sábado, 14 de abril de 2012


Con la presencia de Cristo resucitado todo será distinto

Hechos, 4, 13-21; Sal. 117; Mc. 16, 9-15
El mensaje del evangelio de Marcos sobre la resurrección de Jesús es el más breve de todos los evangelistas. Es prácticamente lo que hoy hemos escuchado. Nos hace un resumen de las distintas apariciones de Cristo resucitado y nos trasmite el envío a la misión. ‘Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación’.
Hemos venido toda esta semana de pascua escuchando los relatos de los distintos evangelistas, y aun nos queda lo que en el domingo de la octava escucharemos. Nos ha venido ayudando la Palabra del Señor que cada día se nos ha proclamado a caldear bien nuestro corazón en nuestra fe y en nuestro entusiasmo por Cristo resucitado.
Todo ha sido como un gran día que se prolonga ocho días, hasta mañana, porque así de grande es lo que estamos celebrando. Con la misma solemnidad y ojalá que con el mismo fervor hemos ido viviendo todas estas celebraciones. Todo esto tiene que ayudarnos a seguir viviendo la intensidad de nuestra fe. Como hemos repetido en más de una ocasión no podemos dejar enfriar el ardor de nuestro corazón. Mantener la tensión espiritual; mantener el espíritu pronto. Y a eso nos ayuda toda la luz que brota de Cristo resucitado que nos llena de luz y nos llena de vida.
Y es bueno que meditemos una y otra vez todos estos textos de la resurrección del Señor. Igual que en la semana de pasión intensamente queríamos contemplar todo el misterio de la pasión y muerte del Señor, ahora hemos de hacer con la misma intensidad este camino de luz que es toda la celebración de la resurrección del Señor.
Aparecen en el texto hoy proclamado las luces que brotan de la resurrección del Señor, pero van apareciendo también al mismo tiempo las sombras que muchas veces se nos meten dentro de nosotros con nuestras dudas e indecisiones. María Magdalena venía con todo su entusiasmo después de haber encontrado con Cristo resucitado y comunicaba la noticia al resto de los discípulos; venían también los discípulos que se habían ido a una finca, Emaús, y comunicaban todo lo que a ellos les había pasado; y en una y otra ocasión los discípulos no acababan de creer, de aceptar que Cristo estuviera resucitado. Necesitan por sí mismos tener la experiencia de la resurrección del Señor. Jesús les echará en cara la incredulidad y la dureza del corazón, pero al final creyeron. Cuando ellos viven la presencia de Cristo resucitado entre ellos todo será distinto.
Nos pasa de manera semejante a nosotros. Queremos creer y nos llenamos de dudas; queremos seguir al Señor con entusiasmo y pronto nos enfriamos; nos prometemos que vamos a vivir la vida nueva, la luz que brota de Cristo resucitado y pronto volvemos a las sombras de la muerte y del pecado.
Necesitamos reafirmar nuestra fe, nuestra confianza, nuestro darnos totalmente a Cristo. Tenemos que vivir con toda intensidad todos los momentos, toda ocasión que tengamos de sentirnos en su presencia, tenemos que aprovechar debidamente la gracia que tienen que ser para nosotros nuestras celebraciones. Tenemos que llenarnos de Cristo resucitado, de su luz, de su vida, de su gracia, de su amor.
Nada nos puede impedir el que vivamos a Cristo resucitado y demos testimonio con nuestra vida y con nuestras palabras. Hemos visto en la lectura de los Hechos cómo querían prohibirles hablar de Jesús, pero ellos no podían callar lo que habían visto y oído, lo que había sido la experiencia grande de su vida. ‘¿Podrá aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros antes que a El?’ replicaban los apóstoles ante las prohibiciones. Se sentían fuertes y seguros porque estaban llenos del Espíritu de Cristo resucitado. Así tiene que ser en nuestra vida. Hemos recibido una misión que hemos de cumplir; su evangelio ha de ser anunciado.

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