domingo, 17 de julio de 2011

Transformemos el campo de nuestro mundo en tierra de buenos frutos


Sab. 12, 13.16-19;

Sal. 85;

Rm. 8, 26-27;

Mt. 13, 24-43

Un campo concienzudamente trabajado y prometedor de hermosos frutos, pero en el que pronto se verán resurgir las malas hierbas que pueden ahogar los ansiados y esperados buenos frutos. Es la imagen que nos ofrece la parábola del trigo y la cizaña que nos ha propuesto hoy en el evangelio. ¿Qué nos quiere enseñar? También hoy Jesús al finalizar de proponernos las parábolas nos dirá ‘el que tenga oídos, que oiga’.

Allí están los impacientes jornaleros prontos a arrancar si el amo se los permite la mala cizaña que ha surgido en medio del trigo. Pero el amo es paciente y no quiere correr el riesgo de que puedan ser arrancadas al mismo tiempo las plantas de buena semilla. ‘Dejadlos crecer juntos hasta la ciega…’ Alguno podrá pensar en su impaciencia ¿y no hay el peligro de que las malas hierbas ahoguen la buena planta? El amo tiene otra visión.

Es lo que Jesús quiere hacernos comprender. Porque ese campo sigue siendo nuestro mundo, como en la parábola del sembrador ya meditada. Y en ese mundo estamos unos y otros, buena y mala semilla. Y digo estamos unos y otros, porque ese campo somos nosotros. Claro que siempre pensamos que la mala semilla son los otros, cosa que tendríamos que revisarnos en lo hondo de nuestra conciencia con sinceridad.

Somos conscientes de cómo el mal está presente en el campo del mundo, de aquel mundo que cuando Dios lo creó ‘vio que todo era bueno’. Tenemos que ser conscientes también que en nuestro propio corazón también están mezcladas ambas cosas, porque no todo es bueno en nosotros, porque también tenemos semillas del mal en nuestro corazón.

Ya sé que nos surge la pregunta de por qué Dios permite el mal y cuando nos cuesta encontrar respuesta eso algunas veces nos desestabiliza en nuestra fe. En nuestra impaciencia, como aquellos siervos del amo del campo en el que apareció la cizaña, también alguna vez levantamos la voz contra Dios de por qué no arranca del mundo esos hombres injustos y llenos de maldad; por qué no los castiga, nos decimos muchas veces.

El amo es paciente, Dios es paciente porque no se trata simplemente de una planta a arrancar, sino que es mal está metido en el corazón de unas personas de las que Dios siempre está esperando su conversión y su vuelta a El. ¿No somos nosotros también pecadores de quienes Dios pacientemente está esperando nuestra respuesta de conversión? ¿Y si cuando cometidos aquel pecado nos hubiera arrancado violentamente de la vida como tantas veces pensamos o deseamos que Dios haga con los demás?

La cizaña no se podrá convertir en trigo – las parábolas son siempre imágenes o ejemplos, pero el mensaje va mucho más allá de la literalidad de unas palabras – pero el corazón del hombre si se puede cambiar. Es lo que espera Dios de nosotros. Está en juego nuestra libertad que Dios nos respeta, pero está también presente la gracia del Señor que nos previene contra ese mal y nos fortalece en nuestra lucha contra la tentación y el pecado.

Por eso nos habla también de la pequeña e insignificante semilla de la mostaza que una vez plantada hará surgir una planta más alta que el resto de las hortalizas en las que puedan incluso anidar los pájaros del cielo. O nos habla también del puñado de levadura que la mujer echa en las tres medidas de harina para hacer fermentar la masa.

Es la gracia de Dios que fortalece nuestro corazón que, aunque débil y herido por el pecado, sin embargo se puede transformar en corazón bueno. Es la gracia de Dios que nos acompaña y fortalece para que, aunque nos sintamos pequeños e insignificantes en medio del mundo, sintamos que podemos hacerlo fermentar para lo bueno y podemos ayudar también a cambiar el corazón de los hombres nuestros hermanos.

Pero quizá tendríamos que decir algo más. ¿Cómo y en qué se manifiesta la grandeza y el poder del Señor? Hemos de reconocer que en su amor y en su misericordia. El Dios poderoso que se manifiesta en medio de la grandiosidad de las fuerzas más espectaculares de la naturaleza – podríamos recordar algún hecho o texto del Antiguo Testamento – es el Dios que se manifiesta también a Moisés y a Elías tras un susurro que repetía una y otra vez ‘Dios clemente y compasivo’ o como hemos recitado hoy en el salmo ‘tú, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad y leal mírame, ten compasión de mí’.

En ese sentido nos decía el autor del libro de la Sabiduría en la primera lectura ‘tu poder es el principio de la justicia y tu soberanía universal te hace perdonar a todos... Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia porque puedes hacer cuanto quieres…’ Así se nos manifiesta el poder y la grandeza del Señor, en el perdón y en la indulgencia.

Y nos enseñaba a tener nosotros también un corazón humano y paciente también con los demás. Frente al mal que nos rodea no podemos volvernos nunca intransigentes sino que hemos de tener también un corazón misericordioso y comprensivo con los demás, como el Señor lo tiene con nosotros. Nos creemos que somos fuertes cuando somos intransigentes con los demás y no le pasamos una al que nos haya hecho mal, pero tendríamos que reconocer que seremos fuertes en verdad cuando llegamos a tener la valentía de saber perdonar a los demás. Eso sí que es fortaleza y valentía. ‘En el pecado, das lugar al arrepentimiento’, terminaba diciéndonos el texto sagrado.

Hagamos en verdad que el campo de nuestro mundo pueda dar esos hermosos y ansiados frutos a pesar de las malas semillas que el maligno siembra en medio de nosotros. Tratemos nosotros de ser siempre buena semilla y semilla transformadora que mejore día a día nuestra sociedad, ese mundo concreto en el que vivimos.

No permitamos que las malas cizañas se metan en el campo de nuestras familias, en el campo de nuestras relaciones sociales, en el campo donde convivimos cada día, en el campo de nuestro trabajo. Tenemos una tarea que realizar. Cuidemos nuestro campo, nuestras familias, nuestros lugares de convivencia. Ayudemos a que brille siempre el bien y la bondad.

Tenemos que ser buena semilla siempre con nuestra palabra, con nuestro ejemplo con esas cosas buenas que podamos hacer aunque nos puedan parecer pequeñas e insignificantes pero que contagian de bien y de bondad a los demás. Hagamos por nuestro buen corazón que puedan ser felices siempre los que nos rodean. Seamos levadura de la buena en la masa de nuestro mundo. Es la tarea que el Señor nos confía y nos da su gracia para que podamos realizarlo. La fuerza del Espíritu del Señor está con nosotros.

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