá no estar de acuerdo con esta afirmación, porque incluso querrá liberarse de la fe como si fuese un peso muy grande sobre su vida. Pero sigo afirmando qué dicha poder tener fe. No es un peso pesado, no es una carga pesada; es una dicha, es un camino de plenitud y felicidad para mí.
Primero, porque tengo la dicha de poder conocer y encontrarme con el Dios que me ama, y de qué manera; y en El encuentro vida y salvación. Me siento agradecido porque es mi creador y aún más siento en mi vida la salvación que me ofrece con la que me libera de cuanto pueda atarme y esclavizarme, como lo hace al final el pecado cuando lo dejo entrar en mi vida.
Además me da un sentido de trascendencia a mi vida que no se queda encerrada en el tiempo presente sino que me llena de esperanza de vida eterna, de vida en plenitud. No lucho por una recompensa que se queda reducida al espacio ni a los límites del tiempo presente o de las cosas que son caducas, sino que lleno mi corazón con la esperanza de una plenitud.
Por eso cuando en la vida tenga que enfrentarme a momentos malos, por los problemas que vayan apareciendo en mi vida, por lo dificultoso que pueda ser en ocasiones la relación con los demás, o por los malos tragos por los que tenga que pasar como consecuencia de la debilidad de la vida misma o de relación difícil que pueda tener con los demás, no me siento abrumado y sin esperanza; sé que puedo encontrar una fuerza que me ayude a luchar y a superar esos malos momentos y siempre habrá una luz que se encienda en mi corazón para ver las cosas con otro sentido y valor.
Mi corazón no se llenará de amargura ante un destino irremediable, sino que sabré descubrir y ver la mano providente y amorosa de Dios que me ayuda, que está a mi lado, que me da la fuerza y la gracia que necesito en ese camino de mi vida. Además mi corazón se llena de esperanza desde la confianza que pongo en Dios por encima de todas las cosas. Cuando falta esa fe y esa esperanza todo será difícil y costará mucho encontrar una luz que dé un sentido y un valor a lo que sea la situación de mi vida.
Hoy, cuando hemos comenzado a leer la carta de san Pedro, vemos lo que nos ha dicho como una bendición a Dios por la fe. Hemos retomado el tiempo ordinario con la lectura de la carta de Pedro y el evangelio de Marcos. ‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, que os está reservada en el cielo…’
Es cierto que esa fe tiene sus exigencias y no es por otra parte como una dormidera que me cierre los ojos ante las dificultades que encuentre en la vida. Pero cuando tenemos esperanzas de plenitud y de una dicha grande no nos importan esas pruebas que tengamos que sufrir porque en la esperanza encontramos fuerza para llegar al final. La esperanza de la gracia de Dios que nos acompaña y está a nuestro lado en todo momento para hacernos llegar a esa meta de plenitud. Como nos dice el apóstol ‘alegraos de que tengáis que sufrir un poco en pruebas diversas; así la comprobación de vuestra fe – de más precio que el oro que aunque perecedero lo aquilatan a fuego – llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo’.
¡Qué dichosos nos sentimos de poder tener fe!, como decíamos al principio. Busquemos alcanzar la vida eterna, como nos enseña el evangelio, no dejando apegar nuestro corazón a las cosas terrenas que serán un peso muerto que nos arrastrará hacia abajo y nos impedirá mirar bien alto, para alcanzar la meta de nuestra fe en Cristo Jesús. 

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