martes, 15 de noviembre de 2011

Dos miradas que se entrecruzan, Zaqueo y Jesús



2Macb. 6, 18-31;

Sal. 3;

Lc. 19, 1-10

Dos miradas que se entrecruzan. La mirada de un pecador que está buscando aunque no sabe bien qué, y la mirada del Salvador que viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Ya conocemos bien quien era Zaqueo, un publicano, un recaudador de impuestos, un hombre pecador y un hombre despreciado por sus coetáneos. Pero quería ver a Jesús. No sabe bien lo que busca, pero va de un lado para otro, había mucha gente, era bajo de estatura, la gente no le abre sitio. No le queda mas remedio que irse más adelante y subirse a una higuera. Desde allí tras las hojas podrá verlo pasar. Pero es la imagen del que está buscando. Es bien significativo.

Pero allí está el Buen Pastor que busca la oveja perdida, aunque sea por profundos barrancos o por áridas estepas, allá donde se haya escondido o perdido aunque sea tras las hojas de una higuera. Y será Jesús el que se detenga y haga la invitación. ‘Jesús, al llegar a aquel sitio levantó los ojos’, dice el evangelista. Y ahí están las miradas que se cruzan. Y la mirada de Jesús nunca nos dejará insensibles o indiferentes.

‘Zaqueo, baja enseguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa’. Buscamos a Jesús, pero es Él quien va a tomar la iniciativa más importante. ‘Quiero alojarme en tu casa’, quiere venir a nuestra casa, a nuestra vida. Aunque quiere contar con nosotros. también hemos de poner parte en esa búsqueda porque siempre el Señor respeta nuestra libertad.

Por eso decíamos antes que era bien significativo todo lo que hizo Zaqueo en su deseo de ver a Jesús, aunque solo fuera por curiosidad. Porque tendríamos que reconocer que aquello le costó lo suyo. Todo eran dificultades por el desprecio de la gente, y los que le rodeaban no le daban facilidades. Tendrá que correr más adelante para ingeniárselas subiéndose a la higuera, ya que además su estatura tampoco le ayudaba. Pero, diríamos, que fue constante en su búsqueda.

Y el Señor le estaba esperando; mejor aún, el Señor le iba conduciendo en esa búsqueda porque el Señor va moviendo nuestro corazón, inspirándonos buenos deseos que algunas veces parece que no sabemos de donde nos salen, pero hemos de reconocer que es la gracia del Señor. hemos de saber dejarnos conducir por el Señor, que nos ama y nos busca siempre.

‘Hoy ha sido la salvación de esta casa’, terminará diciendo Jesús, cuando al final Zaqueo depués que se haya visto mirado en lo más hondo por Jesús decida cambiar totalmente su vida. Pero la mirada de Jesús le llevó a la paz, a la paz más verdadera porque le hizo encontrar con la misericordia de Dios, aunque él se sentía muy pecador.

La mirada de Jesús nos penetra profundamente pero nos llena de luz. Una luz que nos hace ver y reconocer nuestra realidad pecadora, como le pasó a Zaqueo, pero una mirada de luz que nos hace mirar a donde está la luz más pura y más misericordiosa que es la luz y la mirada de Dios.

Es la mirada de gracia que nos hace bajarnos de las higueras en las que nos hemos subido, refugiándonos quizá porque nos cuesta reconocer nuestro mal. Podemos encerrarnos en nosotros mismos o aislarnos por nuestros orgullos y egoísmos, o por nuestras ambiciones comno le pasaba a Zaqueo. Muchas veces podemos haber vivido quizá lejos del Señor, con una religiosidad pobre, o nos habremos visto envueltos por malas costumbres en nuestra vida, pero mira por donde el Señor nos ha ido llamando, nos ha ido trayendo a sus caminos porque El siempre quiere llenarnos de su gracia, manifestarnos lo misericordia grande y entrañable de Dios.

Escuchemos la invitación del Señor que quiere alojarse en su casa, como le dice Jesús a Zaqueo, y bien sabemos lo que en otros momentos del Evangelio nos dice Jesús que quiere habitar en nuestro corazón. Que con la Palabra de Dios que llega nosotros llegue la salvación a nuestra vida.

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