sábado, 30 de julio de 2011

Rompamos la espiral del mal y busquemos la gracia y salvación


Levítico, 25, 1.8-17;
Sal. 66;
Mt. 14, 1-12

Cuando la conciencia no está tranquila y nos acusa del mal que hayamos podido hacer todo son temores y recelos. Es lo que le sucedía a Herodes cuando oyó hablar de Jesús. La luz del bien y del amor ilumina nuestra vida y nos hace ver nuestra cruda realidad. Pero Herodes no había podido soportar los resplandores de esa luz porque su vida está llena de negrura, de maldad.
‘Oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus ayudantes: Ese es Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos, por eso los Poderes actúan en él’. Y el evangelista nos comenta que Herodes había matado a Juan. Le da ocasión al evangelista para narrarnos el hecho del prendimiento de Juan, su estancia en la cárcel y cómo había sido decapitado por orden de Herodes. Ya lo hemos escuchado.
Se enfrentaba la fidelidad y la proclamación de la justicia con la maldad y el pecado. Juan le decía que no le estaba permitido vivir con la mujer de su hermano. El que había venido a preparar los caminos del Señor y exigía rectitud y justicia, pureza de corazón y de vida, amar y generosidad para compartir a aquellos que venían a escucharle y a que los bautizara como signo de su preparación para la llegada del Mesías, ahora denunciaba en Herodes lo que no era justo ni bueno. ‘¿Qué hemos de hacer le preguntaban?’ quienes acudían a él allá en el Jordán.
Y ‘Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado’. Pero aunque estaba lleno de fuerza por el poder que tenía, sin embargo era débil y lleno de miedos. Un hombre siempre temiendo lo que los demás puedan decir o pensar. Por eso no se había atrevido a matarlo. Por eso dejándose llevar por la pasión en la fiesta promete sin medida ni razón a la hija de Herodías que había bailado para él y su corte en la fiesta de su cumpleaños. ‘Hasta la mitad de mi reino’, se había atrevido.
Fue la ocasión para Herodías. Instiga a su hija para que pida la cabeza de Juan. Vuelven a aparecer sus cobardías, por temor a lo que pudieran pensar sus invitados a causa de lo que había prometido, mandó decapitar a Juan. Molesta la luz; molesta el justo; su vida recta es un reproche para nuestra vida malvada, ya nos decían los sabios del antiguo testamento. Por eso, en lugar de arrancar el mal de nuestro corazón, queremos más bien hacer desaparecer eso bueno que tenemos como en un espejo delante de nosotros y que viene a denunciar lo malo que hay en nosotros.
Cuando nos metemos en el camino del mal y del pecado las cosas se suceden como en una cascada continua que nos van hundiendo más y más en el pecado y la muerte. Un abismo llama a otro abismo. Es lo que le sucedió a Herodes. Cómo tendríamos que aprender nosotros a romper esa espiral de mal que nos acecha continuamente con la tentación y el pecado. Nos cuesta levantarnos, decir no, rehacer la vida.
Que no nos ciegue el mal; que no nos domine la pasión; que sepamos superar nuestras cobardías y debilidades, que busquemos siempre lo bueno aunque nos cueste, que seamos capaces de reconocer también el mal que hayamos dejado meter en nuestra vida y vayamos hasta quien puede sanarnos, hasta quien puede salvarnos. Acudamos a Jesús nuestro médico divino, nuestro salvador y redentor. Que busquemos su gracia siempre. El siempre está dispuesto a regalarnos su perdón y su gracia.

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