lunes, 7 de marzo de 2011

A nosotros también nos invita a ver la historia de nuestra vida


Tobías, 1, 1-2; 2, 1-9;

Sal. 111;

Mc. 12, 1-12

‘Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los letrados y a los senadores…’ dice el evangelista. Y bien comprendieron ellos que la parábola iba por ellos por la reacción que tuvieron al final. ‘Intentaron echarle mano,, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la gente y se marcharon’.

Hermosa parábola que nos propone Jesús. El hombre que preparó con sumo cuidado su viña y la confió a unos labradores para que la trabajaran esperando obtener su fruto. Pero hemos escuchado en el desarrollo de la parábola cómo fueron enviados los criados del amo y rechazados y lo que finalmente hicieron con el hijo que ‘agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña’.

Es la historia del pueblo de Israel, pueblo querido y elegido de Dios en el que se había volcado con su amor a través de la historia haciéndole además depositario de las promesas del Mesías Salvador, pero cuya historia está llena de infidelidades e idolatría, de rechazo de los profetas enviados por Dios y finalmente el rechazo de Jesús, el Hijo de Dios enviado para nuestra salvación. Es la misma historia que en aquellos momentos están viviendo en relación a la presencia de Jesús en medio de ellos.

Pero en la parábola, como en toda la Palabra de Dios, hemos de saber hacer una lectura de nuestra vida, una lectura en la que descubramos lo que a nosotros hoy el Señor quiere decirnos. Si entonces, cuando Jesús pronuncia la parábola, fue dicha haciendo alusión directa de lo que fue la historia del pueblo elegido con sus infidelidades e idolatrías, ahora tenemos que descubrir qué es lo que el Señor a nosotros también nos dice, porque nuestra historia está también llena por una parte del amor de Dios y por otra de infidelidades y pecado. ¿Cuál tendrá que ser nuestra reacción? Es lo que serenamente tenemos que reflexionar, orar ante el Señor.

Primero saber reconocer el amor que el Señor nos tiene y cómo nos ha rodeado de amor a través de toda nuestra vida. Cuántos dones y beneficios hemos recibido del Señor a lo largo de nuestra vida. Lo primero que hemos de hacer es reconocer y alabar al Señor dándole gracias por tanto amor. La viña de nuestra vida, esa vida que Dios ha puesto en nuestras manos ha estado rodeada siempre del amor del Señor. Cada uno tiene su propia historia y cada uno ha de saber hacer ese recuento de esas señales del amor de Dios, en la familia, en los amigos, en los que nos rodean, en cuanto hemos recibido, en la salud de la que hemos disfrutado a lo largo de la vida, en nuestros trabajos y responsabilidades… el listado sería grande.

Cuántas personas ha puesto Dios a nuestro lado y nos han hecho bien. Cuántos consejos y recomendaciones e incluso correcciones que nos han llevado a una vida mejor. Pero también hemos reconocer que no siempre quizá hemos sabido ver esas señales de Dios o hemos rechazado de alguna manera cosas buenas de nuestra vida. Reconocemos también nuestros momentos de debilidad y de infidelidades y pecados, porque así somos pecadores. Pero hemos de reconocer y agradecer cómo Dios ha seguido llamándonos, poniendo señales de su presencia junto a nosotros, hasta estos momentos que ahora vivimos donde también hemos de saber reconocer ese amor del Señor que se manifiesta en los que nos atienden y nos ayudan.

Esta Palabra se convierte, pues, para nosotros en una llamada a la conversión, a un cambiar para mejorar nuestra vida, nuestra relación con Dios y también nuestra relación con los que nos rodean. Siempre la Palabra del Señor que escuchamos es una invitación a más, a mejorar nuestra vida, a mirar a lo alto para seguir poniéndonos metas altas que nos ilusiones y nos empujen en nuestros esfuerzos de superación.

Escuchemos lo que allá en nuestro corazón el Señor quiere decirnos en esta Palabra que hoy nos ha dirigido.

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