viernes, 5 de agosto de 2011

María, verdadero templo en que se encarnó la Palabra de Dios



Gál. 4, 4-7;

Sal. 112;

Lc. 11, 27-28

Esta fiesta del 5 de agosto tiene un profundo sentido mariano. Litúrgicamente es la Dedicación de la Basílica romana de Santa María, la Mayor, una de las cuatro basílicas mayores de la ciudad de Roma. Esta basílica levantada en el monte Aquilino de Roma fue erigida inmediatamente después del Concilio de Efeso en el que María fue proclamada Madre de Dios; es el primer templo del occidente cristiano dedidado a la Santísima Virgen María.

Pero es también una fiesta de la Virgen con gran sabor popular en su advocación de la Virgen de las Nieves, como se celebra en muchos lugares, y nosotros los canarios destacamos que con esa advocación es venerada como patrona de la isla de La Palma, aunque muchos otros templos en nuestras islas están levantados en honor de María con esta advocación de Virgen de las Nieves.

Como en todas las fiestas de la Virgen nos alegramos con ella y la festejamos, porque es lo que siempre hacen los buenos hijos con la madre. Así la amamos desde que Jesús nos la dejara como Madre al pie de la cruz y en todo momento queremos mostrarle nuestro amor queriendo copiar de ella su santidad con la que demos siempre gloria al Señor. Si la contemplamos como la Virgen de las Nieves no lo hacemos sólo por las circunstancias con las que se designó aquel lugar romano donde se había de levantar ese templo a María, apareciendo en pleno agosto romano cubierto de nieve aquel lugar, sino que en esa blancura de la nieve queremos ver la pureza, la santidad con la que María resplandecía y queremos copiar en nuestra vida.

A ella queremos pedirle que tengamos un corazón puro y limpio de toda maldad y de todo pecado; a ella como madre le pedimos que interceda por nosotros que somos pecadores para que nos alcance del Señor esa gracia que nos purifica, esa gracia que nos fortalece en nuestra lucha contra el pecado para vencer siempre en toda tentación.

Y en las circunstancias u ocasión de esta fiesta de Dedicación de esta Basílica en honor de María, la Basílica de Santa María la Mayor queremos contemplar a María como ese templo de Dios, donde de manera Dios quiso morar al encarnarse en sus entrañas para hacerse así Emmanuel, Dios con nosotros. Si decimos que un templo es un lugar sagrado donde sentimos de manera especial esa presencia de Dios, donde nos congregamos para darle culto al Señor, escuchar su Palabra y alimentarnos de su gracia en los sacramentos, ¿qué podemos decir de María en la que Dios quiso de esa manera maravillosa habitar?

María, templo de Dios, que nos ayuda como Madre a encontrarnos con Dios, a sentir la presencia maravillosa de Dios. Ella nos conduce siempre hasta Cristo porque siempre nos está diciendo que hagamos lo que El nos dice. María, templo de Dios, que se convierte asi para nosotros en palabra viva de Dios; en ella se había encarnado el Verbo de Dios, la Palabra eterna de Dios para hacerse hombre, pero ella así había abierto su corazón a la Palabra que de tal manera la plantaba en su vida y daba frutos de santidad. María nos enseña, pues, como nadie sabe hacerlo, cómo hemos de escuchar, de plantar en nuestro corazón la Palabra de Dios. ‘Hágase en mí según tu palabra’, le dijo al ángel, porque ‘aquí está la esclava del Señor’.

Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la plantan en su corazón’, nos dirá Jesús como un eco a aquellas alabanzas que en honor de María cantaba aquella mujer anónima en medio del pueblo. Pero también Jesús nos dirá cuando le dicen que su madre y sus hermanos están allí esperándole, que quienes escuchan la Palabra y la ponen en práctica esos son su madre, y su hermano, y su hermana.

Ojalá alcancemos nosotros también esa bienaventuranza de Jesús porque así escuchemos su Palabra y la pongamos en práctica. Ojalá así nosotros nos convirtamos en esos templos de Dios – ya lo somos desde nuestra consagración bautismal como tantas veces hemos recordado – que por nuestra manera de escuchar la Palabra y vivirla nos convirtamos en signos para los demás de esa presencia del Señor en medio de nosotros.

Que María, Madre de las Nieves, interceda por nosotros para que alcancemos esa gracia, para que vivamos esa pureza y esa santidad, para que así convertidos en signos de Dios atraigamos a los demás a los caminos del Señor.

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