lunes, 21 de febrero de 2011

Subamos al monte de la oración y crecerá nuestra fe


Eclesiástico, 1, 1-10;

Sal. 92;

Mc. 9, 13-28

Al bajar del monte de la transfiguración – recordemos el relato del pasado sábado – se encuentra Jesús con un gran revuelo porque un hombre ha traido a su hijo poseido por un espíritu inmundo y los discípulos que habían quedado allí al pie del monte no habían podido hacer nada. ‘He pedido a tus discípulos que lo echen y no han sido capaces’.

Esto provoca una reacción de Jesús pero que, podríamos decir, va a ser el eje de todo el relato que sigue con la curación de aquel muchacho. Es el tema de la fe. ¿Por qué no habían podido realizar aquella curación? Jesús al final nos dirá lo que es necesario para poder realizar ese milagro de la expulsión de aquel demonio. Pero ya aparece el tema de la fe de los discípulos, de cuántos siguen a Jesús, y podríamos decir que también de nuestra fe.

Primero la reacción de Jesús. ‘¡Gente sin fe!’, exclama Jesús como una queja. ‘¿Hasta cuando estaré con vosotros? ¿Hasta cuando os tendré que soportar?’ Es necesaria nuestra fe en Jesús. En El hemos de poner toda nuestra confianza y todas nuestras seguridades. Somos sus discípulos por la fe que tenemos en El y por eso queremos seguirle. Una fe firme, sin resquicios, sin desconfianzas, sin oscuridades. Apoyados en Jesús podremos sentirnos firmes y seguros. Apoyados en Jesús podremos realizar nuestro camino. Apoyados en Jesús podremos también realizar maravillas.

El diálogo que se establece entre aquel padre lleno de dolor por la situación de su hijo y Jesús prosigue. ‘Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos’. A lo que Jesús replicará: ‘¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe’. Ahí está la afirmación rotunda de Jesús. Y surgirá el grito de aquel hombre. ‘Tengo fe, pero dudo, ayúdame’. Cree, duda, pero es capaz de pedir ayuda. Cree, pero aún siguen tinieblas en los ojos de su corazón, pero busca la luz. Cree, quiere creer, pero a veces se le hace difícil cuando se pasa por situaciones desesperadas, y pide que se le ayude a hacer crecer su fe.

Es necesario tener fe, decíamos antes, y tener una fe firme y segura. Pero ya sabemos, nos pasa como a aquel hombre; muchas veces la vida se nos llena de tinieblas, de dudas, contratiempos, momentos difíciles de desesperación. Nos vemos en muchas ocasiones zarandeados como si estuviéramos en medio de una tempestad. Pero tenemos que saber gritar a Jesús para que venga en nuestra ayuda, para que se disipen las dudas y tinieblas. Tenemos que agarrarnos fuertes de la mano de Jesús, porque en El nos vamos a sentir seguros. ‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’.

Una súplica con confianza. Una súplica humilde. Una súplica en la que tenemos que poner amor. Una súplica que nos llevará a la luz. Así tenemos que pedir al Señor. Así tenemos que acudir a El. Y crecerá nuestra fe; y nos sentiremos seguros; y Dios realizará maravillas en nosotros. Se nos abrirán bien los ojos para verlo. Será una súplica, pero al mismo tiempo una acción de gracias.

‘¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?’ será la pregunta de los discípulos cuando lleguen a casa. ‘Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno’. Será necesaria la oración que nos de fortaleza y seguridad. Será la oración en la que podremos descubrir y contemplar los resplandores de Dios. Será la oración que nos hará crecer en nuestra fe. Será la oración con la que al final también nosotros podemos hacer maravillas. Recordemos que Jesús bajaba del monte a donde había ido a orar con tres de sus discípulos cuando la transfiguración. Subamos al monte de la oración y crecerá nuestra fe.

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