lunes, 26 de diciembre de 2011



Hechos, 6, 8-10; 7, 54-57;
 Sal. 30;
 Mt. 10, 17-22
A primera vista podría parecer un contrasentido cuando estamos viviendo las alegrías de las fiestas de la Navidad del Señor el que dentro de toda la solemnidad de la Octava en el primer día que sigue a la Navidad celebremos la fiesta de un martirio. Pero todo tiene su sentido y, podríamos decir, que esta celebración del martirio de san Esteban no merma la alegría de la solemnidad de la octava de la Navidad. Nos puede ayudar a descubrir muchas cosas en torno a las exigencias de nuestro seguimiento de Jesús.
Merece ocupar este primer lugar en las celebraciones navideñas porque es el protomártir, el primer mártir que derramó su sangre en el martirio por el nombre de Jesús. Uno de los siete diáconos escogidos en aquella primera comunidad de Jerusalén, hombres escogidos de buena reputación, llenos de Espíritu santo y sabiduría para el servicio de la comunidad sobre todo en la atención a los huérfanos y a las viudas; pronto impulsado por ese mismo Espíritu le veremos enfrentarse a todos en el anuncio del Evangelio con gran espíritu de sabiduría, de manera que no podían resistirle lo que le llevaría a ser conducido ante el Sanedrín y como hemos escuchado hasta el martirio. Es el testimonio del amor el que nos ofrece en el cumplimiento de la misión para la que había sido elegido, pero es el testimonio que con su palabra y su vida dará hasta el límite glorioso del martirio.
La fe que confesamos en ese Niño recién nacido que contemplamos en Belén estos días tiene que llevarnos al testimonio valiente de que sólo en Cristo alcanzamos la vida y la salvación. Testimonio con nuestra palabra, y con nuestras obras. Ese niño que contemplamos en brazos de María o recostado en el pesebre es el Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación. Es el Jesús, Mesías salvador y redentor a quien queremos seguir y de cuya salvación queremos hacernos partícipes recibiendo su gracia salvadora. Es el Jesús que veremos entregarse hasta el final en la prueba más sublime del amor que es dar la vida por nosotros. Es el Jesús que nos anuncia el Reino de Dios y que lo constituye con su sangre derramada en la Cruz. Es el Jesús por el que estaríamos dispuestos a darlo todo, si fuera necesario también nuestra vida.
Es lo que nos está enseñando el martirio de san Esteban en este primer día de Navidad. Queremos seguir a ese Jesús y de El recibimos también la misión del servicio y del amor, la misión del anuncio del Evangelio y del testimonio valiente con toda nuestra vida. Y sabemos que podríamos poner en peligro nuestra vida porque por Jesús la podemos perder pero que eso será ganarla realmente, como el mismo Jesús nos enseñará en el evangelio. ‘El que pierda su vida por mi la ganará para la vida eterna’.
El testimonio del martirio de san Esteban nos está recordando un camino que nosotros hemos de seguir, una entrega que hemos de vivir en nuestra vida, un amor que tenemos que repartir, un mensaje que hemos de trasmitir siendo anunciadores de evangelio, evangelizadores con nuestra palabra y con el testimonio de nuestra vida.
Una tarea en la que no estamos solos, porque siempre estaremos asistidos por la fuerza y la presencia del Espíritu Santo. Hoy el texto sagrado nos lo repite continuamente. ‘Esteban, lleno del Espíritu Santo…’ se nos dice. Y Jesús nos había prometido, como escuchamos en el evangelio que ‘cuando os arresten, no os preocupéis por lo que vais a decir o de cómo lo diréis… no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros’.
No es contradictorio que celebramos esta fiesta en medio de las celebraciones de navidad, porque nos está recordando ya desde el primer momento que nos encontramos con Jesús cuál de de ser nuestra misión, cuál nuestra tarea, y hasta donde ha de llevarnos el testimonio que demos por Jesús. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario