sábado, 26 de febrero de 2011

De los que son como ellos es el Reino de Dios

De los que son como ellos es el Reino de Dios

Eclesiástico, 17, 1-13; Sal. 102; Mc. 10, 13-16

Repetidamente hemos ido viendo cómo la gente acude de todas partes hasta Jesús. Ayer mismo escuchábamos que cuando marchó a Judea y Transjordania ‘otra vez se le fue reuniendo gente por el camino’.

Ahora nos habla el evangelista que son niños los que traen hasta Jesús para que los bendijera. ‘Presentaron a Jesús unos niños para que los tocara…’ pero allá están los discípulos con su celo por Jesús que no querían que nadie molestara al Maestro. Además, eran unos niños; ya sabemos bien qué poco considerados eran los niños hasta que no llegaran a una mayoría de edad. En este sentido sería comprensible la actitud de los discípulos.

Pero Jesús quiere estar cerca de todos. No le molestan los pequeños. Además nos dará una hermosa lección. Los niños también pueden acercarse a Jesús. ‘Jesús se enfadó y les dijo: dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis…’ Para Jesús los pequeños y los pobres serán sus preferidos. Pero nos dirá más. ‘De los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos’.

Ya en otra ocasión, cuando los discípulos discutían sobre quien había de ser el más importante Jesús puso un niño en medio y les dijo que el que se hiciera niño, el que aceptara a un niño, ese sería importante en el Reino de los cielos, porque acoger a un niño es acogerle a El.

Aceptar el Reino de Dios como un niño, ¿qué nos querrá decir Jesús? Hacerse pequeño, hacerse como un niño con limpio corazón y sin malicia; hacerse pequeño como un niño, expresará debilidad y pobreza; el niño es fragilidad y nada tiene, ya decíamos lo poco importante que era considerado un niño en aquel tiempo; el niño está siempre con los ojos abiertos queriendo conocer y aprender; el niño ofrece su corazón allí donde hay amor y cariño y de la misma manera lo ofrece.

Aceptar el Reino de Dios como un niño. Nos está hablando de unas actitudes nuevas y de una apertura del corazón. Nos está hablando de un vaciarse de sí mismo para sólo llenarse de Dios. También nos había hablado de la necesidad de volver a nacer para entrar en el Reino de Dios. Podíamos decir que todo se une en ese cambio de actitud, en ese cambio del corazón necesario para hacer que el Reino de Dios se pueda plantar en nosotros.

Finalmente nos dirá en el evangelio que los pobres, los pequeños, los humildes y sencillos serán los que podrán conocer los misterios de Dios. El mensaje del Reino debe ser recibido, pues, con la actitud del niño, con la pobreza del niño. Los niños se convierten son algo así como símbolos de los auténticos discípulos.

Muchos santos han entendido este camino que nos traza Jesús y por las sendas de la infancia espiritual han llegado a estados sublimes de santidad. Es lo que expresaba santa Teresa del Niño Jesús y también el Beato Juan XXIII en la historia del un alma. Una, santa Teresita del Niño Jesús, en el silencio del convento y en los cortos años de su vida, pues murió muy joven; el otro, Juan XXIII, a pesar de llegar a las altas responsabilidades de dirigir la Iglesia no le faltó nunca ese mismo espíritu humilde y sencillo para seguir los caminos de Dios, para conducir a la Iglesia y para llegar a un alto grado de santidad. Y si nos fijáramos en todos los santos y ahondáramos en sus vidas eso mismo encontrariamos en todos ellos, ese sentirse pequeños y humildes en las manos de Dios para dejarse siempre conducir por su Espíritu.

Hagámonos sencillos, pequeños, humildes, de puro y limpio corazón para conocer a Dios, para vivir en su Reino – eso nos enseña en la carta magna de las Bienaventuranzas – y así alcanzaremos también esa santidad a la que todos somos llamados. Que sintamos así la bendición de Dios sobre nosotros.

viernes, 25 de febrero de 2011

Al amigo fiel tenlo por amigo, es encontrar un tesoro

Eclesiástico, 6, 5-17;
Sal. 118;
Mc. 10, 1-12

‘Un amigo fiel no tiene precio ni se puede pagar su valor; un amigo fiel es un talismán, el que teme a Dios lo alcanza…’ Hermoso canto a la amistad nos ofrece el texto del Eclesiástico que hoy hemos proclamado.
Nos habla de cómo conseguir un amigo y lo que es un verdadero amigo. ‘Serán muchos los que te saluden…’ nos dice, pero entrar en la categoría de los amigos, de la amistad verdadera es algo más que un saludo o un conocimiento momentáneo. ‘Hay amigos de un momento… que acompañan en la mesa pero no aparecen en el momento de la desgracia… que cuando te va bien están contigo, cuando te va mal huyen de ti…’ y así nos sigue diciendo y explicando el sabio del Antiguo Testamento. Fijémonos como el autor sagrado va resaltando continuamente lo de un amigo fiel.
Un amigo verdadero, una amistad auténtica tiene que nacer de un corazón sano y desinteresado. La amistad entra en la categoría del amor verdadero. Y tienes que estar llena de fidelidad y de lealtad. Y cuando hay amor verdadero no nos movemos por intereses ni sólo somos amigos para los buenos momentos. Quien no sabe tener un amigo creo que le es bien difícil entender todo lo que nos dirá Jesús del amor como raíz y como base de todas nuestras relaciones humanas; difícilmente entenderá todas las características que Jesús nos dará de lo que tiene que ser el amor del cristiano.
Serán todas aquellas características de las que nos hablará san Pablo en la carta a los Corintios. ‘El amor es paciente y bondadoso, no tiene envidia, ni orgullo ni jactancia; no es grosero ni egoísta, no se irrita ni lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta’. Confrontándolo con lo que nos dice aquí el apóstol encontramos quizá muchas carencias en nuestra amistad, tenemos que reconocer.
Precisamente hoy en el evangelio sale el tema del matrimonio y del divorcio con la pregunta que le hacen los fariseos a Jesús. Y Jesús les responde con la radicalidad que tiene que vivirse el amor matrimonial. ‘Por vuestra terquedad dejó escrito este precepto’, les dice. Y les recuerda lo que es la voluntad de Dios desde la creación. ‘Ya no son dos sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre’, termina sentenciando. Y nos dice cosas que quizá hoy en los tiempos que vivimos nos puedan parecer duras e imposibles del cumplir.
Alguien puede decirme que miremos la experiencia de lo que sucede a nuestro alrededor. Como dicen muchos es que el amor se acabó. Pero quizá tendríamos que analizar muchas veces si ha habido amor verdadero y auténtico en la pareja cuando se han decidido por el matrimonio; si ha habido un amor maduro y bien forjado hundiendo además sus raíces en lo que es el amor de Dios. Porque también hemos de reconocer que se puede hablar de amor, como deciamos antes de la amistad, con mucha superficialidad y sin hondura. Tendríamos que aprender primero lo que es un amor verdadero, una auténtica amistad y alcanzando esa madurez en el amor y la amistad podamos llegar a entender y vivir lo que es un amor matrimonial auténtico, que es mucho más que pasión. Mucho tendríamos que reflexionar en este sentido.
Pero creo que hemos de escuchar y entender bien las palabras de Jesús. Todas esas características de las que nos ha hablado san Pablo en la carta a los Corintios que hemos mencionado tienen que ser algo más que un texto bonito y poético que como suena tan bien pues hasta muchas parejas lo escogen para la celebración del sacramento del matrimonio. Es algo más que un texto bello y poético. Son las características de un amor humano verdadero, no solo el matrimonio, sino también de la amistad y base de todas nuestras relaciones humanas que hemos de saberlas fundamentar en el amor.
Y hemos de entender también que el amor verdadero es un don de Dios. Con Dios hemos de contar. A Dios tenemos que invocar y pedirlo. Que el Señor nos conceda el vivir una amistad auténtica y un amor verdadero.

jueves, 24 de febrero de 2011

Toda Sabiduría viene de Dios


Eclesiástico, 5, 1-10;

Sal. 1;

Mc. 9, 40-49

Durante esta semana hemos venido escuchando en la primera lectura un libro del Antiguo Testamento, el Eclesiástico. Forma parte de los llamados libros sapienciales y nos va ofreciendo unas reflexiones llenas de sabiduría que ayudan al creyente en su camino de fe.

‘Toda Sabiduría viene de Dios’, escuchábamos en el primer versículo del primer capítulo. Esto podría ser una invitación a que pidamos esa sabiduría de Dios. Nosotros como cristianos sabemos que es un don del Espíritu Santo y por eso lo hemos de invocar. Ese don de Sabiduría que nos ayude a conocer y saborear todo el misterio de Dios; ese don de Sabiduría que abra nuestro corazón a Dios y a su Palabra para que en verdad siempre podamos seguir su camino de santidad, su camino de salvación.

‘La sabiduría instruye a sus hijos, estimula a los que la comprenden…’ escuchábamos ayer, ‘los que la retienen consiguen la gloria del Señor, y el Señor bendecirá su morada’. Que así nos veamos bendecidos del Señor, que así en todo busquemos siempre la gloria del Señor, que adquiramos esa sabiduría que nos lleve siempre hasta Dios.

En el texto que hoy hemos escuchado por una parte nos previene para que no apeguemos el corazón a las riquezas, llenándonos de orgullo y prepotencia porque queramos apoyarnos en esas cosas materiales que podamos tener. ‘No confíes en tus fuerzas, nos dice, para seguir tus caprichos; no sigas tus antojos y codicias ni camines según tus pasiones…’

Por otra parte nos previene también para no caer en el pecado de la presunción[1], la excesiva confianza en la misericordia del Señor, que me lleva a permanecer en mi pecado sin hacer nada por convertirme al Señor pensando que como es misericordioso al final me perdonará siempre. Confianza en la misericordia de Dios hemos de tener y mucha, pero precisamente ese confiar en la misercordia del Señor tiene que llevarme a convertirme al Señor, a volver mi corazón a El, alejándome de todo pecado.

‘No te fies…, nos dice, pensando, es grande su compasión y perdonará mis muchas culpas… no tardes en volverte a El ni des largas de un día para otro…’ La consideración del amor infinito y misericordioso de Dios siempre tiene que llevarnos a la conversión, porque ese amor exigirá la respuesta de mi amor.

Fijémonos brevemente en el evangelio hoy proclamado. Podríamos decir que el seguimiento de Jesús lleva a la convivencia fraterna de todos los seguidores en una vida de comunión. Una vida asentada sobre la base del amor. Amor que nos hace generosos y serviciales y amor que buscará todos los medios por una parte para arrancar de si todo lo malo y por otra para evitar todo lo que pueda hacer daño a los demás.

Generosos y serviciales en el amor, sabiendo que cualquier cosa buena que hagamos a los otros, por muy pequeña que nos parezca, tiene mérito ante Dios y de Dios alcanzará premio y recompensa. Nos habla del vaso de agua dado por amor. tendríamos que recordar aquí aquello otro que nos dirá Jesús en el evangelio, que cualquier cosa que hagamos al otro a El se lo estamos haciendo. ‘Estaba sediento, y me diste de beber’, podemos recordar aquí de manera especial por lo del vaso de agua.

Al final del evangelio nos deja una frase como sentencia a la que hemos de saber encontrar su significado. ‘Repartíos la sal y vivid en paz los unos con los otros’. ¿Qué nos querrá decir? Está hablándonos de un compartir desde las cosas más elementales de la vida para que aprendamos a vivir en paz los unos con los otros. Cuando hay amor y generosidad habrá paz y sana convivencia que nos hace felices a todos.



[1] Presunción

"hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia de divinas, (esperando obtener perdón sin conversión y la gloria de Dios sin mérito) CIC #2092

miércoles, 23 de febrero de 2011

El que no está contra nosotros está a favor nuestro


Eclesiástico, 4, 12-22;

Sal. 118;

Mc. 9, 37-39

El celo por Jesús hará que Juan arremeta contra todo el que haga algo bueno y a él no le parezca que es de los del grupo de Jesús. ‘Hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros’. Le entraba como un fanatismo que rayaba en un exclusivimo como si el hacer algo bueno sólo fuera una capacidad suya. ¿Cómo puede uno arrogarse el actuar en nombre de Jesús si no es del grupo de los discípulos de Jesús? Es algo que a Juan no le cabe en la cabeza.

Ya hemos escuchado la respuesta de Jesús. ‘No se lo impidáis porque uno que hace milagros en mi nombre, no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’. No se puede apagar la llama. No se puede esconder la luz aunque nos parezca insignificante. No podemos rehusar o rechazar la bondad de lo que hacen los demás porque a nosotros nos puedan parecer distintos.

Creo que es mensaje de Jesús quiere enseñarnos muchas cosas. Siempre tenemos que valorar lo bueno que veamos en los demás. Valorarlo, respetarlo, promoverlo incluso. La bondad no es algo exclusivo nuestro. La mirada con que hemos de mirar a los que nos rodean tiene que ser una mirada libre de prejuicios, como si nadie más que nosotros fuera capaz de hacer cosas buenas.

Qué fáciles somos a poner defectos en las cosas que hacen los demás cuando son personas que no nos caen bien o que no pertenecen a nuestro círculo. ¡Esos herejes, pensamos a veces, cómo van a ser capaces de hacer algo bueno! Por eso, repito, tenemos que aprender a valorar todo lo bueno que hacen los otros, sean quienes sean. De actitudes y posturas negativas así en relación a los otros surgen fácilmente luchas, divisiones, malos entendimientos, recelos y desconfianzas y hasta enfrentamientos.

Nos suceden cosas así en el día a día de nuestra vida y en nuestra relación con los que nos rodean. Y suceden porque somos desconfiados, por los orgullos y amor propio que se nos meten tantas veces en el corazón. ¿No contemplamos amargamente a veces esos enfrentamientos entre grupos políticos que nunca son capaces de aceptar que el otro pueda ser capaz de hacer algo bueno?

Triste es que esos recelos y desconfianzas se nos metan muchas veces entre los grupos de creyentes; que esos brotes de negatividad puedan aparecer en el seno de la Iglesia que nos lleven a divisiones, enfrentamientos y hasta enemistades entre los grupos dela Iglesia. Hablamos de división en la Iglesia y pensamos en las divisiones que podríamos llamar tradicionales entre unas iglesias cristianas y otras, pero tendríamos que pensar en algo más cercano en el círculo de nuestras parroquias o de nuestra misma diócesis donde encontramos muchas veces esa falta de comunión y de auténtica unidad. Y eso, ¿por qué? Por no querer reconocer humildemente por una parte y con gratitud a Dios los carismas buenos que puedan surgir en los otros grupos cristianos.

Pidámosle al Señor que nos conceda ese espíritu de unidad y de comunión; que el Espíritu de Sabiduría nos haga abrir los ojos para ver, comprender y hasta saborear tantas cosas buenas que tenemos que ser capaces de ver en los otros, sean quienes sean. Que El Señor nos dé una mirada limpia y sin malicia para ver siempre en primer término las cosas buenas de los otros.

‘El que no está contra nosotros está a favor nuestro’. Que seamos capaces de comprenderlo y ser capaces de vivir esa bondad en el corazón cada día de nuestra vida.

martes, 22 de febrero de 2011

La cátedra de Pedro garantía para la Iglesia de la fidelidad y autenticidad del mensaje



1Ped. 5, 1-4;

Sal. 22;

Mt. 16, 13-19

Celebramos en este día 22 de febrero la ‘fiesta de la cátedra de san Pedro en Roma’. ¿Qué significa y qué sentido tiene esta celebración?

En primer lugar decir que cátedra dice el diccionario es el lugar donde el maestro enseñaba a los almunos o discípulos. Hablamos del catedrádico que es el profesor con mayor rango en la universidad, por ejemplo, y que es el que enseña desde su cátedra.

Pues bien, esto lo trasladamos a nuestro sentido o estilo eclesial y hablamos de catedral, por ejemplo, que es la sede del obispo, allí donde tiene su cátedra para ejercer su oficio de enseñar, para ejercer su oficio de magisterio con los fieles.

Hablar, entonces, de la cátedra de san Pedro en Roma es señalar que allí tuvo su sede, desde donde ejerció su oficio de Pastor y Maestro de toda la comunidad cristiana. Fue la misión que Jesús le confió. Cristo es nuestro único Maestro como es nuestro único Pastor. Pero esa misión la confió a la Iglesia y en la Iglesia a aquellos que iban a ser los pastores del pueblo de Dios. Eligió a los doce apóstoles para enviarlos a predicar, a anunciar el Reino y a curar enfermos y expulsar demonios; lo hemos reflexionado muchas veces. Pero como hemos escuchado hoy en el evangelio de entre los Doce escogió a Pedro para que fuera el primero y el servidor de todos, para que fuera la piedra sobre la que se fundamentara la Iglesia. ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’, le dijo. También en otro momento le dijo, ‘mantente firme y cuando te recobres confirma en la fe a los hermanos’.

A Pedro le vemos en los Hechos de los Apóstoles primeramente ejerciendo su ministerio en Jerusalén. Más tarde sabemos que fue a Antioquía de Siria, por eso se habla también de la catedra de san Pedro en Antioquía. Pero finalmente se estableció en Roma donde recibiría el martirio y fuera enterrado precisamente en la colina Vaticana. Es lo que hoy celebramos. Por eso, además, los sucesores de Pedro en la Iglesia de Roma recibirán también la misión de pastores de la Iglesia universal, lo que llamamos el Romano Pontífice o Papa o Pastor de la Iglesia universal.

Celebramos, pues, esta cátedra de Pedro que se estableció en Roma. Y ese es el por qué de esta fiesta y de ahí arranca su sentido para toda la Iglesia universal por su misión. Por eso hemos pedido en la oración litúrgica que ‘no permitas vernos perturbados por ningun peligro tú que nos has afianzado sobre la roca de la fe apostólica’. Pediremos también que ‘la Iglesia, bajo el pastoreo y la doctrina de san Pedro, podamos guardar la integridad de la fe y llegar de este modo a la vida eterna’.

¡Cómo tenemos, pues, que acoger y escuchar el magisterio de la Iglesia manifestado de manera especial en el magisterio del Papa! Es su misión ayudarnos a mantener esa integridad de la fe. Por eso ha de estar vigilante para que nada nos perturbe ni nos aparte de la verdadera fe. Es su misión de pastor y de maestro. Por eso escuchamos sus mensajes, sus enseñanzas, su magisterio en sus exhortaciones apostólicas o encíclicas. Es garante de nuestra fe con su magisterio ejercido de manera extraordinaria cuando nos habla ‘ex cáthedra’ (desde la cátedra) para definirnos nuestra fe con la asistencia del Espíritu Santo.

Como diremos en el prefacio ‘no abandonas nunca a tu rebaño, sino que por medio de tus santos apóstoles, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el evangelio’.

Sintamos siempre esa segura protección del Espíritu del Señor para nuestra fe alimentada en el magisterio de la Iglesia. Es la maestra que nos guía y que nos enseña. Y en el Papa, sucesor de Pedro, tenemos el Maestro y el Pastor a quien tenemos que escuchar.

lunes, 21 de febrero de 2011

Subamos al monte de la oración y crecerá nuestra fe


Eclesiástico, 1, 1-10;

Sal. 92;

Mc. 9, 13-28

Al bajar del monte de la transfiguración – recordemos el relato del pasado sábado – se encuentra Jesús con un gran revuelo porque un hombre ha traido a su hijo poseido por un espíritu inmundo y los discípulos que habían quedado allí al pie del monte no habían podido hacer nada. ‘He pedido a tus discípulos que lo echen y no han sido capaces’.

Esto provoca una reacción de Jesús pero que, podríamos decir, va a ser el eje de todo el relato que sigue con la curación de aquel muchacho. Es el tema de la fe. ¿Por qué no habían podido realizar aquella curación? Jesús al final nos dirá lo que es necesario para poder realizar ese milagro de la expulsión de aquel demonio. Pero ya aparece el tema de la fe de los discípulos, de cuántos siguen a Jesús, y podríamos decir que también de nuestra fe.

Primero la reacción de Jesús. ‘¡Gente sin fe!’, exclama Jesús como una queja. ‘¿Hasta cuando estaré con vosotros? ¿Hasta cuando os tendré que soportar?’ Es necesaria nuestra fe en Jesús. En El hemos de poner toda nuestra confianza y todas nuestras seguridades. Somos sus discípulos por la fe que tenemos en El y por eso queremos seguirle. Una fe firme, sin resquicios, sin desconfianzas, sin oscuridades. Apoyados en Jesús podremos sentirnos firmes y seguros. Apoyados en Jesús podremos realizar nuestro camino. Apoyados en Jesús podremos también realizar maravillas.

El diálogo que se establece entre aquel padre lleno de dolor por la situación de su hijo y Jesús prosigue. ‘Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos’. A lo que Jesús replicará: ‘¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe’. Ahí está la afirmación rotunda de Jesús. Y surgirá el grito de aquel hombre. ‘Tengo fe, pero dudo, ayúdame’. Cree, duda, pero es capaz de pedir ayuda. Cree, pero aún siguen tinieblas en los ojos de su corazón, pero busca la luz. Cree, quiere creer, pero a veces se le hace difícil cuando se pasa por situaciones desesperadas, y pide que se le ayude a hacer crecer su fe.

Es necesario tener fe, decíamos antes, y tener una fe firme y segura. Pero ya sabemos, nos pasa como a aquel hombre; muchas veces la vida se nos llena de tinieblas, de dudas, contratiempos, momentos difíciles de desesperación. Nos vemos en muchas ocasiones zarandeados como si estuviéramos en medio de una tempestad. Pero tenemos que saber gritar a Jesús para que venga en nuestra ayuda, para que se disipen las dudas y tinieblas. Tenemos que agarrarnos fuertes de la mano de Jesús, porque en El nos vamos a sentir seguros. ‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’.

Una súplica con confianza. Una súplica humilde. Una súplica en la que tenemos que poner amor. Una súplica que nos llevará a la luz. Así tenemos que pedir al Señor. Así tenemos que acudir a El. Y crecerá nuestra fe; y nos sentiremos seguros; y Dios realizará maravillas en nosotros. Se nos abrirán bien los ojos para verlo. Será una súplica, pero al mismo tiempo una acción de gracias.

‘¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?’ será la pregunta de los discípulos cuando lleguen a casa. ‘Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno’. Será necesaria la oración que nos de fortaleza y seguridad. Será la oración en la que podremos descubrir y contemplar los resplandores de Dios. Será la oración que nos hará crecer en nuestra fe. Será la oración con la que al final también nosotros podemos hacer maravillas. Recordemos que Jesús bajaba del monte a donde había ido a orar con tres de sus discípulos cuando la transfiguración. Subamos al monte de la oración y crecerá nuestra fe.

domingo, 20 de febrero de 2011

La sublimidad del amor para perdonar, para amar e, incluso, orar por todos



Lev. 19, 1-2.17-18;

Sal. 102;

1Cor. 3, 16-23;

Mt. 5, 38-48

‘Yo soy amigo de mis amigos’ es una frase que escuchamos decir en muchas ocasiones a quienes quieren expresarnos su bondad o buena voluntad. ‘Yo ayudo al que me ayuda… soy bueno con los que son buenos conmigo…’ solemos decir también. Está bien quizá para definirnos en los perfiles de las redes sociales cibernéticas, pero si lo tratamos de entender a la luz del evangelio que hoy hemos escuchado nos damos cuenta de que nos quedamos pobres.

Con ser ya algo bueno todo eso que expresamos el amor cristiano es algo mucho más sublime. Como nos dirá Jesús ‘si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?’ Eso lo hace cualquiera. La meta y el ideal que nos propone Jesús es bien alto. Ya nos había dicho el Levítico ‘Sed santos, porque yo, el Señor, soy santo’. Ahora nos dice Jesús: ‘sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’. Lucas en su evangelio por su parte nos dice: ‘Sed misericordiosos, compasivos como vuestro Padre es compasivo’.

Y ¿qué es lo que hemos dicho en el salmo? ‘El Señor es compasivo y misericordioso’. El Dios del amor y de la misericordia es nuestro modelo. El Dios que siempre nos está manifestando su amor y su misericordia es el que llenará también nuestro corazón de amor y de misericordia.

Claro que en la cabeza quizá podemos tenerlo muy claro, pero en el día a día de nuestra vida cuando nos vamos encontrando y conviviendo con los que nos rodean, familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, gente con la que nos vamos tropezando por la calle o en nuestra vida social, ya nos costará más. Cuando le ponemos rostro a ese amor, cuando le ponemos nombre y apellidos a las personas a las que tenemos que amar, cuando las contemplamos con sus luces o con sus sombras hay que hacer un esfuerzo para vivir un amor como el que nos enseña Jesús.

Nos habla Jesús de quienes nos ofenden o hacen daño, de aquellos que quizá nos caen mal o son exigentes con nosotros y nos reclaman, o de aquellos a los que podríamos considerar enemigos y nos pone la antítesis de lo que habitualmente hacemos y de lo que quiere El que aprendamos a hacer. ‘Habéis oído que se dijo… yo, en cambio, os digo…’ ¡Con qué autoridad nos habla Jesús! Puede hacerlo. Es nuestro Maestro. Es el Verbo de Dios, la Palabra de Dios.

‘No hagáis frente al que os agravia…’ Es una nueva manera de hacer las cosas. Es la respuesta del amor a la violencia. Es la respuesta de la generosidad frente a la exigencia y al egoísmo. Es la respuesta de la concordia frente al que quiere dividir o enfrentar. Es la respuesta del amor y del perdón a la venganza o al resentimiento. Desarmemos las armas de la violencia, del egoismo, de la división o de la venganza con el bálsamo del amor, de la generosidad y del perdón.

Rompe Jesús la ley del talión para sembrar en nosotros unas actitudes nuevas de amor, generosidad, misericordia y compasión. Aunque solemos considerar la ley del talión como una concesión a una venganza sin límites que aparentemente me diera derecho en la venganza a hacer todo el daño posible a quien me haya tratado mal, realmente la ley del talión, entendámoslo bien, ya era en sí una limitación a esa venganza ilimitada, porque en justicia sólo se podría hacer daño al otro en la misma medida en que me haya hecho daño a mí. De ahí lo del ‘ojo por ojo y diente por diente’. Pero Jesús quiere romper totalmente esa espiral de venganza justiciera y de violencia, poniéndonos en camino de otras actitudes de misericordia, compasión y perdón, nacidas de un amor verdadero.

‘Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen…’ No cabe en el camino del Reino el odio y el rechazo del otro porque no sea del grupo de los amigos o de los que piensen o actúen como yo. El amor ha de tener una categoría universal y nadie puede quedar excluído. Y si aún te cuesta amar al otro cuando le has puesto nombre y puede resultar ser un enemigo o contrincante, reza por él. Cuando se sea capaz de rezar por el otro aunque no sea de mis amigos, o incluso de mis enemigos, ya estaré comenzando a ponerle en mi corazón y al final terminaré amándole. Claro que cuando entramos en estas categorías del amor se están comenzando a desaparecer las listas de los considerados como enemigos, porque a quien se ama nunca se le podrá ya considerar como un enemigo.

Y es que hay una razón muy poderosa. Esas personas están en el corazón de Dios, son amados de Dios, porque Dios ama a todos, ¿por qué no les voy a amar yo también? Intentemos, pues, irlos poniendo en nuestro corazón, en nuestras entrañas, siendo capaces de ponerles en nuestra oración, y así llegaremos amar también entrañablemente como nos ama Dios. ‘Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos’.

Son las sublimidades del amor cristiano, de un amor al estilo del amor de Jesús. Es así el amor que Dios nos tiene. Es así la ternura de Dios, de un Dios que nos ama desde lo más hondo de sus entrañas, nos ama entrañablemente. ‘El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas… como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles’. Así hemos rezado en el salmo. Que no sean solo unas palabras que hayamos dicho, sino que sea algo que tengamos bien anclado en nuestra vida.

Es lo que recordamos al principio y nos decía Jesús. ‘¿Qué hacéis de extraordinario? ¿Qué premio tendréis si solo amáis a los que os aman…’ De ahí esa invitación de Jesús que nos hace entrar en un camino de mayor perfección y santidad, que es entrar en un camino de mayor amor, de más misericordia y compasión. ‘Seréis santos, porque yo, el Señor, soy santo… y no odiarás sino amarás, no guardarás rencor sino que al menos amarás a tu hermano como a ti mismo’, como decía el Levítico.

Aunque Jesús, cuando nos propone ese camino de perfección como la del Padre del cielo, nos llegará a decir que tenemos que amar como El nos ha amado. Y entonces sí entenderemos toda esa sublimidad del amor que nos pide Jesús. Es que no vamos a hacer otra cosa que amar con su amor. Será su Espíritu en nosotros quien nos dé fuerza y haga posible en nosotros un amor así