domingo, 7 de agosto de 2011

Donde todo nos pueda parecer borrascoso allí está el Señor


1Reyes, 19, 9.11-13;

Sal. 84;

Rm. 9, 1-5;

Mt. 14, 22-33

Se habían ido a un sitio apartado y tranquilo. Se las prometían felices, como se suele decir. Iban a estar con Jesús sólo los discípulos más cercanos. Pero al llegar se encontraron un gentío grande. Y como siempre había aflorado el corazón lleno de ternura y de misericordia de Jesús. Había comenzado por curar a los enfermos que le traían y terminó multiplicando el pan para que todos comieran.

Ahora había enviado a los discípulos en barca de nuevo a la otra orilla mientras El despedía a la gente. Por allá andaban ya queriéndolo hacer rey. Pero se había ido a la montaña a solas para orar. Un gesto que vemos repetidas veces en el evangelio. Se va a orar en la noche con el Padre y de madrugada lo encuentran en descampado, se lleva a algunos de sus discípulos para que participen en su oración como en el Tabor, o los lleva para en una intimidad grande instruirlos y cada día lo vayan conociendo más y creyendo más en El. Ahora se había ido a solas. ¡Qué lecciones nos da! Era su alimento como hacer la voluntad del Padre, según había dicho en otra ocasión.

A la montaña y al desierto se había ido Elías, como escuchamos en la primera lectura. ¿Buscaba a Dios? ¿Quería fortaleza y consuelo? Más bien quería que Dios le quitara la vida. Quería morir. Era el único profeta en Israel y todo se volvía en su contra. ¿Quería un milagro extraordinario que le confirmara que lo que estaba haciendo estaba bien? Allí estaba en el Horeb, el monte de Dios como Moisés. ¿Quería sentir una manifestación portentosa de Dios como cuando la zarza ardiente?

Y Dios se le va a manifestar. ‘Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!’. Se suceden huracanes y tormentas, vientos recios, terremotos y fuego que todo lo devoraba. Pero allí no estaba el Señor. Así se había manifestado a los israelitas en el desierto al pie del Sinaí. Pero no era así como Elías iba a sentir al Señor. ‘Se oyó una brisa tenue y Elias salió y se cubrió el rostro’. Y Elías sintió la fortaleza del Señor que le confirmaba en su misión. Volvería a Israel con la fuerza del Señor con él. Seguiría con su misión.

Mientras Jesús está en el monte lleno de la gloria del Señor, los discípulos van bregando duramente en la travesía del lago. ‘El viento era contrario y la barca iba sacudida por las olas’. Remaban y remaban pero nada avanzaban.

Remamos, queremos avanzar, queremos vivir nuestra fidelidad al Señor, y nuestra entrega se nos hace costosa. Las dificultades se nos amontonan en ocasiones, las tentaciones son fuertes, nos cuesta superarnos en tantas cosas que quisiéramos que en la vida nos marcharan mejor. Quisiéramos ser más santos alejando de nosotros el pecado, pero siempre nos aparece la tentación que no sabemos superar. En ocasiones nos sentimos igual que Elías como si fuéramos los únicos profetas en Israel. En otros momentos todo se nos hace noche oscura y nos parece que ya ni Dios nos escucha.

Pero allí sobre aquel mar embravecido viene Jesús. Camina sobre el agua. Donde todo nos pueda parecer borrascoso allí está el Señor. Es el Señor que está por encima de la tormenta porque es el Señor todopoderoso, pero es el Señor que llega como un tenue susurro a nuestro corazón. Algunas veces no lo sabemos ver; nos confundimos como los discípulos que ‘creían ver un fantasma’.

Tenemos que abrir los ojos de la fe, los oídos del alma para reconocerle y para escuchar su palabra suave y fuerte a la vez, su palabra que nos alivia en la tormenta de nuestro corazón o nos hace sentir la paz que supera todos los temores. ‘Soy yo, no temáis’. Palabras que nos recuerdan la pascua. Fue su saludo pascual repetido en todas sus apariciones, a las mujeres, en el cenáculo, en distintos momentos. Y será la palabra que siempre sentiremos hondamente en el alma. Con Jesús en medio de ellos, en la misma barca, volverá de nuevo la calma y renacerá la fe en los corazones. ‘Amanió el viento’.

Pedro, como siempre querrá adelantarse hasta Jesús caminando también él sobre las olas, pero aunque quiere, duda y se hunde. ‘¡Qué poca fe! ¿por qué has dudado?’ Pero allí está el Señor que le tiende su mano. Ya aprenderá la lección y después de la resurrección no temerá lanzarse al agua para llegar el primero.

Queremos, y en momentos de fervor, desearíamos comprometernos con tantas cosas, pero luego nos viene pronto la debilidad, la flaqueza, la duda, la flojera de nuestra fe y nos parece que nos hundimos. Quizá sentimos que no todos comprenden lo que estamos haciendo, o que es poca cosa lo que hacemos ante tanto que hay que hacer; o nos encontramos vientos en contra, oposición, gente que querría nuestro mundo o nuestra sociedad caminara por otros caminos y no quieren quizá que hagamos a Dios presente en nuestro mundo.

Hay tantos, ahora mismo, que no entienden que el Papa venga a reunirse con jóvenes de todo el mundo en Madrid en las próximas Jornadas mundiales de la juventud. Hay mucha gente que se opone por los más variopintos motivos. Que se hagan otras cosas, que no se gaste dinero en eso, que hay otros problemas más urgentes, dicen; es que quizá les puedan chirriar los oídos cuando el Papa les hable de Cristo a los jóvenes de nuestro mundo, o moleste que haya tantos que se sientan enamorados y entusiasmados por Jesús y por dar su testimonio. ¿No lo merecerá todo eso por nuestra fe en Jesús y su anuncio?

Pero ahí está siempre el Señor que nos tiende su mano, que nos acompaña con su gracia. Ahí está el Señor que se quiere hacer presente en nuestra vida y a través nuestro, por nuestro testimonio, en nuestro mundo. ‘Los que estaban en la barca se postraron ante El, diciendo: Realmente eres Hijo de Dios’.

Es lo que nosotros tenemos que proclamar con valentía. Hacen falta esos testimonios en nuestro mundo. Convencidos de nuestra fe porque hemos experimentado tantas veces la presencia y la gracia del Señor en nuestra vida tenemos que gritarla en medio del mundo. Allí donde estamos, pero ante todos sin ningun temor y sin acomplejarnos.

Estas Jornadas Mundiales de la Juventud van a ser ese grito también frente a nuestra sociedad tan secularida y materialista, tan indiferente a lo religioso, tan relativista que en nada que le dé trascendencia a su vida quiere creer. Muchos son los jóvenes que van a tener un encuentro profundo y vivo con Cristo y hasta muchas vocaciones pueden surgir para nuestra Iglesia. Todos tenemos que sentir como algo nuestro toda esta fiesta de Cristo con nuestros jóvenes y de nuestros jóvenes con Cristo, aunque ya nosotros peinemos canas o seamos mayores. Es cuestión de fe y de sentirnos Iglesia. Y todo esto tiene que estar muy presente en nuestra oración.

Sea que vayamos a solas a la montaña de nuestra oración o que participemos con los hermanos de la comunidad en nuestras celebraciones, busquemos siempre ese encuentro vivo con el Señor, que quizá como un tenue susurro va a llegar a nuestro corazón y nuestra vida. ‘¡El Señor va a pasar!’ Sentiremos su paz y nos sentiremos fortalecidos para ir a ese mar muchas veces embravecido de la vida pero con la fuerza del Señor a proclamar nuestro testimonio.

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