miércoles, 15 de febrero de 2012


Le trajeron  un ciego pidiéndole que lo tocase…

Sant. 1, 19-27; Sal. 14; Mc. 8, 22-26
‘Le trajeron  un ciego pidiéndole que lo tocase…’ Una vez más vemos los gestos y los signos de Jesús. No sólo nos están manifestando su poder sino también su cercanía y su amor. Se manifiesta con todo el poder de Dios que es quien nos cura y nos salva. Se manifiesta, podemos decir, con todo el poder de su misericordia y su amor.
‘Le untó saliva en los ojos, le impuso las manos… le puso otra vez las manos en los ojos… y el  hombre lo miró, estaba curado y veía con toda claridad’. Admirable la cercanía de Jesús. Es el Emmanuel, el Dios con nosotros, que camina a nuestro lado, se compadece de nuestras debilidades y carencias, se derrite de amor por nosotros.
No fue sólo entonces. Jesús sigue haciéndonos sentir su cercanía. Jesús sigue imponiéndonos las manos y tocando nuestro corazón. No es ya que nosotros como aquellos enfermos queremos al menos tocarle la orla de su manto, sino que es Jesús quien viene a nosotros. Dejémonos abrir los ojos para ver; que se nos abran los ojos de la fe, y le podremos sentir, y le podremos ver de tantas maneras como llega a nosotros, llega a nuestra vida.
Así tenemos que saber descubrir y sentir su presencia en los sacramentos. Es presencia real y verdadera de Cristo junto a nosotros. Así se hace realmente presente en la Eucaristía, es su Cuerpo y su Sangre, es Cristo mismo que está ahí y nos da su vida, se nos da en comida para ser nuestro alimento y nuestra vida.
Así vemos su presencia en su Palabra. No es un texto cualquiera por muy hermoso que sea. Es Dios mismo que nos habla. Es Cristo que es la Palabra de Dios que llega a nosotros. Qué hermoso cómo hoy el Señor ha llegado en su Palabra de forma muy concreta a nuestra vida. Y no sólo es el evangelio que estamos comentando, sino también en el texto de la carta de Santiago nos ha hablado de cosas muy concretas que nos pueden suceder cada día.
Y nos da pautas muy claras, muy sencillas, pero con mucha actualidad. ‘Sed prontos para escuchar, nos decía por ejemplo, lentos para hablar y lentos para la ira’. Son cosas que nos suceden y en las que hemos de tener cuidado y el Señor nos está hablando, corriendo, dándonos pautas de cómo actuar. Una Palabra que tenemos que saber escuchar y poner en práctica. ‘Quien se cree religioso y no tiene a raya su lengua, nos dice, se engaña, su religión no tiene contenido’. Por eso terminará diciéndonos el apóstol: ‘La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones, y no mancharnos las manos con este mundo’. Cuánto tenemos que aprender de lo que nos dice el Señor.
Así lo tenemos que descubrir en el amor y desde el amor. Porque ya sabemos que cuando le hagamos al otro a Cristo mismo se lo hacemos. Luego en el otro tenemos que ver a Cristo, en el otro está presente Cristo para nosotros esperando nuestro amor. Y de la misma manera en el amor que nosotros recibimos de los demás, estamos sintiendo, recibiendo el amor de Cristo. El se  nos hace presente en el amor de los demás; así nos manifiesta su amor. Así está Cristo tocando nuestra vida, como impuso las manos a aquel ciego de Betsaida y tocó sus ojos.
No son cosas mágicas de las que estamos hablando, sino del misterio de Dios. El misterio de Dios que así se nos manifiesta, así se hace presente en nuestra vida. Y que es un misterio de amor, porque es así cómo Dios nos ama. Por eso decíamos que tenemos que dejar que Jesús toque nuestros ojos para abrirlos, abrirlos al misterio de la fe, al misterio de Dios que se  nos manifiesta. Porque es necesario avivar nuestra fe, renovarla, porque se nos apaga y nuestra vida se nos llena de tinieblas.
Señor, yo quiero ver, quiero que me impongas las manos y toques mis ojos, me abras ojos del alma, los ojos de la fe.

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