sábado, 12 de marzo de 2011

El consuelo de que Jesús es el médico que viene a curarnos y salvarnos


Is. 58, 9-14;

Sal. 85;

Lc. 5, 27-32

‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores…’ Qué consuelo más grande son estas palabras de Jesús. Consuelo y esperanza que nos mueven a más amar, que nos mueven a la conversión.

Cuando uno se siente abrumado por el mal que ha hecho, por sus pecados, quiere alejarse de todo y por supuesto no quiere estar en presencia del que es bueno y justo y su vida puede ser una recriminación para nuestro pecado. Quizá nos habrá pasado en alguna ocasión que cuando nos sentimos turbados por el pecado que hayamos cometido, no sabemos ni qué decirle al Señor y casi lo que quisiéramos es alejarnos y apartarnos de su presencia porque no nos consideramos dignos de estar ante El. ‘Apártate de mí que soy un pecador’, exclamó Pedro cuando sintió el poder y la grandeza del Señor en la pesca milagrosa en el lago, él que había tenido la tentación de no confiar en la Palabra de Jesús que le mandaba echar las redes.

Por eso digo qué consuelo escuchar estas palabras de labios de Jesús porque así nos da la confianza de acercarnos a El sabiendo que en El vamos a tener la salud y la salvación. Es el médico y el Salvador que viene a restaurar nuestra vida.

Sin embargo, qué distinto pensaban los fariseos y los escribas que aparecen por allí. Jesús ha invitado a Leví a seguirle ‘y él dejándolo todo, se levantó y lo siguió’. Pero en su gozo por seguir a Jesús le ofrece un banquete. Allí está Jesús y sus discípulos, pero allí están también los amigos y colegas de profesión de Leví, los publicanos. Pero ya sabemos a todos se les medía con la misma medida y porque eran recaudadores de impuestos ya todos eran pecadores.

‘¿Cómo es que Jesús come con publicanos y pecadores?’ fue la pregunta, el reproche, la queja o hasta la denuncia que los que se creían justos y perfectos hacen a Jesús por comer con los recaudadores amigos de Leví, su nuevo discípulo. Es más, no se lo dicen directamente a Jesús, sino que van a decírselo a los discípulos. ¿Una forma de querer desprestigiar al maestro? Era sembrar la duda.

Pero pronto está la réplica de Jesús que tanto consuelo nos da y que nos llena de esperanza a pesar de que nos consideremos pecadores y no dignos de estar con Jesús. Pero Jesús ha llamado a un publicano para ser de sus discípulos y Jesús se sienta a la mesa del publicano rodeado de todos los recaudores amigos de Leví que por su sola profesión ya eran considerados pecadores.

Cuando sentimos así la compasión y misericordia del Señor en nuestra vida nos sentimos más motivados para ponernos en el camino de Jesús arrepintiéndonos de nuestros pecados, cambiando nuestra vida y nuestro corazón. Por eso en nosotros ha de haber actitudes nuevas. Por eso nuestra vida ahora se va a llenar de luz.

Cuando realices ese cambio de tu vida, esa conversión y haya esas actitudes nuevas, ‘cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, la oscuridad se volverá mediodía’; se volcarán sobre nosotros las bendiciones del Señor, como nos sigue describiendo el profeta.

Es que ‘el Señor es bueno y clemente, rico en misericordia y escucha la voz de mi súplica…’ ¿Qué le vamos a pedir al Señor? Lo que le hemos dicho en el salmo. ‘Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad’. Que aprendamos, sí, los caminos del Señor y los sigamos. ¡Cómo no vamos a seguir a quien tanto nos ama y nos trae la salvación! ‘Mira compasivo nuestra debilidad y extiende sobre nosotros tu mano poderosa’, le pedíamos también en la oración litúrgica.

viernes, 11 de marzo de 2011

Unas obras piadosas, un ayuno empapado de amor y de misericordia


Is. 58, 1-9;

Sal. 50;

Mt. 9, 14-15

El tiempo de cuaresma es un momento propicio para que intensifiquemos todas nuestras prácticas piadosas en un deseo de acercarnos al Señor y sentir su gracia y su misericordia sobre nosotros. Surgen actos piadosos que ya son tradicionales en estas fechas, al tiempo que de mano de la Iglesia tratamos de hacer más intensa nuestra oración o nuestra escucha de la Palabra del Señor. Son momento y ocasión para ofrecer sacrificios y penitencias al Señor como los tradicionales del ayuno y la abstinencia que intentamos practicar más asiduamente en estos días. Oración, ayuno y limosna son como los tres actos especiales que se nos proponen en este tiempo de manera especial.

Pero la Palabra del Señor que se nos va ofreciendo en la liturgia de estos días, ya desde el principio de la Cuaresma, trata de iluminarnos para que a todo eso que queremos hacer le demos toda su profundidad y sentido. Tenemos el peligro y la tentación de hacer las cosas así porque sí, de una forma ritual pero que se puede convertir en rutinaria haciéndole perder su verdadero sentido.

Es en lo que quiere iluminarnos hoy de manera especial la Palabra de Dios que se nos ha proclamado. La palabra del profeta tiene, por así decirlo, un sentido de denuncia de aquello que el pueblo no está haciendo con la verdadera profundidad y sentido. ‘Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta…’ dice el Señor, ‘denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados…’

Son gente aparentemente piadosa, pero hay algo que está fallando. Rezos, oraciones, ayunos, mortificaciones, pero al mismo tiempo su vida sigue llena de pecado. No se han convertido de verdad al Señor. ¿Cuál es el ayuno que agrada al Señor? El que va unido a una vida de conversión al Señor alejándose y arrepintiéndose de todo pecado, pero que también nace de un corazón justo y lleno de misericordia con los demás.

Es lo que el Señor le denuncia a aquel pueblo. ‘Mirad, ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad… buscáis vuestros intereses y apremiáis a vuestros servidores… ¿es ése el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica? ¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?’

¿Nos estará queriendo decir algo el Señor a nosotros? ¿Qué nos estará pidiendo? Sencillamente con lo que estábamos diciendo que practicamos ahora de manera especial en este tiempo cuaresmal, que nuestras prácticas piadosas, nuestros sacrificios o nuestras penitencias, nuestros rezos y oraciones y todo el culto que queremos darle al Señor sea siempre algo puro que nazca de un corazón lleno de amor y de misericordia.

Seamos misericordiosos, compasivos, serviciales con los que nos rodean; vivamos en un auténtico espíritu de comunión y amor sabiendo aceptarnos y perdonarnos, evitando todo lo que pueda dañar o herir al hermano, al que está a nuestro lado, desterremos de nuestros labios palabras hirientes o insultantes, no haya nunca en nosotros actitudes despectivas o descalificadoras hacia los demás. Así nuestra vida será agradable al Señor. Será ese el verdadero sacrificio, la más santa ofrenda que desde el amor podamos hacer al Señor.

Poner esas actitudes en nuestro corazón, y realizando todos esos actos de amor manifestarán lo que es nuestra verdadera conversión al Señor. Estaremos haciendo lo que agrada al Señor: llenar nuestra vida de amor. ‘El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne…’ Todo esto se traduce en aquellas actitudes de amor, de acogida, de comprensión, de misericordia y comunión de las que hablábamos antes.

No olvidemos que de eso es de lo que nos van a examinar en el atardecer de la vida. Recordemos lo que nos dice Jesús que va a ser el Juicio Final.

jueves, 10 de marzo de 2011

Invitados a vivir lo mismo que Jesús renovamos nuestra condición de bautizados


Deut. 30, 15-20;

Sal. 1;

Lc. 9, 22-25

La cuaresma es tiempo de renovación cristiana, de reemprender el camino iniciado por nuestro bautismo, de hacer, en seguimiento de Cristo, un nuevo tránsito de este mundo al Padre. Es una invitación a la Pascua. Nos preparamos para las fiestas pascuales, pero hemos de ir viviendo con sentido de pascua cada día.

En este casi inicio de la Cuaresma, apenas la iniciamos ayer, creo que con la liturgia y la Palabra de Dios que se nos ofrece se nos quiere recordar cual es nuestra meta. Jesús nos anuncia en el evangelio lo que va a ser su pascua. ‘El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Y ante nuestros ojos aparece la invitación a la vida.

Invitación a la vida porque es invitación a vivir lo mismo que Jesús. Y la vida de Jesús fue amar. Y amar es dar vida y cuando damos vida porque amamos nos llenamos de vida. Alguien podría pensar que cuando amamos y nos desgatamos por amor estaríamos perdiendo vida, pero lo que Jesús nos enseña es distinto. Ya sabemos que son otras las cosas que nos ofrece el mundo y en el mundo lo que se apetece son triunfos y ganancias, vanidades y apariencias que luego se quedan todo en vacío.

No podemos guardar la vida para nosotros sino que la vida tenemos que darla y cuando la damos nos estamos llenando más de vida. ‘El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’. Así de claro es Jesús en el camino que nos propone.

Es cierto que ponernos en ese camino de amor como el de Jesús nos podría llevar al sufrimiento y a la cruz. Por muchos motivos o razones. Cuando nos damos por amor, por ejemplo, aunque sepamos bien que es lo que tenemos que hacer, sin embargo hay momentos en los que nos puede costar. Porque surge la lucha dentro de nosotros mismos porque siempre nos pueden aparecer brotes de egoísmo y hasta de amor propio, de orgullo o de desconfianza, y así muchas cosas más. Y nos cuesta. Se nos desgarra el alma algunas veces en esa tentación que soportamos. Pero si permanecemos fieles a nuestra entrega el Señor nos recompensará con un gozo en el alma que no tiene comparación con nada.

Nos dice Jesús ‘el que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo’. Pero ya sabemos, El va delante de nosotros; El se convierte en nuestro cireneo para ayudarnos a llevar esa cruz; El nos da la fuerza de su Espíritu. Merece la pena ponernos en camino para seguir a Jesús. Merece la pena darlo todo por amor, porque eso para nosotros es vida, es vivir de verdad.

Tenemos que decidirnos de verdad. Como nos decía el Deuteronomio ‘mira, hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal’. ¿Qué es lo que queremos escoger? ¿Qué es lo que realmente buscamos? ¿Nos decidiremos de verdad por el camino de la vida? Sigamos los caminos del Señor. Busquemos en todo momento lo que es su voluntad. No deseemos otra cosa sino a Dios.

Busquemos esa misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo»’, como nos decía el Papa en su mensaje cuaresmal. Queremos que eso sea realidad en nuestra vida, porque muchas veces tentados por tantas cosas hemos perdido la intensidad de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Jesús.

Este camino de cuaresma que estamos haciendo a eso nos ayuda, a revisarnos, a restaurar tantas cosas que han perdido su brillo, a recuperar la autenticidad de nuestra vida cristiana. Hundamos nuestras raices en el agua de la vida y de la gracia como ‘el hombre que ha puesto su confianza en el Señor’. Podremos dar así los frutos de santidad que el Señor nos pide, las hojas de nuestra vida no se marchitarán.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La cuaresma, camino de purificación en el espíritu nos lleva a la Santa Pascua

Joel, 2, 12-18;

Sal. 50;

2Cor. 3, 20-6, 2;

Mt. 6, 1-6.16-18

Hoy es miércoles de ceniza. No descubro nada nuevo. Iniciamos la cuaresma, cuarenta días que nos conducen a la celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Decir miércoles de ceniza nos recuerda un rito, el de la imposición de la ceniza, y otros muchos signos externos nos están diciendo que comenzamos un tiempo litúrgico nuevo: el color de los ornamentos litúrgicos, la ausencia de ornamentación floral en torno al altar, la ausencia del aleluya o el himno del gloria en la celebración litúrgica... Pero, ¿sólo eso nos hará la Cuaresma?

Nos conviene detenernos un momento y hacernos una reflexión que nos ayude a comprender mejor su sentido y nos impulse a vivir este tiempo de gracia. Ya nos lo ha dicho la Palabra de Dios proclamada. ‘Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación’, que nos decía san Pablo en la carta a los Corintios. Pero también el profeta nos ha convocado al sonido de la trompeta para que nos congreguemos en este tiempo y escuchemos la invitación que de parte del Señor nos hace a la conversión.

Quiero centrarme en esta reflexión en el mensaje del papa Benedicto XVI para esta Cuaresma que nos ha recordado: ‘La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante… que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma)’.

Intensificamos, sí, ese camino de purificación y lo hacemos recordando nuestro Bautismo. Es algo que a través de todo el camino cuaresmal iremos recordando porque en cierto modo la cuaresma viene a ser como una gran catequesis bautismal. ‘Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva’, nos dice el Papa en su mensaje. ‘El Bautismo, por tanto, es el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo’.

Por eso nos dirá a continuación: ‘Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia’.

Vamos, pues, a tener muy presente el Bautismo a través de todo este tiempo cuaresmal y así podremos llegar a la noche de la Vigilia Pascual bien preparados para hacer la renovación de nuestro bautismo, de nuestras promesas bautismales. La Palabra del Señor nos irá guiando día a día en nuestra celebración. Sobre ella reflexionaremos para irla plantando de verdad en nuestro corazón.

Pero yo diría que no se puede quedar ahí la escucha de la Palabra, sino que tendríamos que saber sacar otros momentos del día para volver a encontrarnos con ella, para que nos sirva para intensificar nuestra oración personal en un encuentro vivo con el Señor. Que sepamos tener a mano la Biblia, el Evangelio para esos momentos de lectura y reflexión personal. Sería un buen propósito que nos hiciéramos en este primer día de Cuaresma el procurarnos esa Biblia o esos Evangelios para nuestra lectura y meditación.

Nos hablaba el Papa de ese camino de purificación en el espíritu. Desde esa reflexión orante que vamos haciendo de la Palabra del Señor iremos descubriendo de todo aquello de lo que tenemos que arrancarnos para alejar de nosotros el pecado para siempre. Nos exigirá esfuerzo y dominio de nosotros mismos con la gracia del Señor. Por eso seremos capaces de ofrecerle ese sacrificio del corazón, esos sacrificios en renuncias a cosas buenas incluso para así sentir mejor la fuerza de la gracia del Señor que nos ayude en esa purificación.

Cuando hablamos de cuaresma solemos hablar de sacrificios, de ayunos, de abstinencias, de compartir lo que tenemos con el hermano necesitado. Un espíritu penitencial, decimos. Podremos o no podremos hacer ayunos o abstinencias quizá dispensados por los años o por otras razones, pero eso no significa que no podamos ofrecer esa renuncia o sacrificio quizá en otras cosas de las que sí podemos privarnos sin quebranto para nuestra salud. Un cafecito de menos, por ejemplo, que nos tomemos al día, unas horas menos de televisión, un control en conversaciones ociosas o quizá que pudieran ser hirientes para los demás… cosas si queremos encontramos donde podamos ofrecerle un sacrificio al Señor. Y sobre todo el compartir, el prestar un servicio, el tender una mano para ayudar a otras personas saliéndonos de nuestros egoísmos individualistas. Oportunidades tenemos de hacerlo si queremos.

No lo vamos a hacer por apariencias ni vanidades. Ya nos previene Jesús en el Evangelio. Vamos a hacerlo desde lo más profundo de nuestro corazón. No importa que nadie lo note o lo vea. Como nos dice Jesús ‘tu Padre que ve en lo escondido te lo pagará, re recompensará’.

Vamos a dejar que caiga la ceniza sobre nuestra frente escuchando en las palabras del Sacerdote esa invitación del Señor que nos recuerda lo poca cosa que somos, ¿unas cenizas?, pero sobre todo la invitación a cambiar nuestra vida para vivir más intensamente según el evangelio de Jesús. Que este momento de la imposición de la ceniza lo vivamos con intensidad sintiendo, repito, esa llamada del Señor en nuestro corazón.

No nos quedaremos en cosas externas. Los signos de la liturgia tienen que ayudarnos a darle esa profundidad y esa intensidad. Toda la celebración tiene que ser esa llamada del Señor, como escuchábamos en el profeta. Nos sentimos congregados en el Señor para ser por El santificados. Dejemos que esa gracia santificadora llegue a nuestra alma. Como nos decia san Pablo: ‘Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios… os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios’.

martes, 8 de marzo de 2011

Hacemos pascua en nosotros esperando la vida que Dios da a los que perseveran en su fe



Tobías, 2, 10-23;

Sal. 111;

Mc. 12, 13-17

No nos da opción a hacer muchos comentarios sobre el libro de Tobías cuya lectura continuada se inició ayer y que al interrumpirse hoy el tiempo ordinario por iniciarse mañana la cuaresma no nos lo volveremos a encontrar cuando lo reanudemos después de la Pascua.

En la presentación de Tobit o Tobías que se nos ha hecho ayer y hoy se nos manifiesta como un hombre de fe y de gran corazón. Ayer ya escuchábamos cómo en la fiesta de Pentecostés al tener preparada la mesa para comer no quería hacerlo sin compartir con otros israelitas que estuvieran pasando necesidad y por eso manda a su hijo en búsqueda de con quien compartir su mesa y su comida. ‘Vete a invitar a algunos hombres piadosos de nuestra tribu para que coman con nosotros’.

Pero no se agotaba aquí su gran corazón porque piadosamente enterraba, exponiendo su vida incluso, a aquellos eran estrangulados y arrojados a la plaza a pesar de las prohibiciones. ‘Tobías temía a Dios más que al rey y recogía los cadáveres de los asesinados y a media noche los enterraba’ obrando con gran misericordia, que nos recuerda lo que en catecismo llamamos las obras de misericordia.

En el texto que hoy hemos escuchado se pone a prueba su fe. Nos narra el detalle de cómo perdió la visión de sus ojos a la vuelta de estos enterramientos, y como nos dice el texto sagrado ‘Dios permitió que le sucediese esta desgracia para que, como Job, diera ejemplo de paciencia’.

Bien lo va a necesitar porque será objeto de burlas e insultos de sus vecinos e incluso la incomprensión de su propia mujer. ‘Como desde niño había temido a Dios guardando sus mandamientos no se abatió ni se rebeló contra Dios por la ceguera, sino que siguió imperturbable en el temor de Dios dándole gracias todos los días de su vida’. Y a todo lo que le decían respondía que ‘esperamos la vida que Dios da a los que perseveran en su fe’.

Creo que con lo que hemos subrayado tenemos hermosas enseñanzas. Cómo necesitamos aprender de esa santa paciencia que se manifiesta en Tobías y de esa confianza por encima de todo, incluso de la adversidad, en el Señor. ‘No se abatió ni se rebeló contra Dios’, nos dice el texto sagrado. Muchas dudas e interrogantes pueden surgir en nuestro corazón cuando nos aparecen cosas adversas en la vida, problemas, dificultades, contratiempos, enfermedades, limitaciones de todo tipo.

Muchas veces nos pueden resultar duras esas situaciones a las que debemos enfrentarnos, pero nuestra fe no se debe debilitar de ninguna manera. Nuestra fe porque confiamos totalmente en el Señor y nuestra esperanza. ‘Esperamos la vida que Dios da a los que perseveran en su fe’. Es una esperanza en la vida eterna y en la resurrección. Es ahí donde podemos alcanzar la plenitud de nuestra vida en Dios. Es en esa vida eterna donde tenemos la confianza de la recompensa de Dios por nuestra fidelidad y nuestra constancia.

Nosotros, cristianos, además podemos hacer algo más que es el ofrecimiento de nuestra vida al Señor para unirnos con nuestros sufrimientos y limitaciones a lo que fue el dolor y el sufrimiento de la pasión redentora de Cristo. Qué oportunidad más hermosa tenemos en nuestra vida. Hacer en verdad pascua de nuestra vida.

Vamos muriendo en nosotros mismos con nuestras limitaciones y sufrimientos, pero vamos muriendo cuando nos entregamos y nos desgatamos por amor como lo hizo Cristo en la Cruz. Lo vemos en Tobías en el amor misericordioso que vivía para ayudar a los demás, que le lleva a un sufrimiento en su ceguera pero que no pierde la fe porque espera la vida que Dios da a los que creen en El. Pero es Pascua en nosotros unidos a Cristo porque no sólo es esa muerte que vamos realizando en nosotros en nuestros sufrimientos o en nuestra entrega de amor, sino que será vida y resurrección con Cristo resucitado, con Cristo vencedor de esa muerte y que a nosotros entonces nos llena de plenitud.

lunes, 7 de marzo de 2011

A nosotros también nos invita a ver la historia de nuestra vida


Tobías, 1, 1-2; 2, 1-9;

Sal. 111;

Mc. 12, 1-12

‘Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los letrados y a los senadores…’ dice el evangelista. Y bien comprendieron ellos que la parábola iba por ellos por la reacción que tuvieron al final. ‘Intentaron echarle mano,, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la gente y se marcharon’.

Hermosa parábola que nos propone Jesús. El hombre que preparó con sumo cuidado su viña y la confió a unos labradores para que la trabajaran esperando obtener su fruto. Pero hemos escuchado en el desarrollo de la parábola cómo fueron enviados los criados del amo y rechazados y lo que finalmente hicieron con el hijo que ‘agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña’.

Es la historia del pueblo de Israel, pueblo querido y elegido de Dios en el que se había volcado con su amor a través de la historia haciéndole además depositario de las promesas del Mesías Salvador, pero cuya historia está llena de infidelidades e idolatría, de rechazo de los profetas enviados por Dios y finalmente el rechazo de Jesús, el Hijo de Dios enviado para nuestra salvación. Es la misma historia que en aquellos momentos están viviendo en relación a la presencia de Jesús en medio de ellos.

Pero en la parábola, como en toda la Palabra de Dios, hemos de saber hacer una lectura de nuestra vida, una lectura en la que descubramos lo que a nosotros hoy el Señor quiere decirnos. Si entonces, cuando Jesús pronuncia la parábola, fue dicha haciendo alusión directa de lo que fue la historia del pueblo elegido con sus infidelidades e idolatrías, ahora tenemos que descubrir qué es lo que el Señor a nosotros también nos dice, porque nuestra historia está también llena por una parte del amor de Dios y por otra de infidelidades y pecado. ¿Cuál tendrá que ser nuestra reacción? Es lo que serenamente tenemos que reflexionar, orar ante el Señor.

Primero saber reconocer el amor que el Señor nos tiene y cómo nos ha rodeado de amor a través de toda nuestra vida. Cuántos dones y beneficios hemos recibido del Señor a lo largo de nuestra vida. Lo primero que hemos de hacer es reconocer y alabar al Señor dándole gracias por tanto amor. La viña de nuestra vida, esa vida que Dios ha puesto en nuestras manos ha estado rodeada siempre del amor del Señor. Cada uno tiene su propia historia y cada uno ha de saber hacer ese recuento de esas señales del amor de Dios, en la familia, en los amigos, en los que nos rodean, en cuanto hemos recibido, en la salud de la que hemos disfrutado a lo largo de la vida, en nuestros trabajos y responsabilidades… el listado sería grande.

Cuántas personas ha puesto Dios a nuestro lado y nos han hecho bien. Cuántos consejos y recomendaciones e incluso correcciones que nos han llevado a una vida mejor. Pero también hemos reconocer que no siempre quizá hemos sabido ver esas señales de Dios o hemos rechazado de alguna manera cosas buenas de nuestra vida. Reconocemos también nuestros momentos de debilidad y de infidelidades y pecados, porque así somos pecadores. Pero hemos de reconocer y agradecer cómo Dios ha seguido llamándonos, poniendo señales de su presencia junto a nosotros, hasta estos momentos que ahora vivimos donde también hemos de saber reconocer ese amor del Señor que se manifiesta en los que nos atienden y nos ayudan.

Esta Palabra se convierte, pues, para nosotros en una llamada a la conversión, a un cambiar para mejorar nuestra vida, nuestra relación con Dios y también nuestra relación con los que nos rodean. Siempre la Palabra del Señor que escuchamos es una invitación a más, a mejorar nuestra vida, a mirar a lo alto para seguir poniéndonos metas altas que nos ilusiones y nos empujen en nuestros esfuerzos de superación.

Escuchemos lo que allá en nuestro corazón el Señor quiere decirnos en esta Palabra que hoy nos ha dirigido.

domingo, 6 de marzo de 2011

Habrá que poner unos buenos cimientos al edificio



Deut. 11, 28.36-28.32;

Sal. 30;

Rom. 3, 21-25.28;

Mt. 7, 21-27

Habrá que poner unos buenos cimientos al edificio… No piensen que ahora me he dedicado a la construcción y estoy compartiendo los problemas que se me puedan presentar en lo que construya. Bueno, quizá, bien mirado sí estoy dedicado a la construcción, porque en fin de cuentas es la tarea que he de realizar también como sacerdote cuando ayudo a los demás a vivir su fe y su encuentro con el Señor. Y claro, tendré que preocuparme de que tengamos sólidos cimientos para nuestra fe y nuestra vida cristiana.

Es lo que hoy nos está pidiendo Jesús en el evangelio cuando habla del hombre prudente que construye su edificio sobre roca, o el necio que construye sobre arena. Será hombre prudente y sabio el que escucha la Palabra de Jesús y la ponga de verdad como fundamento de su vida, la plante en lo más hondo de sí para que nuestra vida no se derrumbe ante cualquier adversidad y además, como una buena planta, llegue a dar buenos frutos. ‘El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica’, nos dice Jesús.

No nos basta decir ‘Señor, Señor’, nos enseña hoy Jesús. No nos vale decir es que soy una persona muy religiosa y no abandono nunca mis oraciones; no nos basta decir es que yo soy cristiano de toda la vida… no nos valen las palabras de protesta diciendo que creemos como el que más o palabras bonitas que nosotros podamos decir, sino que esa fe que decimos que tenemos, esa religiosidad de nuestra vida tiene que plasmarse en obras, en lo que hacemos, en nuestra manera de vivir y de actuar, en los planteamientos que me vaya haciendo frente a los diferentes problemas que nos van apareciendo en la vida. ‘El que cumple la voluntad del Padre… el que las pone en práctica…’ nos viene a decir Jesús.

La Palabra de Dios que escuchamos no es solamente para que nos encante en nuestros oídos cuando la escuchamos, o para que admiremos la belleza literaria incluso que puedan tener los textos bíblicos que proclamamos. La Palabra tiene que hacerse vida en nosotros, plantarla en nuestra vida y hacer que fructifique. No es un adorno que nos pongamos para realzar nuestra figura como si fuera una prenda bonita, sino una vida que vivamos sintiéndonos en verdad comprometidos y transformados por ella.

‘Sé la Roca de mi refugio, Señor’, le pedíamos en el salmo. ‘Un baluarte’ que me dé seguridad y fortaleza. Como decía Jesús en su parábola cuando la casa está bien asentada sobre roca podrán venir todos los embates de las tormentas que no se irá abajo porque tiene buen fundamento, buenos cimientos. Es lo que necesitamos nosotros, porque por muchas razones o motivos no siempre nos es fácil mantener nuestra fe y nuestra fidelidad, hacer frente a todas las adversidades o problemas con que tenemos que irnos enfrentando en la vida. ¿Tenemos bien fortalecidos los cimientos de nuestra fe?

Será desde dentro de nosotros mismos desde donde brote muchas veces la tentación en pasiones descontroladas, en actitudes de orgullo y amor propio que nos corroen el corazón, en malos sentimientos o en malos deseos con los que reaccionamos en muchos momentos. Es entonces cuando se tiene que ver la fortaleza de nuestra fe.

Nuestra fortaleza la tenemos en el Señor. No es sólo decir bueno ya me controlaré yo que para eso tengo fuerza de voluntad y ya iré ordenando todo para vivir la vida con rectitud. Muchas veces la tentación es fuerte porque el enemigo malo nos quiere arrastrar hacia el mal y hace muchas cosas para embaucarnos diciéndonos que eso no es tan malo, que nuestro amor propio hemos de tener, que no tenemos por qué estar controlando siempre nuestros sentimientos sino dejémoslos correr. Y caemos en la pendiente y nos sentiremos zarandeados por la tentación y el pecado. Por eso hemos de buscar nuestra fuerza en el Señor y en el que es la verdadera Roca de salvación de mi vida tengo que anclarme fuertemente, como el barco que con ancla bien encajada en el lecho marino afrontará todas las tempestades sin irse a pique.

Pero serán también los problemas que van surgiendo en la lucha de cada día en nuestra propia supervivencia o en nuestra convivencia con los demás, ya sea en la familia, en el lugar de trabajo o allí donde compartimos muchos momentos de nuestro vivir. Hay contratiempos que nos aparecen en la vida, situaciones difíciles en las que muchas veces no sabemos qué hacer. En ocasiones vamos a encontrar vientos en contra desde un mundo adverso que nos hará la guerra que puede llegarnos hasta la persecusión.

La lucha que hemos de realizar en la construcción del Reino de Dios, tratando de impregnar todos los valores del Reino en nuestro mundo no es fácil porque enfrente nos vamos a encontrar a otros que quieran imponer sus contravalores a ese sentido cristiano de la vida que nosotros tenemos. Ya sabemos como se quiere borrar todo signo religioso o reducirlo al ámbito meramente privado o desterrar todo lo que lleve el sabor de lo cristiano.

Y enfrentarnos a todas esas situaciones no siempre fáciles lo hemos de hacer desde la fortaleza y la luz que Dios nos va regalando allá en lo hondo de nuestro corazón y en la Palabra que escuchamos y que ilumina nuestra vida para saber obrar en toda ocasión con rectitud y con amor.

Para un cristiano, para un creyente de verdad, tiene que estar siempre muy presente la Palabra del Señor que nos ilumina y nos guía. ‘Meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en la frente… pondréis por obra todos los mandatos y decretos que yo os promulgo hoy’. Así les decía el Señor por medio de Moisés al pueblo de Israel. Se lo tomaban tan en serio que lo querían cumplir al pie de la letra, de ahí las filacterias y demás señales que los judíos más ortodoxos y estrictos llevaban atadas a las muñecas o enrolladas a su frente. Todos habremos visto más de una vez esas imágenes.

Pero no son señales externas de ese tipo las que tenemos que llevar, sino bien metida en nuestro corazón y en nuestra alma la Palabra del Señor. externamente se tendrá que reflejar en nuestras actitudes y en nuestros comportamientos, al tiempo que en la proclamación valiente de nuestra fe. ¿Qué significan entonces esas palabras del Deuteronomio? Eso significa no olvidar nunca el mandamiento del Señor, examinar continuamente nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios, dejar que nos interpele y nos haga reaccionar. Cómo tendríamos que tener continuamente a mano la Biblia, los evangelios para que sea nuestro alimento en la lectura diaria y en la meditación contínua. Cómo tendríamos que saber llevar a nuestra oración esa Palabra que el Seños nos dice para rumiarla una y otra vez en la presencia del Señor y así sentir su luz y su fuerza como verdadero alimento y fortaleza de nuestra vida.

Pongamos, sí, un sólido cimiento al edificio de nuestra fe y nuestra vida cristiana apoyándonos siempre en la Palabra del Señor.