jueves, 14 de julio de 2011

Una palabra de Jesús que es vida y siempre nos llena de vida


Ex. 3, 1-6.9-12;

Sal. 102;

Mt. 11, 28-30

El texto del evangelio, unido al que ayer proclamamos, no hace muchos días que se nos proclamó en la liturgia dominical y ya reflexionamos sobre él. Pero la riqueza de la Palabra de Dios hace que cada vez que nos acerquemos a ella, aunque sean los mismos textos los que proclamemos, siempre sea palabra de vida para nosotros y siempre podamos sentir lo que el Señor allá en lo hondo del corazón quiere trasmitirnos.

Nunca la Palabra que Dios nos dice es una repetición ni se agota en sí misma, sino que siempre es palabra de vida y que nos llena de nueva vida. Somos nosotros más bien los que la escuchamos con rutina y desgana y es por lo que tantas veces no sabemos encontrar la riqueza de gracia que siempre el Señor nos ofrece.

‘Venid a mí…’ nos dice el Señor. Y en el Señor siempre encontraremos paz, descanso, vida, gracia, salvación. Venid a mi, cansados y agobiados, confusos y desorientados, tantas veces fríos en nuestro corazón o desganados porque otras cosas nos han cautivado el corazón. Vayamos a Jesús, busquemos a Jesús, querramos encontrar en Jesús toda esa vida que nos ofrece. Vayamos a Jesús y encontraremos esa paz que necesitamos. Vayamos a Jesús con fe, con confianza, con deseos hondos de encontrarle para llenarnos de su vida.

Y es que muchas veces tan confundidos y desorientados estamos que no buscamos a Jesús porque creemos que ya lo hemos encontrado todo para nuestra vida en otras cosas. Y al final nos sentimos hastiados de esas cosas donde hemos apegado el corazón; al final estaremos tan confundidos que todo se nos pueda llenar de tinieblas. En ocasiones no queremos ir hasta Jesús porque nos puede parecer duro y exigente, y lo que nos dice se nos puede volver como pesada carga. Pero nos dice que no, que su ‘yugo es llevadero y su carga ligera’.

Nos da un poco de miedo esta palabra, yugo. Nos pudiera parecer pesada obligación que incluso nos coartara nuestra libertad. Y no es así que ya nos dice en otro lugar que quien cree en él y le sigue alcanza la libertad verdadera.

Esta expresión, yugo, era corriente en la literatura judía y equivalía a la obediencia fiel de la ley del Señor. En el discurrir de la vida del pueblo judío esa ley del Señor podía haberse convertido en carga pesada, porque a la ley del Señor le habían añadido tantas cosas que la convertía en algo farragoso llenos de leyes y prohibiciones. Era lo que pasaba con los fariseos en la época de Jesús con sus interpretaciones muy peculiares de la ley del Señor en que al final lo que era realmente más importante tenía el peligro de convertirse en secundario.

Pero Jesús nos dice que su yugo no es pesado; que esa obediencia de la fe que nosotros hemos de hacer será para nosotros ligera y llevadera. Jesús nos hará centrarnos en lo que verdaderamente es principal. Y el mandamiento del Señor es el cauce por donde ha de discurrir nuestra vida con la que le tributemos la mayor gloria a Dios, pero donde también nosotros alcancemos la verdadera felicidad.

‘Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera’. Cargar con el yugo del Señor es entrar en el camino de la mansedumbre y de la humildad, porque es hacernos como El, de El tenemos que aprender. Y una vida llena de mansedumbre, una vida llena de amor es una dicha que nos hace pregustar la gloria del cielo.

Buscamos a Jesús, como decíamos antes, vamos hasta Jesús y queremos llenarnos de su vida. Vamos a Jesús y queremos parecernos a El porque queremos amar con un amor como el amor con que El nos ama. Vamos a Jesús y encontraremos alivio y paz, encontraremos descanso y dicha. Vamos a Jesús y encontraremos el verdadero camino de la verdadera felicidad.

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