sábado, 3 de septiembre de 2011

Cimentados y estables en la fe e inamovibles en la esperanza


Col. 1, 21-23;

Sal. 53;

Lc. 6, 1-5

‘La condición es que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza que escuchásteis en el evangelio’, nos decía el apóstol en la carta a los Colosenses.

Qué gozo más grande se siente en el alma cuando la fe impregna y guía totalmente nuestra vida. Es desde la fe desde donde podemos vislumbrar y descubrir las maravillas del amor de Dios y cuando conocemos con hondura todo lo que es ese misterio de amor al mismo tiempo nuestra fe crecerá más y más y nos hará sentirnos cada día más dichosos. Sentirnos amados por Dios, vivir esa experiencia de su amor hace que nuestra vida sea diferente, la podamos vivir en mayor plenitud y hemos de reconocer que nos hace las personas más felices del mundo.

Aunque reconozcamos que quizá no somos tan buenos como deberíamos, o aunque muchas veces los problemas de cualquier tipo nos abrumen en nuestra fe en el Señor nos sentimos seguros, porque nos sentimos amados, nos sentimos perdonados, y sentimos que no nos faltará fuerza del Señor para afrontar esos problemas o dificultades que tengamos en la vida.

‘Antes también vosotros estábais alejados de Dios y considerados como enemigos por las malas obras, pero ahora en cambio, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo habésis sido reconciliados y Dios os tiene como un pueblo santo sin mancha y sin reproche…’

¿No es esto un motivo de gozo de lo más profundo en el alma? Nos sentimos amados, entramos a formar parte de su pueblo santo y sabemos que no nos faltará la gracia y la fortaleza del Señor. Por eso pedía el apóstol, como recordábamos al principio de esta reflexión que ‘la condición es que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza que escuchásteis en el evangelio’.

En este sentido podemos recordar lo que el Papa les decía a los jóvenes en la pasada Jornada Mundial de la Juventud en Madrid donde les decía por ejemplo que ‘las Palabras de Jesús en cambio, han de llegar al corazón, arraigar en él y fraguar toda la vida… escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros «espíritu y vida» (Jn 6,63), raíces que alimentan vuestro ser, pautas de conducta que nos asemejen a la persona de Cristo, siendo pobres de espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, amantes de la paz’.

Por eso les invitaba a aprovechar ‘estos días para conocer mejor a Cristo y cercioraros de que, enraizados en Él, vuestro entusiasmo y alegría, vuestros deseos de ir a más, de llegar a lo más alto, hasta Dios, tienen siempre futuro cierto, porque la vida en plenitud ya se ha aposentado dentro de vuestro ser… Hacedla crecer con la gracia divina, les decía, generosamente y sin mediocridad, planteándoos seriamente la meta de la santidad. Y, ante nuestras flaquezas, que a veces abruman, contamos también con la misericordia del Señor, siempre dispuesto a darnos de nuevo la mano y que nos ofrece el perdón…’

Les decía también en este mismo sentido:sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados, dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás’.

Creo que estas palabras del Papa que recordamos a todos nos vienen bien. Fijémonos cómo nos dice que cuando hemos fundamentado de verdad nuestra vida en Cristo desde la que tenemos en El seremos bienaventurados, dichosos y con esa alegría contagiaremos a los demás, como ya antes reflexionábamos.

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