jueves, 26 de mayo de 2011

Nos salvamos por la gracia del Señor y respondemos con nuestra fe


Hechos, 15, 7-21;

Sal. 95;

Jn. 15, 9-11

‘Creemos que ellos lo mismo que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús’. Es la afirmación y respuesta que da Pedro a la controversia que había surgido en las primeras comunidades cristianas con la aceptación de los gentiles al bautismo y la fe.

Recordamos cómo le habían pedido explicaciones a Pedro cuando bautizó a Cornelio y su familia en Cesarea del Mar. Ahora, después de la llegada de Pablo y Bernabé de su viaje apóstolico donde muchos gentiles habían abrazado la fe, surgió la cuestión porque algunos pretendían someterlos a la ley mosaica y al rito de la circuncisión.

Desde Antioquía habían subido a Jerusalén para consultar con los apóstoles y los ancianos. Lo que nos narran los Hechos en lo que estamos escuchando estos dias es lo que suele llamarse el Concilio de Jerusalén que fue aquella reunión allí convocada para resolver la cuestión. Ha hablado Pedro y recordado lo sucedido con los gentiles de Cesarea, ‘contaron Pablo y Bernabé lo signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios’, y finalmente hablaría también Santiago dando la solución definitiva. Mañana escucharemos lo que podíamos llamar el decreto del Concilio que llevarían a Antioquía y a todas las iglesias con las exigencias de alejarse de toda idolatría y de todo mal para vivir la gracia del Señor.

La frase que hemos subrayado al principio viene a ser buen resumen y mensaje. Es Cristo Jesús quien nos salva con su gracia. Y decimos gracia, como regalo que es de Dios, cuando nos ofrece su salvación. Para eso Cristo entregó su vida por nosotros y así nos regala esa vida nueva, su vida que nos llena de salvación y de gracia.

Por la fe aceptamos y recibimos esa gracia. Es nuestra respuesta. Que no solo es el ritualismo de unas cosas que hacemos o de unas leyes que cumplimos, sino que es aceptar ese regalo de Dios y vivir en consecuencia esa vida nueva. Vida nueva que vamos a expresar en un nuevo estilo de vivir, en unas nuevas actitudes y en todo lo que son nuestros actos de amor para con los demás.

No es que recibamos su gracia salvadora y sigamos viviendo de la misma manera como si nada hubiéramos recibido. Por esa gracia recibida tenemos que sentirnos en verdad transformados. Es que además nos sentimos unidos a Dios de una forma nueva, de la misma manera que debemos entrar en una nueva comunión de amor con los demás. Es toda nuestra vida cristiana.

Cómo nos sentimos regalados por Dios. Cómo hemos de ser agradecidos a tanta gracia que el Señor nos regala. Como muchas veces hemos dicho no terminamos de considerar la grandeza y la maravilla del amor que Dios nos tiene. De ahí nuestra respuesta de fe y de amor.

Respuesta de fe y amor que nos tiene que llevar a vivir esa gracia del Señor en la santidad de nuestra vida. Lejos, pues, de nosotros toda idolatría y todo pecado. Lejos de nosotros todo aquello que nos contamine con el mal. Lejos de nosotros todo lo que suene a egoísmo y pasión de desenfrenada y nos pueda llevar a romper nuestra comunión con Dios y con los demás. ¿Cómo no vamos a responder con una vida santa a tanta gracia que el Señor nos regala y con la que llega su salvación a nuestra vida? Es que además con nuestro testimonio hemos de anunciar esa gracia salvadora a todos.

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