viernes, 16 de marzo de 2012


Caminos del Señor que son caminos de amor que nos llevan a vivir el Reino de Dios

Oseas, 14, 2-10; Sal. 80; Mc. 12, 28-34
‘¿Quién será el sabio que lo comprenda, y el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor; los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos’. Hermosa consideración que nos hace el profeta Oseas que nos hace admirar la grandeza y maravilla de los mandamientos del Señor. Nuestra sabiduría y nuestra prudencia, como hemos meditado hace unos días.
Como hemos venido repitiendo en nuestras reflexiones hemos de detenernos a meditar una y otra vez en la ley del Señor, en los mandamientos del Señor. ‘Rectos son los caminos del Señor’, y hemos de desear intensamente caminar por ellos. Son caminos de amor y de fidelidad. Empezando por reconocer que primero es el amor y la fidelidad del Señor. Siempre fiel y siempre ofreciéndonos su amor a pesar de nuestra respuesta que no siempre es buena.
El conjunto de la profecía de Oseas, cuyo final es el que hoy hemos escuchado, nos habla del adulterio del pueblo que no es fiel, pero al mismo tiempo de la fidelidad del Señor que se mantiene firme en su amor por  nosotros a pesar de nuestras infidelidades. Lo que hoy hemos escuchado nos habla de la conversión de ese pueblo infiel como una adúltera que se vuelve al Señor poniendo en El toda su confianza. Ya no va a confiar en sí mismo ni en sus medios materiales. ‘Ya no nos salvará Asiria, ni montaremos a caballo, no volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos…’
Y el Señor, siempre fiel y lleno de amor por su pueblo viene a sanar sus heridas y le va a llenar de bendiciones. En un pueblo asentado en el trabajo de la tierra las bendiciones se manifiestan en la abundancia de sus cosechas y en el esplendor de sus campos cargados de frutos. Son las imágenes que emplea el profeta.
De ahí al final ese reconocimiento de la grandeza y maravilla de los mandamientos del Señor a los que de ahora en adelante quieren ser fieles. ‘Yo soy el Señor, Dios tuyo, el que te sacó de Egipto, escucha mi voz’, como hemos ido repitiendo y meditando en el salmo.
En el evangelio ‘un letrado se acerca a Jesús y le pregunta: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?’ Jesús va a responder repitiendo textualmente lo que había dicho el Deuteronomio y que todo buen judío sabía de memoria. Una pregunta ociosa o capciosa la de este letrado que también habría de conocer con toda exactitud como maestro de Israel que era. Pero Jesús añadirá lo que dice el Levítico que el segundo mandamiento, el del amor al prójimo es tan principal como el primero. ‘El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos’, le dice Jesús. A lo que el letrado tratará de corroborar, como queriendo poner el punto final, afirmando que Jesús ha respondido bien.
Pero será Jesús el que ponga de verdad el punto final de manera que ya no se atreverán a hacerle más preguntas. Si piensas así, viene a decirle Jesús, ‘no estás lejos del Reino de Dios’. Aquí, pues, lo importante, hacer presente y vivir el Reino de Dios que Jesús está anunciando. No se tratará ya de saber de memoria los mandamientos, sino de ponerlos por obra, de plantarlos en la vida y en el corazón, como Jesús nos dirá por otro lado. Es la búsqueda del Reino de Dios. Amamos a Dios sobre todas las cosas porque lo reconocemos como el único Señor de nuestra vida, y amándole a El amaremos también al prójimo, amaremos también al hermano que está a nuestro lado.
Tenemos que repetírnoslo muchas veces, empaparnos del mandamiento del Señor para que se haga vida de nuestra vida. Es lo que vamos meditando una y otra vez de manera especial en este tiempo de cuaresma porque en verdad queremos vivir el Reino de Dios, y eso significará una renovación grande de nuestra vida, para nacer de nuevo, para hacernos ese hombre nuevo del Evangelio, del que sigue a Jesús de verdad. Por eso necesitamos convertirnos al Señor y caminar por los caminos del Señor cumpliendo sus mandamientos, viviendo siempre lo que es la voluntad del Señor.

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