lunes, 9 de abril de 2012


Todos nosotros somos testigos

Hechos, 2, 14.22-32; Sal. 15; Mt. 28, 8-15
‘Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos’. Es el mensaje que oiremos repetidamente en estos días en la Palabra del Señor.
Se nos van ofreciendo textos por una parte en esta semana en los evangelios de cada día que nos van narrando las distintas apariciones de Cristo resucitado a sus discípulos. Y en la primera lectura por otra parte iremos escuchando el texto de los Hechos de los Apóstoles durante todo este tiempo de Pascua, y en estos días diversos hechos del comienzo de la predicación de los Apóstoles con el anuncio repetido del mensaje central de la resurrección de Jesús.
Decíamos que es el mensaje que oiremos repetidamente en la palabra de Dios, el mensaje de la resurrección de Jesús. Pero es que por otra parte tendríamos que decir que es el mensaje que también nosotros tenemos que ir haciendo una y otra con nuestra palabra y nuestra vida. Es el mensaje central de nuestra fe, de manera que nos llegará a decir san Pablo que si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe. Esa es la afirmación capital de nuestra fe, como nos decía Pedro en su discurso, ‘Dios resucitó a Jesús y todos nosotros somos testigos’.
Cuando dice todos nosotros somos testigos, en primer lugar se está refiriendo al testimonio de los discípulos que fueron testigos de la resurrección de Jesús. Pero en ese nosotros hemos de estar incluidos nosotros. Alguien podría pensar, que nosotros no estuvimos allí; pero tenemos que decir que la fe nos hace testigos; testigos porque por la fe hay algo muy profundo que nosotros podemos vivir y es la presencia de Cristo resucitado en nuestra vida, en la Iglesia, y en la vida de tantos cristianos que lo son en medio del mundo con su palabra y su vida.
Por la fe podemos llegar a vivencias hondas, que nos hacen sentir esa presencia de Dios en nuestra vida, en nuestro corazón. La fe no es una ilusión ni un sueño; la fe nos da una certeza y es la seguridad de que el Señor se hace presente en nuestra vida. Abriendo los ojos a la fe podemos descubrirlo, sentirlo, vivirlo, por ejemplo en nuestras celebraciones. No son un simple rito que realizamos. Son algo vivo, que pertenece a nuestra vida, que implica nuestra  vida. Y, maravilla de Dios, El se hace sentir presente en nuestra vida. Eso nos exige actuar desde la fe, abrir los ojos a la fe, dejarnos conducir por la fuerza del Espíritu del Señor.
En el evangelio se nos narran dos hechos. Por un lado nos habla de cómo ‘Jesús salió al encuentro’ de aquellas mujeres que habían ido al sepulcro, se lo habían encontrado vacío y unos ángeles les habían dicho que Jesús había resucitado y no había que buscar entre los muertos al que estaba vivo. ‘Impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos cuando de pronto Jesus les salió al encuentro’.
La invitación de Jesús es a la alegría y a confiar, a no tener miedo. ‘Alegraos’, les dice. ‘No tengáis miedo’. Y les confía la misión de irlo a anunciar a los discípulos que han de ir a Galilea donde Jesús se les manifestará. Aquellas mujeres serán testigos y apóstoles. Testigos porque el Señor resucitado les sale al encuentro; apóstoles porque llevan una misión y la misión es ir a dar testimonio. Tendrán la alegría del Señor y también su fortaleza para cumplir la misión.
El otro hecho que nos narra hoy el evangelista es el engaño y soborno de los guardias para que no sean testigos. Ellos han sido testigos del momento. Pero los tratan de hacer callar con el engaño de que han de decir que los discípulos se robaron el cuerpo de Jesús. El maligno que quiere seguir manifestando su poder con el engaño y la mentira. Pero el anuncio de la resurrección del Señor será algo más fuerte y luminoso y la noticia correrá por los espacios y a través de los tiempos. La luz no se puede apagar, la verdad no se puede acallar. La mentira siempre estará en la sombra, pero  nosotros estamos llamados a vivir en la luz. Es lo que nos hace testigos.

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