lunes, 22 de agosto de 2011

María, eres nuestra Reina de amor


María, eres nuestra Reina de amor

¿Quién no ha escuchado a un enamorado piropear a su amada llamándola su reina? ¿no hemos escuchado a un hijo derritiéndose en la ternura y el cariño del amor filial llamar a su madre su reina? ¿Por qué entonces no podemos llamar nuestra reina a nuestra amada madre del cielo la Virgen María?

Como una culminación de la fiesta de la Asunción de María y su glorificación en el cielo, a los ocho días, celebrando de alguna manera su octava, la Iglesia quiere que hagamos memoria hoy de María llamándola también Reina. Son los efluvios de amor de un hijo enamorado de la madre que la exalta y la eleva y la pone por encima de todo. ¡Qué no hará un buen hijo por su madre! La queremos hoy llamar nuestra Reina y así normalmente en la tradición cristiana queremos tener siempre las imágenes de la Virgen con corona real.

‘El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).

Juan Pablo II, el 23 de julio del 1997, habló sobre la Virgen como Reina del universo. Recordó que "a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el Concilio de Efeso proclama a la Virgen 'Madre de Dios', se comienza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este ulterior reconocimiento de su dignidad excelsa, quiere situarla por encima de todas las criaturas, exaltando su papel y su importancia en la vida de cada persona y del mundo entero".

El Santo Padre explicó que "el título de Reina no sustituye al de Madre: su realeza sigue siendo un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le ha sido conferido para llevar a cabo esta misión. (...) Los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto aumenta su abandono filial en Aquella que es madre en el orden de la gracia".

"La Asunción favorece la plena comunión de María no sólo con Cristo, sino con cada uno de nosotros. Ella está junto a nosotros porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro cotidiano itinerario terreno. (...). Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida"’.

Algunas veces nos puede chocar en nuestro espíritu el contemplar a María en sus imágenes adornada de ricos ropajes y coronas. Podríamos pensar que no nos termina de convencer el contemplar a la que se llamó a sí misma la humilde esclava del Señor con esos signos de esplendor y coronándola como reina. Por una parte es la devoción y el amor de los hijos para con la madre que algunas veces nos puede hacer que nos excedamos en esos signos externos con que acompañamos nuestro cariño de hijos y que quizá tendríamos que cuidar. Claro que siempre queremos poner como la más bella a la madre amada y así queremos hacerlo con la Virgen María.

Pero en verdad que podemos llamarla nuestra reina y vestirla como tal, siguiendo incluso el espíritu del Evangelio. Jesús nos dice que serán grandes, importantes, los primeros en su reino los que se hagan los últimos, los que se hagan servidores y esclavos de los demás. ¿Qué es lo que hizo María? Ya vemos como se llama a sí misma la humilde esclava del Señor y siempre estará con sus ojos bien abiertos y sus pies dispuestos a caminar para ir allá donde se la necesite, donde pueda prestar su servicio de amor. Es grande María, importante, la primera en el Reino de los cielos desde su amor y desde su entrega. Con razón en nuestro amor la queremos contemplar como una reina y así hoy la celebramos.

Claro que todo este amor tendría que llevarnos a que cada día imitemos más a María, copiemos en nosotros su santidad, su entrega, su amor, su espíritu de servicio. Es el mejor regalo, el más precioso que le podamos ofrecer; es la verdadera corona de Reina con que podemos coronarla.

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