jueves, 20 de octubre de 2011

He venido a prender fuego en el mundo…


Rom. 6, 19-23;

Sal. 1;

Lc. 12, 49-53

Cuando esperamos algun acontecimiento o sabemos que algo importante va a suceder y que puede tener influencia en algun sentido en nuestra vida, en nosotros o en otras personas, andamos inquietos y ansiosos quizá en la incertidumbre del momento que no sabemos cuando, o por las repercusiones que eso que está por suceder va a tener para nosotros o para los demás. Inquietos y con preocupación están estos días nuestros vecinos de la isla del Hierro ante los acontecimientos vulcanológicos que allí se están sucediendo, por poner un ejemplo. O es la inquietud del niño en la víspera del día de Reyes por los regalos que le puedan o no traer los Reyes Magos. O es la ansiedad del enamorado/a cuando va a declarar su amor y no está muy seguro de la respuesta que va a obtener de su amado/a.

Las palabras que hemos escuchado a Jesús hoy en el evangelio son palabras que siempre nos desconciertan en una primera escucha. Pero tendríamos que reconocer que nos están expresando el ansia del corazón de Cristo consciente de la misión a la que ha venido y de todo lo que está por suceder.

‘He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!’, comienza diciéndonos. Es algo grande y maravilloso lo que Jesús nos ofrece. Es el Hijo de Dios que se ha encarnado entre nosotros para hacernos llegar la salvación de Dios, para que en verdad se instaure el Reino de Dios en la vida de los hombres. Fuego que quiere Jesús prender en el mundo y que quiere en verdad que arda porque todos alcancemos esa salvación, porque en verdad se realice esa transformación del corazón de los hombres y de todo nuestro mundo.

Consciente del camino que está haciendo, de la Buena Nueva que nos está proclamando está viendo también la respuesta de los hombres. No arde el corazón de todos los hombres de la misma manera y sabe que eso le lleva a un camino de pasión y muerte. ‘Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!’, exclama Jesús.

Sabemos bien cuál es el sentido de esta palabra, bautismo. Se había sometido al bautismo de Juan pero aquello sólo era una señal y anuncio, porque el verdadero bautismo era su pascua, era su pasión y muerte, con la que en verdad nos traería el perdón de los pecados.

El es el Cordero que se ha de inmolar para quitar el pecado del mundo. Juan así lo había señalado pero ahora vendría la pasión y la muerte redentora. Cuando llegase ese momento exclamaría también, ‘triste está mi alma hasta la muerte… Padre, si es posible que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya’. Es lo que ahora está expresando Jesús también en el ansia y ardor de su corazón.

Pero sabe también que es un signo de contradicción. Así lo había señalado el anciano Simeón a su madre allá en el templo cuando la presentación. ‘Este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será bandera discutida, signo de contradicción, y a ti misma, le dirá a María, una espada te atravesará el alma; así quedarán al descubierto las intenciones de todos’. Es lo que ahora está Jesús diciendo: ‘¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante una familia estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos…’

Ante Jesús hay que decantarse y muchos lo harán. No todos van a seguirle de la misma manera. A lo largo del evangelio lo vemos, cómo mientras unos lo aclaman otras tramarán para quitarle la vida. Unos exclamarán ‘Hosanna al Hijo de David’, en la entrada en Jerusalén y otros gritarán ‘fuera, fuera, crucificale’, ante el pretorio de Pilatos. Pero eso sigue sucediendo en el día a día de los discípulos de Jesús, ha sido el camino de la Iglesia y el camino de la historia desde que Jesús se ha convertido en verdad en el centro de la historia y del mundo. Historias de persecusiones, de enfrentamientos, de muerte incluso entre hermanos a causa de Jesús.

¿Significa eso que Jesús no ha venido a traer la paz? Fue lo que anunciaron los ángeles en su nacimiento para los hombres de buena voluntad que son amados del Señor. Y será el regalo de pascua que nos haga Jesús cuando en verdad nos sintamos redimidos y salvados. Pero antes también nosotros hemos de pasar por un bautismo como Jesús. Y vienen los tiempos de la pasión, de la incomprensión y de la muerte. Pero sabemos que la victoria final de la paz de Cristo está asegurada. ‘No temáis, yo he vencido al mundo’, nos dirá.

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