viernes, 30 de diciembre de 2011


Fiesta de la Sagrada Familia

Gén. 15, 1-6; 21, 1-13
; Sal. 104;
 Hb. 11, 8.11-2.17-19;
 L. 2, 22-40
‘Se volvieron a su ciudad de Nazaret’, nos dice el evangelista, después de cumplir todo lo que prescribía la ley del Señor. Es el texto que la liturgia nos ofrece en este día en que estamos celebrando la fiesta de la Sagrada Familia. Habitualmente se celebra el domingo siguiente a la Navidad, pero al coincidir domingo este año, el siguiente domingo con la Octava de la Navidad y la Solemnidad de María, la Madre de Dios, es por lo que esta fiesta de la Sagrada Familia celebra en este día del 30 de Diciembre.
Contemplando el hogar santo de Nazaret nos viene bien celebrar este jornada y reflexionar sobre la familia tomando como modelo aquella Sagrada Familia de Nazaret de Jesús, José y María.  Celebramos, reflexionamos y oramos. Nos gozamos en nuestras familias en las que hemos nacido y nos hemos desarrollado humana y cristianamente como personas y como creyentes en Jesús. Damos gracias a Dios por esa familia en la que vivimos o a la que hemos pertenecido o hemos formado, reconociendo también cuánto de Dios hemos recibido por su medio.
Y oramos por las familias, por todas las familias que también se ven tan amenazadas con tantos peligros. Pedimos al Señor su bendición sobre las familias, como diremos en la bendición del año nuevo, que vuelve su rostro sobre nuestras familias y nos conceda su favor, su paz, su amor, su gracia.
Riqueza maravillosa de la familia que no podemos permitir que sea destruida. Verdadero patrimonio de la humanidad que hemos de saber conservar. Necesitamos verdaderas familias, auténticos hogares que sean lugar de encuentro y de amor, lugar de crecimiento y maduración, auténtica base del desarrollo del hombre, del bien de la humanidad, de la paz para nuestro mundo.
En el caldo amoroso y al calor del amor de la familia tenemos todos los ingredientes para ese desarrollo y crecimiento de nuestra vida, de nuestra persona. Al calor del amor podemos desarrollando lo mejor de nosotros mismos; allí aprendemos a querernos y respetarnos, a aceptarnos y perdonarnos, a ser felices desde los pequeños detalles que tenemos los unos con los otros y desde esa ayuda desinteresada que busca siempre el bien del otro. Ahí, sabremos vencernos a nosotros mismos para lograr la mejor armonía y convivencia y nos damos cuenta que lo que nos hace felices es el bien que hacemos a los demás. Auténtico caldo de cultivo de la paz para todos.
Alguien podría decirme que son palabras hermosas, pero utópicas, si miramos la realidad de lo que es la vida. Partiendo precisamente de la realidad de la vida en su lado mas hermoso me atrevo a decir todo esto, aunque veamos familias rotas y destrozadas porque no hayamso dejado entrar el verdadero amor o no lo hayamos cuidado lo suficiente. Es cierto que el mal del egoísmo y de los orgullos se nos meten muchas veces en el corazón y destrozan las cosas más bellas. Pero es que cuando contemplamos la realidad de la familia hemos de saber descubrir su lado más trascendente y que precisamente desde amor fuertemente vivido nos hace descubrir a Dios, volvernos a Dios, encontrar a Dios en nuestra vida.
Un autentico hogar lleno de amor siempre nos abrirá a la trascendencia, y es en el hogar y en la familia donde aprendemos a abrirnos a Dios. La familia es no solo ese lugar de encuentro de los miembros de la familia entre si, sino el lugar donde podemos realizar, donde aprendemos a realizar un encuentro un encuentro vivo y profundo con Dios.
Los cristianos llamamos a la familia verdadera Iglesia doméstica. Es ahí donde aprendemos a conocer a Dios, donde aprendemos a relacionarnos con El, donde aprendemos de la manera más plástica y práctica todo lo que es ese amor de entrega total que nos enseña Jesús en el Evangelio. Alli nuestros padres nos hablaron de Dios por primera vez y nos enseñaron a hablar con Dios con las primeras oraciones aprendidas. De su mano nos llevaron a la práctica de las devociones religiosas y a la vivencia del culto litúrgico. Nos enseñaron el santo nombre de Jesús y el dulce nombre de María nuestra madre.
La familia es escuela de encuentro con Dios y escuela de aprendizaje de los más altos valores cristianos que arrancan desde el amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús y que aprendemos a vivir en todo lo que es la relación familiar entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos y entre todos los miembros de la familia.
Pero es además que ahí en la familia aprendemos que todo eso no lo realizamos por nosotros mismos y si queremos vivir toda aquella maravilla que es la familia y el hogar lo podemos hacer con la fuerza y la gracia del Señor. Por eso el amor matrimonial se convierte en sacramento de Dios, en signo cierto y santo de lo que es la presencia de Jesús junto a nosotros que con su gracia nos fortalece, nos ayuda, nos previene frente a tantos peligros como pueden atentar contra la santidad del matrimonio, de la familia y de un hogar cristiano. Es lo que llamamos la gracia del sacramento.
Hoy a la sombra de la Sagrada Familia de Nazaret, cuando contemplamos al Hijo de Dios que al encarnarse lo ha querido hacer siendo miembro de una familia, siendo parte de un hogar humano, reflexionamos sobre todo ello y queremos pedir al Señor que derrame su bendición sobre nuestras familias, sobre nuestros hogares. Que vuelva su rostro amoroso sobre aquellas familias que se encuentran en mayores dificultades para que les fortalezca con su gracia. Que vuelva su rostro sobre nosotros y nos enriquezca con su amor.

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