jueves, 1 de marzo de 2012


Vamos a la escuela de la oración de la Cuaresma

Esther, 14, 1.3-5.12-14; Sal. 137; Mt. 7, 7-12
El tiempo de cuaresma podemos decir que es una verdadera escuela de oración para el cristiano. Es un tiempo propicio para la oración y con insistencia acudimos a Dios pidiendo la luz que necesitamos para el camino de nuestra vida al tiempo que como tiempo especialmente penitencial oramos al Señor pidiendo perdón una y otra vez por nuestros pecados.
Pero además con la liturgia oramos al Señor y aprendemos cómo tiene que ser nuestra oración. Oramos con la misma Palabra de Dios y con los salmos que se nos ofrecen. La liturgia ya es en sí misma oración personal y comunitaria con la que queremos alabar, bendecir y dar gracias a Dios, al tiempo que nos ofrece motivaciones para la misma oración. Y la Palabra del Señor que nos va ofreciendo la liturgia cuaresmal pedagógicamente nos va ofreciendo toda la enseñanza de Jesús sobre la oración.
Así son los textos que se nos han ido proclamando en esta primera semana de la Cuaresma que hace pocos días nos presentaba el modelo de oración que Jesús nos propuso, y hoy doblemente vuelve a hablarnos de la oración. Por una parte en el evangelio Jesús nos insiste que hemos de orar con constancia y con confianza, sabiendo que el Padre del cielo siempre nos escucha, y la primera lectura nos ofrecía el hermoso texto de la oración de la reina Esther.
Ante el inminente peligro por el que va a pasar el pueblo de Israel la reina Esther se convierte en intercesora para su pueblo. Será intercesora ante el rey para salvar a su pueblo, pero la oración y la intercesión más hermosa es la que hace al Señor antes de presentarse ante el Rey. La narración del libro del Antiguo Testamento nos presente cómo por diversas circunstancias Esther ha llegado a ser reina, lo que es una señal de la providencia de Dios que la ha colocado en aquel lugar para que interceda y salve a su pueblo del exterminio.
Pero Esther no se va a presentar ante el rey por su cuenta y sólo contando con sus fuerzas. Pide al pueblo judío que ayune y haga oración al Señor para que le dé fuerzas para la misión que tiene que realizar, pero ella misma ayuna y ora con total confianza al Señor. Es la hermosa y ejemplar oración que nos ofrece el texto sagrado.
Con humildad se presenta Esther ante Dios para su oración. Con humildad y confianza. ‘Protégeme, Señor, que estoy sola y no tengo otro defensor que tú’. No se siente digna de presentarse al Señor, pero tiene la confianza de saber y recordar cuántas maravillas ha hecho el Señor para con su pueblo. ‘Mi padre me ha contado cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones… y le cumpliste lo que le habías prometido’. Se apoya en la fidelidad del Señor. Se apoya en la misma Palabra del Señor tantas veces cumplida y realizada en medio de su pueblo.
Se siente pequeña y pecadora – ‘nosotros hemos pecado contra ti…’ – pero acude al Señor para que se haga presente en su actuar, en sus palabras y en todo lo que tiene que hacer. Será ella la que tendrá que hablar ante el rey para interceder por su pueblo, pero pide que Dios esté en sus palabras.
Nos recuerda cuando nosotros pedimos la asistencia del Espíritu Santo para que inspire nuestras palabras y nuestras acciones. Dios que actúa por medio nuestro. Ese es el gran milagro que nosotros tenemos que dejar realizar en nuestra vida. Por así decirlo, prestarle nuestros labios o nuestros brazos a Dios para que actúe por medio nuestro. ‘Pon en mi boca un discurso acertado’, pedía la reina Esther.
Creo que mucho tendríamos que repetir y meditar esta oración para aprender nosotros a orar también con esa misma humildad y con esa misma confianza.

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