viernes, 4 de noviembre de 2011

Busquemos y afanémonos por lo que verdaderamente es importante


Rom. 15, 14-21;

Sal.97;

Lc. 16, 1-8

¿Cuáles son las cosas verdaderamente importantes para nosotros en las que ponemos más empeño, atención y esfuerzo? A veces no tenemos clara la verdadera escala de valores que tendríamos que hacer en nuestra vida para darle mayor importancia a lo que en verdad lo tiene.

Es cierto que vivimos rodeados de cosas materiales que vamos utilizando en el dia a día de nuestra vida, porque son necesidades, o son cosas de las que nos valemos en nuestra relación con los demás o incluso para nuestro propio sustento. Pero bien sabemos que no todo se puede quedar en lo material, o en lo que puedan ser nuestras ganancias sino que tenemos que saber descubrir otros valores que den un sentido hondo a nuestra vida.

No siempre es fácil. Y es ahí donde nos preguntamos cuáles son las cosas realmente importantes para nosotros en la vida. Ojalá supiéramos poner el mayor esfuerzo en lo que realmente vale, sepamos descubrir valores espirituales que enriquecen nuestra vida. Y ojalá supiéramos valorar nuestra fe, nuestra vida espiritual, nuestra vida cristiana y en ello pusieramos mayor empeño.

Creo que en todo esto nos puede hacer pensar la parábola que escuchamos en el evangelio. Realmente nos presenta unas situaciones injustas, porque por una parte aparece la mala administración que había llevado aquel hombre de los bienes que se le habían confiado, y la actuación que hace al final para cubrirse las espaldas no podemos decir que sea un actuar justo y honrado.

La clave nos la dan las palabras finales de la parábola. ‘El amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido…’ Y sentencia Jesús como broche final: ‘Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz’. Ya lo define como un administrador injusto, luego su forma de proceder no era justa y por supuesto no es un buen ejemplo para nuestro actuar. Pero si lo alaba el amo es por la astucia.

¿Nos afanamos nosotros así por las cosas de Dios? ¿Nos preocupamos de verdad de nuestra fe, de cuidarla y alimentarla para que se mantenga viva cualquiera que sea la situación en la que vivamos? ¿Buscamos con ahinco los verdaderos valores que enriquezcan de verdad nuestra vida?

Frases como que los negocios son los negocios, y entonces podemos hacer lo que sea para salir adelante prescindiendo de toda ética y moralidad, las escuchamos con frecuencia. Otras veces hablamos de que primera está la obligación que la devoción, como para dejar a un segundo término todo lo que se refiera a nuestra relación con Dios, son cosas que escuchamos o decimos con frecuencia. Y así podríamos pensar en muchas cosas en ese sentido, donde hemos perdido la verdadera escala de valores de nuestra vida.

Los que estamos aquí viviendo esta Eucaristía nos decimos creyentes; por fe hemos venido al encuentro con el Señor en nuestra celebración para escuchar su Palabra y alimentarnos con la fuerza de su gracia que nos regala en la Eucaristía. Cuidemos, pues, nuestra fe. Vivámosla con toda intensidad. Tratemos de alimentarla con la gracia del Señor y en la escucha de la Palabra de Dios. Cultivemos de verdad nuestra vida cristiana.

Tenemos una riqueza grande en la posibilidad que se nos ofrece cada día de escuchar la Palabra de Dios y celebrar la Eucaristía. Que en verdad nuestra celebración, nuestra oración, nuestra fe la pongamos como verdedero centro de nuestra vida, como verdadero motor de todo lo que hacemos y vivimos. Y desde la luz de la Palabra de Dios que escuchamos y con la fuerza del Señor que recibimos en la Eucaristía tratemos de empapar toda nuestra vida del sentido de Dios.

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