viernes, 20 de abril de 2012


Un signo de Jesús que nos plantea un estilo nuevo de vida

Hechos, 5, 34-42; Sal. 26; Jn. 6, 1-15
‘Este sí que es el profeta que tenía que venir al mundo’, exclama la gente ‘al ver el signo que había hecho’. No era para menos. Una multitud grande que lo había seguido hasta lugares descampados que es alimentada milagrosamente por Jesús multiplicando aquellos pocos panes y peces. Y aún sobró. ‘Recojan los pedazos que han sobrado, que nada se desperdicie’. ¡Cuántos detalles que merecerían muchos comentarios!
‘Estaba cerca la fiesta de la Pascua’, nos dice el evangelista para situarnos bien el tiempo en que sucedieron las cosas. Nosotros, sin embargo escuchamos este evangelio, esta Buena Nueva de Jesús en medio de nuestras celebraciones pascuales. Si el hecho de la multiplicación de los panes fue un anuncio – un signo como le gusta señalar al evangelista Juan – nosotros celebrada la Pascua escuchamos este evangelio que nos ayudará a vivir y a profundizar en el sentido de la pascua.
No es sólo el milagro en sí sino lo que tiene de anuncio y significado para nosotros. Ese pan multiplicado con el que Cristo da de comer a toda aquella multitud que le seguía nos está anunciando cómo es El mismo el que quiere dársenos en comida para que tengamos vida y vida para siempre. Seguiremos en los próximos días escuchando lo que sigue en el evangelio de Juan tras la multiplicación de los panes que será el discurso del pan de vida que Jesús pronuncia en Cafarnaún. Nos está, pues, adelantando cómo Cristo quiere dársenos como comida, como alimento, como vida de nuestra vida.
En la Pascua estamos contemplando y celebrando todo el misterio de la entrega de amor de Jesús. Cristo que se da y que se entrega hasta el final realizando su pascua salvadora en el misterio de su pasión, muerte y resurrección. Esa entrega redentora de Jesús nos llena de gracia, nos llena de vida, nos llena de salvación. Una gracia, una vida y una salvación que hemos de vivir en el mismo amor de Jesús.
Cuando celebramos la Eucaristía – y la multiplicación de los panes es figura de la Eucaristía en que Cristo se nos dará como comida – estamos celebrando, haciendo presente en nosotros, en la iglesia y en el mundo todo el misterio de la muerte y resurrección del Señor, todo el misterio de su pascua. Anunciamos y proclamamos la muerte y la resurrección del Señor mientras esperamos su venida gloriosa. Por eso pedimos ‘¡Ven, Señor Jesús!’ Celebramos la Eucaristía y hacemos presente, actual el mismo sacrificio de Cristo.
Celebramos la Eucaristía y hemos de vivir en su mismo amor, porque hemos de vivir su misma vida. Celebramos la Eucaristía y nosotros con Cristo queremos hacer la misma ofrenda de amor, nos unimos a la ofrenda y al sacrificio de Cristo. Por eso no la podemos celebrar de cualquier manera. Nos compromete. Nos pone en camino de entrega de amor.
Por eso, cuando hoy escuchamos este relato con todos sus detalles irán surgiendo preguntas en nuestro interior que nos lleven a la reflexión y al compromiso. Hay detalles como la generosidad de quien puso a disposición aquellos cinco panes y el par de peces. Está el hecho de la preocupación de los discípulos porque a aquella gente no le faltara qué comer. O podemos fijarnos en lo que dice Jesús que recojan los pedazos que han sobrado para que nada se desperdicie.
¿Actuaremos así nosotros en las pequeñas cosas de cada día de nuestra vida? ¿No nos estará enseñando a abrir los ojos para ver las necesidades de los demás y no sólo las propias y tratar de buscar remedio? En nuestro mundo tan consumista y donde todo es de pronto uso y tanto se tira y desperdicia, mirando las necesidades que hay a nuestro alrededor ¿no tendríamos que aprender a aprovechar mejor lo que tenemos y ser capaces de desprendernos con generosidad de nuestras cosas para compartir con los demás?
No está lejos el evangelio de nuestra vida concreta y es luz que nos ayuda a comprender cómo mejor podemos hacer las cosas sobre todo pensando con generosidad y amor en los demás. Nos está planteando un estilo nuevo de vida.

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