jueves, 30 de junio de 2011

Nuestra disponibilidad de sacrificio por el Señor


Gén. 22, 1-19;

Sal. 114;

Mt. 9, 1-8

¿Hasta dónde estaríamos nosotros dispuestos a llegar en los sacrificios que ofrezcamos a Dios? Buscando en el diccionario lo que significa la palabra sacrificio entre otras cosas nos dice que figuradamente es ‘acto de abnegación inspirado por la vehemencia del cariño’. Acto de abnegación, o sea el hecho de negarnos algo que para nosotros consideramos importante, y que inspirados por el amor que tenemos a quien se lo ofrecemos – dice vehemencia - somos capaz de negárnoslo para nosotros para darlo o entregarlo a aquel a quien amamos.

La palabra sacrificio tiene una connotación también de algo sagrado, porque en su origen es la ofrenda de algo que hacemos a Dios; ya no la queremos para nosotros, sino que la queremos para Dios, lo que la convierte de alguna manera en algo sagrado. La raíz de la palabra sacrificio iría en ese sentido.

En las religiones antiguas se ofrecía a Dios de aquello que era su vida o el fruto de sus trabajos, lo que se consideraba lo mejor. Se ofrecían los mejores animales de sus ganados, que son los sacrificios habituales que vemos en la antigüedad; o se ofrecían los mejores frutos de la tierra, por eso eran las primicias las que se ofrecían, los primeros frutos. Así lo vemos a lo largo de todo el Antiguo Testamento y que en los libros del Pentateuco se describe muy bien cómo habían de ser aquellos sacrificios, ofrendas y holocaustos.

Pero en el texto que ha motivado este comentario, el sacrificio de Isaac, ya no es el fruto de sus trabajos o lo mejor de sus ganados lo que se va a ofrecer al Señor. ‘Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré’. Tenemos que entender muy bien el sentido de este sacrificio que Dios pide a Abrahán.

Era habitual en muchos pueblos vecinos a Israel el que se ofreciesen también sacrificios humanos, porque era una forma de ofrecer lo mejor y lo más querido que se pudiera tener, como era el caso de un hijo. Veremos que en la ley del pueblo de Israel estos sacrificios están proscritos, aunque veremos algun otro caso a lo largo del Antiguo Testamento como consecuencia de un voto hecho a Dios. No es ese el sacrificio que Dios nos pueda pedir.

En este caso es una prueba muy dura a la que somete Dios a Abrahán, que ha ya tenido que renunciar a su casa y a su tierra para ponerse en camino para ir allá a donde le pida Dios. Y abrahán obedece. Dios le ha prometido ser padre de un pueblo numeroso y sólo le ha dado un hijo, Isaac, que le pide ahora en sacrificio. ‘Dios puso a prueba a Abrahán’, dice el texto sagrado. ¿Será Abrahán capaz de tal sacrificio por la fe que ha puesto totalmente en el Señor? ¿Hasta ahí llegará la vehemencia de su fe y de su amor? Y Abrahán se puso en camino a lo que le pedía el Señor.

Dios le estaba pidiendo a Abrahán lo mejor de su vida que ya no eran ni los animales que pudiera sacrificar, ni los holocaustos que pudiera ofrecer del fruto de sus trabajos, ni tampoco ahora la muerte de su hijo sacrificado para Dios. Es algo más hondo lo que Dios le está pidiendo a Abrahán, le está pidiendo su corazón, su voluntad, su fidelidad hasta el extremo de dar lo mayor y mejor de sí mismo.

No será el hijo, Isaac, lo que Dios le esté pidiendo a Abrahán, pues no permitirá Dios ese sacrificio cruento, pero Abrahán ha sido capaz de darle su corazón a Dios. Es el acto de abnegación suprema, recogiendo lo que definíamos del sacrificio, motivada por la fe y por el amor hasta el extremo que Abrahán tiene a Dios.

Nos preguntábamos a principio, ¿hasta donde estaremos dispuestos nosotros a llegar en el sacrificio que le ofrezcamos a Dios? Ya ha habido quien se ha ofrecido en sacrificio de expiación por nosotros, porque Dios mismo nos ha entregado a su propio Hijo que por nosotros ha muerto en la cruz para nuestra redención y salvación. No necesitamos ahora nosotros ofrecerle cosas a Dios, aunque algunas veces pareciera que eso nos es más fácil.

¿Estaremos todavía nosotros en el sentido del Antiguo Testamento o más atrás aún por lo que habitualmente queremos ofrecerle a Dios? Porque nos es más fácil desprendernos de una cosa por muy valiosa que sea, que darle nuestro corazón, nuestro yo, la obediencia de nuestra fe al Señor. ¿Seremos capaces de ofrecerle nuestro corazón, nuestro amor total en el sentido del amor que nos enseña y vemos en Cristo, la fidelidad absoluta en el cumplimiento de los mandamientos del Señor?

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